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La coherencia de la izquierda
Enviado por el día 28 de Febrero de 2004 a las 19:50
AL hilo de una queja del diputado Mangranés -«hasta los estancos, oiga, quitan ahora a los afiliados de la Esquerra para dárselos a los de la Lliga» (Convergencia, diríamos hoy)-, Wenceslao Fernández Flórez tituló «El fondo inalterable del problema catalán» su crónica del 14 de diciembre de 1934 en ABC, que decía así:

«¡Exacta visión la de Cambó, cuando predijo ayer que pasarán los años y los regímenes y los gobernantes, y perdurará el problema político de Cataluña! ¡Y cómo le aplaudían los hombres de la Esquerra, rejuvenecidos sus ardores por la alegre sorpresa de no estar en la cárcel!

»Pero el problema a que se referían unos y otros no es visible para todas las miradas. Por eso se habla con justicia de incomprensión. El problema es de bulto. Tiene una espesa cáscara de oratoria. Se le quita. Aparece otra espesa cáscara de literatura. Se le quita. Y surge otra cáscara sentimental. Y otra histórica. Y otra geográfica. Y otra. Y otra... Y cuando todas han sido separadas, aparece ese estanco del que anteayer hablara el señor Mangranés. El núcleo.

»Pasarán los gobernantes, y los años, y los regímenes. Y el estanco perdurará. Se pulimentarán los «hechos diferenciales», se elaborarán otros nuevos... Pero el estanco estará allí, con su tabla pintada de estos o los otros colores, sus estantes repletos de cajas de cartón o de madera, y las carpetas de sellos en los cajones del mostrador, con efigies que acusen la perecedera y sucesiva celebridad de los hombres y la inmutable ganancia de los tenderos. Detrás de ese mostrador está el reducto definitivo del problema. Cuando sea un «lliguero» el que abra delante del parroquiano el oloroso estuche de los puros, la Esquerra rugirá que las libertades catalanas están pisoteadas y que quieren quedarse solos y que les ahoga la pena de vivir en una afrentosa esclavitud. Cuando sea un «esquerrista» el que despache y cobre los cigarrillos de Cavalla, la Lliga, más débil para las acciones violentas, menos capacitada para el traumatismo, vendrá a tirar de la chaqueta al Estado español, para que le acompañe al estanco, en nombre de una patria grande, y expulse al estanquero enemigo.

»PASARÝN los años y el esquerrista y el de la Lliga pedirán que les dejen también fumarse los puros. Pasarán los regímenes, y de todos obtendrán provecho, arrojando sus votos, como el bárbaro su espada, en el platillo que tasa la cantidad de mercedes. Pasarán los gobernantes, y no habrá ninguno que haga saltar lo que hay de artificioso, de falso, de aldeanismo y de cuquería en ese problema. Se dejarán amenazar, insultar, engañar y creerán en todos los fantasmas. Y el estanco, tragando cuproníqueles. Hoy, para estos; mañana, para los otros. Y, alrededor, una capa de hechos diferenciales, otra de historia, otra de geografía, otra de poesía, otra de elocuencia... (...)

»Y la pálida estrella solitaria va guiando a los románticos paladines hacia el cajón del pan.»

SETENTA años más tarde, por la radio de un taxi oye uno decir que los Rovira, familia de un guardia civil, regentan un estanco en Cambrils. ¿Será esto la «deconstrucción» derridiana de España emprendida por Zapatero con Maragall, por Maragall con Rovira y por Rovira con Pep Vedella? Zapatero, que lo más que ha leído es el manifiesto «¡No es cierto!» de Almodóvar, dice en Madrid que, como Cervantes, nada, pero en Barcelona multa a quien ponga el rótulo del estanco en lengua cervantina. Maragall lee a Rubert de Ventós («Catalunya: de la identitat a la independència»); Rovira, a Suso de Toro (artículos de fondo); y Vedella... Vedella -Ternera, en lengua cervantina-, que es el único que ha leído a Derrida, está de guarda del bosque de Heidegger.