España

Estoy atravesando uno de los peores momentos de mi vida. Aunque tenga que arrepentirme de muchas cosas personales derivadas de decisiones desacertadas, ¡Juro por la tumba de mis padres y de la hija que no llegué a conocer que nunca tuve la más leve intención de hacer daño a nadie!

Soy marido de una gran mujer, única hembra y hermana de dos varones menores. Acepté hace más de 30 años la responsabilidad de hacerme cargo de sus padres después de unos apaños de familia de las que soy reacio, pero que no me importó en absoluto la resolución a que llegaron, eran los padres de mi mujer, suficiente motivo.

Todo marchaba perfectamente. Los hermanos de mi mujer hacían sus vidas y prosperaban de una forma manifiesta, de lo cual me alegra, y nosotros afortunadamente con algunos altibajos, nos íbamos defendiendo.

A mediado de los años ochenta, compramos un piso dos portales más arriba del nuestro con el fin de que los abuelos, los padres de mi mujer, pasaran allí el resto de sus días con el cuidado de mi señora, y por la cercanía de los dos domicilios.. Se puso a nombre de los dos matrimonios, es decir: al de uno de mis cuñados, su mujer, mi mujer y el mío. La aportación se hacía entre las dos a partes iguales.

El abuelo falleció en el año 2000, a los 95 años, el hombre había dado todo lo que pudo de si. La abuela, a la sazón con 83 años y medio inválida por culpa de los años y los huesos, la trajimos a casa, no debía estar sola ni aun en la proximidad de su hija. Sus dos hijos aunque residentes en la misma provincia, si a varios kilómetros de distancia.

El año 2000 el hermano copropietario del piso de los abuelos nos propuso darnos nuestra parte de un valor que él puso, pero mucho menor que el valor de mercado, tasación que aceptamos sin ninguna reserva ya que el motivo era el de vivir ellos con la abuela, y que el barrio les gustaba más que en el donde viven.

Hecha la operación, hicieron obra para acondicionarle a sus gustos, cosa normal, porque el piso estaba tal cual se hizo. Mi mujer y yo mientras nos seguimos haciendo cargo de la abuela, hoy con 87 años, siendo un servidor el encargado de ser el chofer para todas las visitas a al hospital y demás menesteres.

Hace un mes se presenta el hermano en casa para comunicarnos que han decidido vender el piso que teóricamente iba a ser para que la abuela pasara allí el resto de sus días, y sin "excusatio non petita", nos dice que no le guardemos rencor.

El piso, con el metro a la puerta inagurado hace dos años, hoy lo pone a la venta por más de tres veces que lo que nos dio a nosotros.

El daño moral que nos ha hecho es terrible, pero su madre y hermana le perdonan. Pero yo me encuentro en un caos mental que me puede llevar a otro infarto. La canallada es tremenda, y me planteo las siguientes consideraciones.

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