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LA SUCESIÓN.

Castro: la última confesión
Manuel Malavert

El problema de la sucesión desvela a Fidel Castro, según se desprende de la larga entrevista de más de 100 horas que concedió al editor y sociólogo español Ignacio Ramonet, de Le Monde Diplomatique, y cuyos primeros extractos publicara El País de Madrid.

Un conato de biografía al parecer definitivo -y quizá el último, puesto que dentro de meses cumplirá 80 años- pero en el cual el caudillo cubano extrañamente no vuelve sobre los hitos que jalonaron su zaga, sino sobre el espinoso y siempre improbable tema de la sucesión.

Y pareciera que el hombre tiene miedo, que ya próximo a la rendición de cuentas final intuyera, percibiera, presintiera que quién sabe si por tal o cual imprevisto, si por éste o aquel detalle un día, después de exhalado el último suspiro, la herencia empieza a fragmentarse, a destruirse, a deconstruirse y en cuestión de días, del dictador no quede sino un mal recuerdo.

Porque sucesión más meditada, pautada, calculada y monitoreada que la de Stalin, dificulto; y sin embargo, fue solo asunto de días, semanas, meses para que el nombre del tirano más poderoso, temido y adulado del siglo XX pasara a ser una horrible, abominable e impronunciable palabra.

En cuanto a Mao, ni hablar... Estaba confiado y quizá aspiraba a que su era fuera resumida en letras de oro en un obelisco que contara que, a diferencia del gobernante que más admiró y con el cual gustaba compararse, el primer emperador, Chin Chi Huang Ti, su reinado había durado algo más de 30 años y su dinastía, que era la del Partido Comunista maoísta, alcanzaría los 1000 años.

Fue seguramente la misma confianza que tuvo el otro gran dictador del siglo XX que murió en su cama, el español Francisco Franco, quien después de 40 años en el poder pensó quizá que había modelado el alma española de una vez y para siempre.

Hoy ya solo se habla y escribe de Stalin, Mao y Franco para buscarle respuesta a la pregunta de hasta dónde es capaz de extraviarse el alma humana en su sed infinita de poder, del móvil que más allá de toda mesura, límite y fiabilidad la lanza por un laberinto en el cual la crueldad, la impiedad y la deslealtad pasan a ser las solas huellas de su paso por este mundo.

Pero sobre todo: ¿Por qué millones, decenas de millones, centenas de millones de personas se acostumbran a tolerar al dictador, a coexistir con él, a convivir con él? ¿Cómo se avienen a vivir con la mentira institucionalizada, con la incautación de sus derechos y a esperar que solo por la vía de la fatalidad biológica ocurra el milagro de movilizarse contra el déspota y su herencia? Y pienso yo que debe ser por eso que en los extractos de la larga entrevista que recientemente se publicara, Castro ya no dice que el imperialismo norteamericano es la principal amenaza para su legado histórico, para el socialismo, sino... ¡adivinen!... el pueblo cubano.