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La voz del sentido común

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Sowell no es un autor muy conocido fuera de Estados Unidos y las traducciones de su obra a nuestro idioma son muy escasas. No obstante, es uno de los pensadores liberales más estimulantes que nos quedan, y su columna sindicada es una parada obligada para quien quiera reforzar sus argumentos contra la invasión socialdemócrata que nos aflige. Su análisis siempre pone el énfasis en los incentivos que fija y los costes que conlleva cada política, obviando los objetivos declarados. Es un animoso enemigo de la llamada "discriminación positiva" y del estado del bienestar, a los que acusa de haber condenado a los de su raza a la miseria permanente.
 
Porque Sowell es negro. Tan negro que cuando nació en 1930 en el viejo sur, por falta de dinero y ante la perspectiva de su próxima muerte, su padre decidió darlo en adopción a una tía suya. Tommy creció hasta los nueve años en un ambiente en el que ver a un blanco era una casualidad y en el que los superhéroes en las historietas con el pelo amarillo suponían una fantasía semejante a los monstruos con tentáculos. Tuvo que emigrar su familia adoptiva a Nueva York para que se diera cuenta de la minoría negra era eso, minoría.
 
Padeció la mayoría de lo que los estudiosos de hoy denominan "trampas" que impiden salir de la pobreza. Tuvo que dejar el instituto para ponerse a trabajar y dejó su casa a los diecisiete años, continuando sus estudios por la noche, y abandonándolos cuando encontraba un trabajo nocturno. Fue reclutado por el Ejército para la guerra de Corea, pero su afición por la fotografía le salvó de ir al frente, empleando sus dos años de servicio en un trabajo de fotógrafo que poco se diferenciaría de un empleo civil.
 
Entonces volvió a los estudios, esta vez universitarios, de nuevo por las noches. Finalmente obtuvo una beca para Harvard que complementó trabajando para terminar recalando en Chicago bajo la batuta de George Stigler. Durante sus estudios de economía, se mantuvo como marxista. Fue al trabajar un verano en un departamento gubernamental, y ver cómo funcionaba el Estado por dentro lo que hizo que comenzara a virar sus planteamientos ideológicos hasta terminar en el liberalismo más estricto.
 
Tras graduarse, empezó una carrera en la enseñanza que le permitiría ver, con gran tristeza, la destrucción de los valores con los que había crecido y que le habían permitido llegar a donde llegó. La admisión de dos tipos de estándares, uno para estudiantes "normales" y otro para estudiantes "de minorías desfavorecidas", o la permisividad con la violencia estudiantil fueron minando poco a poco su interés en la enseñanza hasta llevarle a abandonarla por completo para ingresar en una organización dedicada a la investigación, la Hoover Institution.
 
Entre tanto, dejó escritos algunos libros teoría e historia económica, estando cerca de ingresar como ministro en la administración Reagan, aunque prefirió no aceptar el cargo. Durante estos últimos veinte años, Sowell se ha dedicado a la investigación y la escritura, lo que le permite mantener una regularidad y calidad envidiable en sus columnas y escribir una serie de libros sobre las visiones, las culturas y dos libros de introducción a la economía, todos ellos repletos de ejemplos prácticos como demostración de sus tesis, lo que hace su lectura ligera y agradecida.
 
Y todo sin las generosas ayudas que ahora reciben los jóvenes y pobres de su raza sin que sirvan para que salgan de la miseria. Thomas Sowell comenta en su autobiografía que su azarosa vida le ha permitido vivir en primera persona las situaciones sobre las que la mayoría de intelectuales sólo puede hacer teorías. Cabría preguntarse hasta qué punto eso ha moldeado su pensamiento.