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Otro mundo es posible si... Reseña
Otro mundo es posible si...


Icaria, Barcelona, 2004
231 páginas

El mundo que quieren los socialistas

Por

Cortesía de La Ilustración Liberal.

Cuatro años después del Informe Lugano Susan George escribió otro decepcionante libro de análisis de la situación mundial. Si aquél pretendía ser un plan secreto de las elites capitalistas para perpetuarse en el s. XXI, Otro mundo es posible si... tiene la intención de ilustrar a la izquierda acerca de cómo ganar la batalla por el poder.

La autora se declara una feroz enemiga del neoliberalismo, y en concreto de su materialización política, el Consenso de Washington. Según George, “la doctrina neoliberal, reforzada por el gobierno estadounidense, se viene imponiendo de forma implacable en todo el mundo”. Sus instrumentos son múltiples, y en el libro merecen el calificativo de adversarios: los terribles gemelos (el FMI y el Banco Mundial), la OMC, el G-8 y los agentes privados (multinacionales y mercados de capital).

No tengo ningún interés en defender las burocracias mundiales que George torpemente confunde con el liberalismo. La filosofía que subyace al FMI o la OMC es la del intervencionismo: la moneda, el crédito y el comercio dirigidos desde arriba por los políticos. Y hace bien la autora en recordar que se trata de organismos “concebidos por el economista británico John Maynard Keynes y su colega estadounidense Harry Dexter White”. Keynes estaba convencido de que sus políticas intervencionistas eran más fácilmente aplicables por un régimen totalitario que por un Estado reducido, y Harry Dexter White era un comunista infiltrado en los organismos de EEUU. Por tanto, comprenderán los socialistas que los liberales tengamos poco aprecio por esas criaturas burocráticas.

Más interés tiene la crítica de George a las multinacionales y a los mercados de capital. Por un lado, hay que señalar que acierta en ocasiones, como, por ejemplo, cuando critica que las empresas casi participen “en la redacción de las directivas de la Comisión Europea”. Lo cierto es que muchas compañías están tentadas a utilizar el Estado para enriquecerse a costa de los consumidores (sólo hace falta pensar en el caso de los cineastas españoles). La crítica a quienes se sirven del Estado para ejercer la violencia sobre otras personas tiene que ser tan contundente como la que se ejerce contra el socialismo. Pero, por otro lado, George desbarra. En su opinión, “la globalización neoliberal y el bienestar humano son, en el fondo, enemigos”. Muy en el fondo debe de ser, porque todas las mejoras e incrementos en nuestro nivel de vida han sido provocados por el capitalismo y el empuje empresarial.

George se queja de que las multinacionales “reducen constantemente su mano de obra por mucho que hayan aumentado sus ventas y sus beneficios”. Los ajustes de plantilla no tienen nada que ver con la buena o mala marcha de una empresa, sino con los costes de la misma. Si un empresario pierde dinero porque tiene contratadas a “demasiadas” personas, lo lógico es que otro empresario las contrate para comenzar nuevos procesos productivos. El empresario, guiado por la señal de los beneficios (no olvidemos que unos altos beneficios significan que el empresario está sirviendo de la mejor manera a los consumidores, despilfarrando el menor número de recursos), contrata a la cantidad adecuada de gente.

Nuestra autora parece abnegar de la doctrina marxista de la explotación. Ahora resulta que el negocio del empresario no está en “explotar” al mayor número de personas, sino en despedirlas a todas. Ya pueden tomar nota todos los empresarios: si quieren aumentar sus beneficios despidan a todos los trabajadores.

Además, George acusa a las multinacionales de pagar salarios míseros al Tercer Mundo, lo cual es, a su vez, irracional, ya que “más desempleo y salarios más bajos también significa que habrá menos personas que puedan comprarse un coche”.

La afirmación de que las multinacionales explotan a los pobres por pagarles salarios muy bajos no tiene ningún sentido. Las multinacionales pagan salarios más altos que los que se pagan en el país donde se instalan, sólo así consiguen atraer a la mano de obra. Y aunque George parece muy disgustada con los “bajos” salarios de las multinacionales, en cambio aplaude una iniciativa del Gobierno socialista de Lula da Silva consistente en pagar cinco dólares a los padres cuyos niños acudan a la escuela: “Puede que el equivalente a cinco dólares al mes no parezca una gran cantidad de dinero, pero para familias sin empleo o con un salario mínimo de alrededor de 75 dólares mensuales puede suponer una gran diferencia”. ¿Por qué no dice George que el “bajo” salario de las multinacionales puede suponer una “gran diferencia” para los pobres del Tercer Mundo?

En otro orden de cosas, George también se muestra tremendamente preocupada por la degradación del medio ambiente. En el segundo capítulo nos explica que se siguen vertiendo al mar millones de toneladas de aguas residuales, que “un entorno competitivo exige que cada pescador o leñador capture todos los peces o corte todos los árboles que pueda” y que no existen incentivos para mantener limpio el entorno, ya que “cualquiera que se ofrezca voluntario para empezar en solitario es, en términos económicos, un idiota, porque pagará los costes, pero permitirá que todos los demás recojan los beneficios”.

De lo que no parece darse cuenta en todos estos casos es de que el problema surge de la inexistencia de propiedad privada. Las aguas residuales pueden degradar los mares porque éstos no son de nadie; el leñador cortará todos los árboles y no los replantará porque no son suyos (¿alguien se imagina a un empresario utilizando al máximo sus máquinas sin reponerlas con posterioridad?); nadie tiene incentivos para mantener limpias las calles o los bosques porque no son de su propiedad. Puede que el medio ambiente se degrade, sí, pero, como en el caso de las ballenas o de los elefantes, la razón no es otra que la inexistencia de derechos de propiedad.

En todo caso, habida cuenta de la pobreza humana y ecológica que generan las multinacionales, Susan George propone una serie de medidas embrionarias del Gobierno mundial, como el establecimiento de un impuesto sobre los movimientos de capital (objetivo principal de ATTAC, la asociación de la que es vicepresidenta), que sería gestionado por diversos organismos internacionales, como la ONU, para invertir aquí y allá, promoviendo la riqueza y la conservación del medio ambiente. En otras palabras, socialismo planetario.

La Tasa Tobin es un impuesto regresivo que sólo sirve para reducir los movimientos internacionales de capital y expandir el poder de los gobiernos. Si algo no necesita el Tercer Mundo es un descenso de las afluencias de capital, esto es, menos globalización. Algo que, inexplicablemente, incluso la propia George admite: “(...) por eso los defensores de la Trinidad de Libertades suelen decir cosas como ‘el problema de Ýfrica no es el exceso de globalización, sino que hay demasiado poca’, lo cual es cierto, pero no ayuda mucho”.

Lo cierto es que la pericia económica de George asusta. De hecho, en el Informe Lugano admite ser una completa ignorante en la materia. En este libro encontramos medidas tan pintorescas como el sometimiento de la política monetaria al pueblo para, a través del inflacionismo, contribuir “a la actividad económica y a que haya más puestos de trabajo”. Huelga decir que semejante política sólo provoca el empobrecimiento de los consumidores y la mala asignación de recursos por parte del empresario, lo cual da lugar al temido ciclo económico. George no sale del paroxismo keynesiano por la sobreproducción y, como consecuencia, malinterpreta todos los fenómenos económicos.

Otra de las políticas que parece promocionar es un proteccionismo comercial que incluso puede calificarse de autárquico. “El comercio puede y debe servir de instrumento político. La política europea puede y debe servir de instrumento político. La política europea debe dar preferencia a la propia Europa ampliada, al Mediterráneo en general y a las ex posesiones coloniales”. Por supuesto, los empresarios chinos, japones o estadounidenses pueden morirse en la miseria. Por no hablar de los consumidores europeos, a quienes se impide adquirir productos extranjeros más baratos.

En materia fiscal se declara partidaria de esquilmar todavía más a los ciudadanos. “Hay que comenzar por implantar un nuevo programa de tributación y redistribución de tipo keynesiano de carácter mundial”; la belleza de los “impuestos verdes” es que “no sólo propician la producción limpia (...) sino (...) la búsqueda de soluciones más elegantes; “la Tasa Spahn es totalmente factible”.

Como vemos, la solución de George consiste en robar más y más al contribuyente para poder manejar sus vidas y sus propiedades. Poco importa que ello dé lugar a un masivo despilfarro de recursos y a una disminución de la riqueza que los empresarios hubieran podido crear.

Con todo, hay que reconocer que no todas las propuestas que realiza son descabelladas. Así, por ejemplo, cita al economista Hernando de Soto para defender la asignación de propiedad a los individuos que la hayan adquirido adecuadamente (por ejemplo, las favelas brasileñas). Lástima que no sea capaz de extender el principio económico de respeto a la propiedad privada al resto de sus propuestas; en ese caso se daría cuenta de que sin propiedad privada (y los impuestos son un frontal ataque a la misma) no hay prosperidad ni bienestar posibles.

Claro que, para conseguir implantar ese conjunto de políticas descabelladas, tiene que pergeñar una estrategia encaminada a convencer a la gente y tomar el poder, y a ello dedicada la segunda parte del libro. Para George, tiene que ser una estrategia basada en la no violencia contra las personas y las propiedades. Sin embargo, como buena socialista, sólo condena la violencia contra la propiedad “por motivos políticos, prácticos y tácticos”. Vamos, que una vez tomado el poder, cuando la máscara ya no sea necesaria, los atentados contra la propiedad serán un recurso frecuente.

Es más, justifica la violencia cuando una actividad perjudique al medio ambiente o a la sociedad, ya que, en su opinión, la inacción ante esos casos podría encuadrarse en el Código Penal a través de la “denegación de auxilio”, y en concreto de la “denegación de auxilio a una sociedad en peligro”.

Tampoco extrañará a nadie su cerrada defensa de José Bové. George nos explica que la UE fue condenada por la OMC debido a sus prácticas proteccionistas sobre la importación de la carne de vacuno con hormonas que utiliza McDonalds, de manera que EEUU pudo imponer una serie de aranceles punitivos sobre varios productos, entre ellos el queso de Roquefort (como ya hemos dicho, la OMC es una burocracia socialista que, en realidad, sólo sirve para estimular conflictos entre países, dado que les confere legitimidad cuando imponen aranceles “punitivos”). Estos aranceles perjudicaron a “Bové y los demás criadores de ovejas (...) sin tener culpa alguna”. De esta manera legitima el ataque de Bové a los McDonalds: “¿Por qué se les debe castigar por un ‘delito’ con el que no tienen nada que ver?”.

Trasladamos la pregunta a George. ¿Qué tenía que ver McDonalds con el jueguecito proteccionista de dos estados? ¿Por qué Bové le destrozó un local? Bové lo utilizó como chivo expiatorio, y por ello fue condenado. ¿Se imaginan que este sujeto hubiera torturado a un ciudadano de EEUU arguyendo que su Gobierno había impuesto aranceles sobre su queso de Roquefort? ¿No sería de un ridículo espantoso? Aquí también. Lo cual no impide a George, paladín de la no violencia, decir que “criminalizar al movimiento y a sus participantes es una vía hacia ese fin. Por eso, cuando redacto este capítulo, José Bové está una vez más en prisión en el sur de Francia”. Pobre Bové.

George ni siquiera está segura de poder conseguir el poder sin derramamiento de sangre. ¿Qué clase de no violencia es ésta? Todo lo contrario; lo único que interesa a George, ATTAC y el Foro Social Mundial es tomar el poder de ese incipiente Gobierno mundial. Ella misma lo reconoce: “Quizá el Foro Social Mundial, en conjunción con el Foro Parlamentario Mundial, pudiera ser el embrión de un órgano representativo en el ámbito internacional, pero no estamos ahí todavía”. Su objetivo final es institucionalizarse y dominar la sociedad libre a través de las burocracias mundiales y los impuestos. El socialismo no se hundió con el Muro, sólo cambió de forma.