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La ecología, otro punto de encuentro entre nazismo y marxismo

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Cortesía de La Revista de Libertad Digital

Friedrich A. Hayek asegura en Camino de servidumbre que es falso ese tópico simplista que presenta a los fascismos, y al nacionalsocialismo especialmente, como una reacción capitalista, radical y violenta, frente al avance del socialismo quedando por tanto ambas ideologías en los extremos opuestos. Hayek explica que, muy al contrario, el nacionalsocialismo fue el resultado de una interpretación del socialismo que quiso depurar a esta ideología de los pocos elementos liberales que aún tenía, cierta tolerancia de la democracia y especialmente el internacionalismo, porque serían rémoras para el triunfo de esta doctrina. Los precursores del nazismo, todos socialistas, llegan a la conclusión de que solamente se alcanzará el nuevo orden social si el proletariado abandona el internacionalismo pacifista y los enfrentamientos sociales dentro de la nación, sustituyendo por tanto la lucha de clases por el propósito nacionalista frente a la amenaza exterior.

A la vista de lo que sucede en el País Vasco no debería ser difícil estar de acuerdo con esta interpretación y darse cuenta de que, efectivamente, el marxismo y el nacionalsocialismo parten de idénticos principios, comparten el convencimiento de estar en posesión de la verdad absoluta –el marxismo incluso pretende elevar esta verdad a la categoría de ciencia-, persiguen también la "salvación" de la humanidad y no dudan por último en aniquilar a los grupos que se opongan, sociales unos y raciales otros. "Una revolución –dice Engels en el Anti-Dühring- es la acción por la que una parte de la población impone su voluntad a la otra con fusiles, bayonetas y medios bélicos autoritarios...". Llegar a reconocer que el socialismo marxista y el nacionalsocialista son iguales en sus puntos de partida y casi idénticos en sus métodos requiere un esfuerzo que resulta espacialmente doloroso a los que nos hemos reconocido alguna vez partícipes de la primera de estas doctrinas. Este esfuerzo se ha centrando, por lo menos en mi caso, en ir descubriendo acontecimientos históricos y analogías cada vez más sorprendentes.

Una de las primeras fue comprobar que los ideólogos del nazismo tuvieron una altura intelectual similar a los marxistas ortodoxos y prueba de ello es que uno de los más prestigiosos seguidores de Marx pasó a ser el más influyente pensador del nazismo. En efecto, Werner Sombart mantuvo en su juventud correspondencia con Federico Engels, salió luego en defensa de las tesis de El Capital cuando Böhm-Bawerk señaló las flagrantes contradicciones en que caía Marx, y terminó redactando el programa económico del Tercer Reich. Su formación marxista queda patente cuando afirma en este programa que la "revolución Nacionalsocialista culminará con la propiedad colectiva de los medios de producción y la extirpación del parasitismo burgués capitalista. De esta manera, el proletariado, mero asalariado, subesclavo de la empresa capitalista del régimen burgués, ascenderá al rango de productor de la empresa socialista".

También descubrí que la doctrina hitleriana se va configurando por las aportaciones de los intelectuales que tras el final de la Primera Guerra Mundial formaron el llamado movimiento nacional bolchevique y que tiene como denominador común el considerar al liberalismo como el enemigo principal del pueblo alemán y ver en la Revolución rusa la revuelta más radical contra las ideas de 1789. Como destaca Jean-François Revel, es igualmente revelador que Hitler declarara que "he aprendido mucho del marxismo y lo que más me ha interesado e instruido son sus métodos... Todo el nacionalsocialismo está contenido en él". El pensador francés cita, entre otros muchos, tres rasgos del pensamiento marxista que interesaron especialmente a Hitler. El primero es el alegato a favor del genocidio que Engels realiza en un artículo publicado en la revista dirigida por Marx, Neue Rheinische Zeitung, en 1849 en el que defiende la desaparición de servios, bretones, vascos y escoceses. Por su parte, Marx aboga por este mismo método contra "esos pueblos moribundos" en Revolución y contrarrevolución de Alemania. La importancia de la raza es también un rasgo del marxismo que, de conocerse, sorprendería a sus adeptos. En la misma revista antes citada, Engels escribe en 1894 que "la raza es en sí un dato económico" y sostiene en las notas preparatorias del Anti-Dühring que la superioridad racial de los blancos es una verdad "científica". Pero lo más demoledor es tal vez la burda proclama antisemita contenida en el ensayo titulado Sobre la cuestión judía, escrito por Marx en 1843 y que, tras identificar el judaísmo con la codicia, con el culto por el mercado y con el dios-dinero –lo mismo que dijeron los nazis-, amenaza diciendo que el comunismo "haría imposible al judío".

Con estos antecedentes no se puede sostener esa vieja cantinela de los simpatizantes del marxismo, y de la izquierda en general, que defienden la pureza y las buenas intenciones de esta doctrina diciendo que los crímenes y los genocidios perpetrados por el socialismo real han sido desviaciones o malas interpretaciones de una buena teoría. Los que así opinan no admitirían nunca que lo mismo se podría decir del nacionalsocialismo, pues, efectivamente, los ideólogos nazis hacían gala de tan buenos propósitos como los comunistas, aunque también, como éstos, las rectas intenciones se mezclan con aberraciones doctrinales. En esto también son ideologías hermanas.

Murray N. Rothbard ha analizado como pocos la economía marxista y, tras destacar las falacias de sus conceptos y de sus argumentos teóricos, asegura que, con esas premisas ideológicas, debería resultar evidente la absoluta miseria y horror al que llegó la práctica del comunismo, es decir, que el error de la teoría es coherente con el horror del resultado. "En definitiva –dice este economista-, el terrible sufrimiento económico del género humano bajo el comunismo se corresponde con su penuria intelectual y espiritual... Ninguno de los horrores perpetrados por Lenin, Stalin u otros regímenes marxistas-leninistas pueden igualar la monstruosidad del ‘ideal’ comunista de Marx".

Pero lo que no se podía pensar, yo al menos, es que el nazismo fuera precursor de una doctrina que ha calado como pocas en el actual conglomerado ideológico de la izquierda. Es decir, existe un elemento en el que el paralelismo de las dos doctrinas no es sincrónico sino que una de ellas, el nacional socialismo en este caso, elabora una pieza fundamental y sólo después de varias décadas aparece en la ideología hermana, en el marxismo. Me estoy refiriendo al ecologismo radical desarrollado en el Tercer Reich, que no se limita a ser una mera formulación teórica de algún pesador nacionalsocialista sino que se concreta en una legislación bien precisa y elaborada. Efectivamente, el régimen de Hitler fue el primero en proyectar leyes en favor de los animales, contra la caza y en defensa del entorno natural y lo hizo por voluntad personal de su máximo dirigente. Pero lo más sorprendente es que esta labor teórica y legislativa tiene una orientación doctrinal exactamente igual a la que defienden los movimientos ecologistas modernos y radicales, la llamada ecología profunda que condiciona la protección del medio ambiente a las transformaciones socialistas y, especialmente, a la abolición de la propiedad privada.

Un claro ejemplo de que el ecologismo radical moderno es una reminiscencia del marxismo ortodoxo se encuentra en las disparatadas tesis de Barry Commoner, candidato del Partido Verde norteamericano a la presidencia de su país. Este líder del movimiento antiglobalización pretende salvar como sea las falacias marxistas y argumenta que si la ecuación del beneficio y el consiguiente incremento de la tasa de explotación no se han visto refrendados por la progresiva pauperización de la clase trabajadores es porque la sobreexplotación ha pasado del proletariado a la Tierra. Con este tipo de argumentos lo que se pretende en el fondo es hacer de la ecología profunda una categoría del paradigma "científico" contenido en El Capital y salvar de paso a algunas predicciones marxistas ya que ni una sola de ellas se ha cumplido.

Las leyes nacionalsocialistas se elaboraron en los tres primeros años del régimen, la primera es de 1933 y se denomina Ley de Protección de los Animales, un año después se aprueba la Ley del Reich de la Caza y en 1935 entra en vigor la Ley de Protección de la Naturaleza. Lo más interesante es analizar los componentes teóricos de este cuerpo legislativo como hace Luc Ferry en su libro El Nuevo Orden Ecológico (Tusquets Editores, 1994) al estudiar las obras de los ideólogos que redactaron las leyes: Giese y Kahler en El Derecho alemán de la protección de los animales, y Walther Schoenichen en la Protección de la naturaleza como tarea cultural popular e internacional. Ferry, un pensador de los llamados nuevos filósofos y contrario por tanto a todo tipo de totalitarismos, destaca varios rasgos que se repiten en el ecologismo del Tercer Reich y en el ecologismo izquierdista moderno.

El pensador francés define tres categorías o niveles del ecologismo; el primero sería el menos dogmático y más humanista, el ecologismo democrático, en el que el hombre es el centro y sólo él debe ser considerado sujeto de derecho. Esta concepción se inscribiría dentro del liberalismo y, según ella, los animales y la naturaleza quedarían al servicio del hombre por lo que agredir a alguno de ellos es condenable porque supone atentar contra derechos del hombre, el de propiedad fundamentalmente. Por ello, las leyes protectoras que se basan en esta visión suelen considerar que es falta o delito el maltrato de los animales si se trata de los domésticos, o en espectáculos públicos porque en este caso se atenta contra la dignidad del hombre.

Las otras dos categorías del ecologismo rompen con la concepción "antropocentrista" de la primera y, en la segunda, los animales son reconocidos como sujetos de derecho, alcanzando este reconocimiento la naturaleza o incluso la totalidad del universo en la tercera categoría. Hoy en día, el segundo nivel, el que sirve de fundamento para el movimiento de "liberación animal" está más extendido en el mundo anglosajón, mientras que el ecologismo "ecocéntrico" o "biocéntrico", la llamada ecología profunda, domina en los movimientos alternativos y antiglobalizadores de Estados Unidos y Alemania. Pues bien, esta misma justificación ideológica es la que impera en el ecologismo nacionalsocialista porque, a diferencia de la legislación proteccionista europea de tipo humanista que ya existía en los años treinta, el régimen hitleriano "reconoce que el animal debe ser protegido en cuanto tal", como textualmente dice la ley de 1933. Más claramente aparece el ecologismo profundo cuando el ideólogo nazi Schoenichen escribe que "durante siglos nos han ido hinchando la cabeza con la idea de que el progreso era defender el derecho de las tierras cultivadas, pero hoy en día hay que reivindicar los derechos de la naturaleza salvaje".

Otro tema siempre presente en los ideólogos nazis y en los ecologistas marxistas es la vuelta a la naturaleza primitiva, al paraíso perdido por culpa de la industrialización, el desarrollo capitalista y el progreso tecnológico. Esta reaccionaria idea encierra en el fondo un odio común al liberalismo moderno y a la cultura occidental. Ferry interpreta que esta nostalgia de una naturaleza primitiva tan presente en los pensadores del Tercer Reich recoge la tradición del romanticismo alemán y supone por tanto una reivindicación de una sociedad preindustrial, mientras que Marx centra su paraíso perdido mucho más atrás, en esa falacia del comunismo primitivo que nunca existió.

Sin embargo, el record de la reacción se lo llevan algunos izquierdistas actuales, como por ejemplo John Zerzan, ideólogo del movimiento antiglobalización y líder de la revuelta de Seattle. Este supuesto filósofo y antropólogo norteamericano es autor de obras con títulos tan expresivos como Futuro primitivo y Malestar en el tiempo, y reivindica en ellas una naturaleza no corrompida por la civilización moderna, y no tan moderna porque su modelo utópico lo sitúa antes de la revolución del Neolítico. El nazismo no llegó nunca a ser tan reaccionario.