España

Desde el Proyecto Manhattan, la energía nuclear se ha convertido en una discreta piedra angular de los países industrializados. Y no solamente por o para la producción de energía o para fabricar bombas atómicas. Desde hace décadas, los radioisótopos, por ejemplo, se han convertido en elementos imprescindibles de numerosos procesos industriales, de la medicina, de industrias específicas (como la farmacéutica, la alimentaria), de las técnicas de medición y exploración de materiales, etc. La sociedad industrial debe una parte no menor de su complejidad a la producción y utilización de radioisótopos. Y para poder producir radioisótopos, hay que poseer una industria nuclear de una cierta madurez.

Por eso, los productores de radioisótopos o de elementos industriales basados en la aplicación de principios de la energía nuclear son, lógicamente, países industrializados. Y por eso, también, apenas un país trata de levantar cabeza y alcanza un cierto nivel de industrialización, se le aparece indefectiblemente el espectro de la energía nuclear. O lo incorporan a sus procesos industriales, o se ven en la tesitura de tener que importar cada vez más tecnología de este tipo precisamente cuando la balanza de pagos les está diciendo que la deuda externa es una soga que ya no le deja respirar.

Ahí aparecen entonces los países industrializados encabezados por EEUU. "¿Energía nuclear? ¡Ni hablar! Ustedes lo que quieren es fabricar bombas atómicas para atacar a nuestras democracias". Esta respuesta abre (y ha abierto sistemáticamente) las puertas al desarrollo clandestino de la energía nuclear, como ha sucedido, por otra parte, desde el mismo Proyecto Manhattan y después con todos los países integrantes del club nuclear o que han intentado o intentan acceder a él: la URSS, Gran Bretaña, Francia, China, India, Israel, Pakistán, Libia, Irak, Corea del Norte, Irán...
Los países ricos, encabezados por EEUU, plantean en cada instancia que si la energía nuclear está en manos de competidores o de “países emergentes”, entonces es un riesgo para la proliferación de armas nucleares. El argumento continua con el corolario de siempre: si quieren la tecnología asociada al desarrollo de la energía nuclear, que nos la compren. Pero, claro, bajo las condiciones impuestas por el vendedor. Lo cual implica que el vendedor se convierte en el metrónomo del desarrollo industrial del otro país: le marca el paso, le crea los cuellos de botella y le condiciona políticamente en todos los foros donde coincidan. Y si no acepta estas reglas de juego, entonces se pone en marcha la maquinaria de “la amenaza de las armas de destrucción masiva”.