España

Allí estaba ella, de luto, sencilla, con los ojos llorosos y enrojecidos, con la voz débil y quebrada, pero hermosa, digna, fuerte y segura.

No había tenido asesores de imagen, no había ensayado poses, ningún equipo de profesionales había diseñado su aspecto. No se había aprendido ningún discurso de memoria, ningún estudio sociológico avalaba sus palabras, no se dirigía a colectivos o minorías, tampoco se dirigia al ciudadano medio o al votante tipo.

No se jugaba ninguna carrera política, no estaba en sus manos ninguna decisión geoestratégica ni el enviar soldados a matar y a morir.

Nadie llevaba meses especulando con su comparecencia, nadie hablaba de momento histórico ni de reforzamiento de la democracia ni de nuevo talante.

Era una madre que había perdido a su hijo.

Por eso estaba allí. A Pilar le mataron a su hijo Daniel el pasado 11 de marzo. Por esa única razón hablaba allí.

Leyendo, a verces entre sollozos mal reprimidos, a veces con errores y dudas, sin efectos ni efectismos. En su llanto no estaba el ganar o no un concurso, no se jugaba un papel en una película de cine, no buscaba conmover.

Su dolor era real y profundo,y surgía como un manatial silvestre a pesar de sus esfuerzos por disimularlo. Tenía la hermosura y la fuerza de las cosas reales y profundas. tenía la severa dignidad de la madre que ha perdido a su hijo por culpa de la maldad y la miseria humana.

El día que olvidemos lo que significa el dolor de una madre de luto, la hondura de su angustia y de su soledad, ese día la humanidad estará perdida. Los protestantes lo olvidaron hace casi 500 años. Olvidaron que lo que nos redimía no era lo que decía hijo, ni siquiera su muerte, sino el dolor profundo de la madre.