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A Rafer: Una explicación.
Enviado por el día 7 de Enero de 2007 a las 01:33
RETRATO DE UNA MADRE CON SU HIJO

por Franklin Caldera (Managua, 1949)

Por esa tu muerte repentina, prematura, temida, inesperada,
yo que recuerdo tantas voces, tantos rostros ...
no puedo visualizar tus facciones ni evocar tu voz.
Fue necesario olvidarlo todo para conjurar el dolor
de esa “muerte por asfixia”
ocurrida en familia durante un vuelo Managua-Miami.

En Miami, durante la guerra, conociste a mi padre
(nicaragüense, ciudadano estadounidense)
cuando ambos trabajaban en el Aeropuerto.
Él, recibiendo a personalidades de Latinoamérica
en representación del Coordinador de Asuntos Interamericanos.
Tú, en el Despacho de Servicio a los Pasajeros.
(La muerte de tu novio, piloto, en un accidente aéreo,
te había hecho renunciar a tu trabajo de aeromoza de Panam
y aborrecer los aviones... los despegues... los aterrizajes).

Naciste (Elvira) en el estado de Pennsylvania en los años 20;
de ascendencia asturiana (con ancestros en Cangas de Tineo,
hoy Cangas de Narcea).
La Gran Depresión económica del 29, obligó a mi abuela
Mercedes -madrileña, criada en Estados Unidos-,
a emigrar con sus cinco hijos a la Habana,
donde la menor falleció y transcurrió parte de tu niñez (Virita).
Adolescente, te radicaste en Nueva York (Vira),
en casa de tu tía gorda (origen de tu miedo a la obesidad).
Re: A Rafer: Una explicación.
Enviado por el día 7 de Enero de 2007 a las 01:34
En Miami te casaste con mi padre y juntos
(cuando todavía era tu “Tyrone Power”)
se establecieron en Manhattan (la Vera), para después aterrizar
definitivamente en la Managua de la “Doña Vera”;
aquella ciudad asoleada y polvosa donde nací a mitad del siglo,
sobreprotegido por tu aversión a los microbios.
(Allí nació también mi hermana Yvonne,
así llamada en honor a Yvonne de Carlo).

Después ...tu soledad; la inadaptación, el aislamiento.
El puño del páter familias dominante; sus celos patológicos
(difícil vislumbrar en aquel “Big Daddy” al joven que
componía coplas e imitaba a Chevalier).
De niño te acompañaba a todas partes
(“ojos y oídos” inconsciente de mi padre):
A la tienda de conservas de Juan Wong, a la Farmacia San Antonio
(de mis tíos Petronio y Mary,
en quien siempre encontraste apoyo y comprensión).
Largas horas esperándote en antesalas de consultorios y
salones de belleza; releyendo Écran, Cinelandia...
o velándote durante tus prolongadas enfermedades;
dibujando; sumergido en el tomo empastado de Los Miserables o
devorando historietas mexicanas: Vidas Ejemplares, Vidas Ilustres...

Luego llegó la bonanza económica: la casa en Los Robles,
el “Garden Club”. Pero con ella, el miedo a perderlo todo;
al comunismo; a tener que ir a “lavar platos a Miami”
(exilio que la muerte no te dejó ver).

Y el eterno refugio: el cine.
Las salas olorosas a esa mezcla entrañable
de rosetas, humo de cigarrillos y aire acondicionado.
El cine que nos hacía sentir en casa en todas partes.
Me transmitiste las fobias, las depresiones
(la sensación de vivir bajo una espada de Damocles);
pero también el amor al Hollywood en technicolor y blanco y negro.
A Fra Angélico, al quattrocento, al Caravaggio y a Van Gogh.
A la música de los elepés: “Abril en Portugal”, Perry Como,
el Concierto de Varsovia, la polonesa de Chopín, la Rapsodia Húngara.
(De mi padre heredé lo telúrico: la formación académica,
la adicción al trabajo, la dipsomanía, la proclividad al amor profano;
junto con la pasión por Darío y los tangos de Gardel).

Los domingos, las campanas evocaban lo ignoto:
el tercer misterio, el pecado mortal, el otro mundo.
El rezo del rosario. La misa de doce en Catedral,
los pordioseros en el atrio.
Los desfiles, las procesiones, los entierros...

15 años tenía la última vez que hablamos.
¡Yo que recuerdo tantas voces, tantos rostros...!

..............

Saludos.