España

Como ciudadano, no quiero que me controlen el tiempo libre, me digan cómo y en qué idioma debo educar a mis hijos, me definan como consumidor, me promuevan mi derecho de asociacionismo y a tantas otras cosas. Como empresario, rechazo que se fragmente sin justificación económica un mercado ya de por sí pequeño en materias como la laboral, medioambiental, fiscal, financiera o etiquetaje. El Estatut, creando específicos órganos supervisores y particulares normativas sólo para el ámbito catalán, puede frenar la inversión privada en Catalunya, especialmente la del inversor extranjero, que prefiere ventanillas únicas, territorios amplios y procedimientos sencillos. Asociaciones y fundaciones que sirven desde Catalunya a todo el Estado no van a querer someterse a la reglamentación y órganos catalanes sólo por tener aquí su sede social, por lo que se les va a obligar a desplazar sus sedes a Madrid. ¿Quién gana con ello?

Estos exhaustivísimos intervenir,regular,planificar,controlar y ordenar son impropios de la tradición de Catalunya. Pretender además que queden reflejados en una norma fundamental, que requiera de un referéndum cada vez que queramos cambiarla, puede hipotecar nuestro futuro. Me disgusta este maniqueísmo que pretende confundir el ser o no ser buen catalán, o estar en un lado o en el otro del espectro político, con estar a favor o en contra del Estatut, porque impide el debate interno. Soy catalán viejo y estoy orgulloso de serlo, respeto a nuestros líderes políticos de cualquier tendencia, y soy apolítico confeso, pero creo conveniente un Estatut mucho más sobrio, que dé a ciudadanos, empresas e instituciones total libertad para decidir su destino. Menos Estado, venga de donde venga, y más sociedad civil e iniciativa privada. Más libertad y menos protestas. Y, sobre todo, que esa sociedad civil - la de verdad- lea con sentido crítico el Estatut y opine, libremente y en voz alta, sin presiones.

JAIME MALET, abogado