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SISTEMA PROGRAMADOR
Enviado por el día 10 de Diciembre de 2003 a las 11:05


EL PROGRAMADOR


A la hora de realizar un estudio relativo a la forma en que las personas nos integramos en las sociedades modernas, se observa que una de las características más reseñables es precisamente, el hecho contrario y es que no nos integramos. Es decir, no nos convertimos en parte de una colectividad a la que en realidad pertenecemos, sino que actuamos como un todo único, rodeados de otros tantos todos, igualmente únicos. En efecto, toda la población asume, que lo más importante, de hecho lo único importante, es uno mismo y cuanto a uno le sucede, ya que no siente responsabilidad alguna, respecto a hechos que no les afecten directamente. Se entiende en consecuencia, que cada individuo es responsable único de cuanto le ocurra, no considerando, al individuo en general, en ningún caso, garante de los derechos y libertades del resto. Esta es una creencia profundamente interiorizada por la mayoría. No existe un sentimiento de pertenencia a una colectividad, en la que el individuo encuentra protección y apoyo.
Esta individualización se pone de manifiesto de muy diversas maneras, pero hay una digna de ser reseñada. Cuando por un determinado acontecimiento, de gran proyección social y de carácter indudablemente injusto, una mayoría del colectivo manifiesta su disconformidad de manera unitaria, aún cuando el fenómeno que suscitó dicha respuesta no se haya extinguido, el grado de malestar entre los individuos, se disipa rápidamente. Esto es, en cuanto la exigencia de respuesta se dilata mínimamente en el tiempo, esta desaparece y es sustituida inmediatamente por cualquier otro fenómeno, de carácter igualmente injusto, pero que no requiere de compromiso alguno. Efectivamente, detrás de actitudes como esta, reside una total desconfianza en la capacidad del colectivo, de cambiar aquello que le parece injusto, que de hecho lo es y se traduce en una enorme variabilidad en el orden de las aparentes preocupaciones del individuo.
Este distanciamiento interpersonal, que se manifiesta en situaciones extremas, analizado en ámbitos más próximos, se presenta de igual manera. Cuando alguien es víctima de una desgracia, de la naturaleza que sea, se produce una respuesta inmediata, en el mejor de los casos, mediante la cual el testigo trata de minimizar los efectos de ésta. Pero cuando la necesidad de la víctima exige un acompañamiento, por breve que este sea, la respuesta no tarda en manifestarse en forma de miedo en primer lugar, por la exigencia de implicación y de rechazo ante lo que es juzgado como un problema ajeno, del que no se tiene por qué ser parte. Es en estos casos, en los que se evidencia con mayor claridad, ese sentimiento de no pertenencia a un colectivo, del que como queda de manifiesto se es parte.



Conductas de estas características, provocan en el individuo una sensación de desarraigo y de impotencia para afrontar los dilemas morales que se le presentan en la vida, (la existencia, el amor, la muerte, etc.) por lo que activa mecanismos de defensa para poder seguir siendo parte de un colectivo éticamente atomizado y que no se conforma como un lugar seguro y protegido. Por ello, reduce su ámbito de relaciones y disocia todas aquellas circunstancias moralmente desestabilizadoras, adquiriendo para ello hábitos carentes de todo sentido solidario o compasivo. En consecuencia, al objeto de eludir cualquier situación potencialmente insegura, desde una perspectiva ética, opta por reducir sus relaciones interpersonales al ámbito de lo trivial y lo material, convergiendo en este espacio con un gran número de semejantes, ávidos de liberarse de cualquier pensamiento perturbador. Esto confiere a ese colectivo una apariencia externa de unión y protección para aquellos que lo conforman, pero que no tarda en mostrarse como un reflejo bonito, pero reflejo en definitiva, de la sociedad de la que nace.
El efecto de este tipo de mecanismos de defensa, no tardan en manifestarse en la mente del individuo y es que cuando éste es víctima de cualquier situación que le cause desprotección, fruto de la cual sufra un daño emocional, recibirá como respuesta, aquella que él mismo había modelado, con el propósito de defenderse de situaciones análogas.
Este tipo de comportamientos esquivos, que propician un gran aislamiento del individuo, así como una gran vulnerabilidad y que difícilmente pueden considerarse como indicadores de una buena calidad de vida, facilitan la aceptación de determinadas creencias, que son incorporadas de manera irracional, por mentes previamente preparadas a tal efecto.
Pero como no podía ser de otra manera, lo que a muchos perjudica a alguien beneficia. De modo que si este tipo de actos disociadores, tiene algún beneficiario, sin duda es aquel que proporciona toda clase de productos de entretenimiento y distracción al objeto de obtener un rédito económico. Sin embargo esta ganancia económica no le libra de padecer los mismos males que aquellos que compran su producto, ya que el mecanismo de disociación que éste emplea, es el dinero en si mismo. Resultando ser este el mayor logro del sistema capitalista, consistente en hacer de sus víctimas sus más devotos defensores.








Parece así evidente, que la incorporación de determinadas creencias, con facultad de valor y que en consecuencia vienen a determinar la personalidad del individuo, no son fruto del azar del proceso evolutivo, sino que más bien obedece a una determinada forma de entender la vida, por parte de colectivos con el poder necesario, para difundir su ideario por interés personal y en ningún caso tratar de beneficiar a la mayoría.
Si la visión del fenómeno descrito, no parece ser beneficioso para los ciudadanos de los países dónde se aplica, la visión de los efectos que este sistema causa, en países del tercer y cuarto mundo, resulta apocalíptico.
Por todo ello, parece evidente que la historia de la humanidad la seguirán escribiendo los vencedores de una guerra, que en este caso tiene como víctimas al noventa y cinco por ciento de la población mundial, declarada por ellos al enemigo más temido jamás, la libertad de pensamiento.


Fdo. Santiago GONZALEZ