España

Hace siglos, en los estadios de evolución humana previos a la Revolución Industrial, gran parte de la riqueza de una nación se basaba en la fertilidad de los suelos y un clima benigno.

Así pues las civilizaciones florecieron en Mesopotamia, la India, China, el valle del Nilo...

A partir de finales del XVIII la Revolución Industrial acabó con el valor de la agricultura y a la cabeza del mundo se situaron las regiones fabriles inglesas, la Rhur alemana, el noreste de Estados Unidos, motores de la civilización y la economía mundial.

Hoy día, la fábrica ha dejado de ser fuente de riqueza y competitividad. Fabricar zapatos o sacapuntas, incluso televisores o microchips es algo que casi cualquier país puede hacer con un mínimo de inversión, visto el desarrollo tecnológico global.

Una situación política estable y sueldos bajos son lo único que necesita un país para atraer capitales y llenarse de industrias manufactureras sin mayor problema.

Es pues en el sector terciario dónde se corta el bacalao en la actualidad, y sobretodo en el negocio de la información y el espectáculo.

Nadie puede pretender estar en la cresta de la ola sin poseer una industria audiovisual potente e influyente: California, Miami, Londres son los centros que generan esa nueva riqueza que vende productos de consumo fácil y globalizado, que crea modas y valores, que genera mitos a una velocidad de vértigo.

La creatividad es ahí esencial, la gracia, el talento, la capacidad de vender humo, imágenes, logos...

El viejo burgues trabajador y ahorrativo, con su fábrica casi familiar y sus principios estrictos ya no sirve para nada.

En el mercado ultracompetitivo y globalizado es el cosmopolitismo, la capacidad de llegar y emocionar a un mayor número de personas es algo esencial.

Y ahí es donde tienen una importancia decisiva las lenguas a escala intercontinental.

Inglés, Chino y Español son por número de hablantes las mejor situadas para afrontar el nuevo reto.

Pero China está en una fase de desarrollo anterior, viviendo ahora su revolución industrial. Además los hablantes se concentran en un solo país, inmenso, sí, pero uno solo.

Las otras dos lenguas tienen una ventaja añadida: ambas se hablan en EEUU.

así pues nuestra lengua española es un capital de magnitud incalculable, como antaño podía ser una extensión de fértiles regadíos, o una estricta moral de trabajo burguesa.

Dejemos a los países de segunda fabricar pantalones. Compitamos en primera división.

Que los que hablan lenguas minoritarias contaminen sus ríos fabricando abonos y pesticidas, fabriquemos nosotros sueños e ilusiones.

Florentino Pérez lo ha comprendido muy bien.