Hispanoamérica
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La Lidia de Toros, otra basura que nos regaló la Madrastra!
Enviado por el día 1 de Noviembre de 2004 a las 19:34
Esa vieja madrastra y mala madre, la vieja España, nos regaló otra basura, indigna de un ser humano: Un pato en mallas, que dice ser hombre, torturando a un toro:
Una de las últimas aberraciones que he tenido la desgracia de escuchar es la de la propuesta hispano-mexicana de introducir la lidia de toros en la isla. Una idea seguramente emanada del cráneo errático del comandante en jefe y depuesta en las oficinas de exteriores de los 3 países como una tarea prioritaria para ejecutar. ¿Qué dudas nos pueden quedar de que nos encontramos frente a otra barrabasada más de ese desgobierno? ¿Cuál es la diferencia entre torturar a un animal o matarlo en una plaza de toros? ¿Cómo se puede ser tan imbécil para algunas cosas y tan macabramente inteligente para otras?
Para los que no lo saben, voy a hacerles una breve descripción de lo que es la lidia de toros en España. En principio, y a pesar del amor alcoholizado de Hemingway por \"La Fiesta\" (y la siesta), parece ser un remanente romano de los circos de gladiadores y leones, pero al que acude sólo una casta ibérica que paga con pesetas esa grata oportunidad de difamar del prójimo. Son personas de edad avanzada, o solterones pasados los 40 que han utilizado durante siglos las gradas de la plaza de toros para exhibir sus prendas, criticar al vecino de al lado, y gritar a coro cuando se burla la fuerza de un animal, \"olé\". Claro que la popularidad de esta forma de sacrificio vacuno va en picada y ya apenas se llena la mitad del ruedo que tiene sombra, pero abajo, en la arena, hay un atajo de asesinos vestidos como intestinos constipados (pero pagados como profesores universitarios) que se dedican a acosar al cansado toro y con el único objetivo de hacerlo sufrir hasta la muerte.
Primero lo rejonean en el primer tercio unos gordiflones a caballo (se supone que toreros retirados cuyos trajes les han quedado ya chiquitos), para sacarle sangre y enardecer con ella al público. Luego, en el segundo tercio, comprueban que este indefenso y flojo de patas (como ocurre con casi todos los toros de miura en la península), para llenarle de banderillas el lomo con alarde (ellos lo llaman garbo) y alevosía. Al final, cuando ya el pobre animal está malherido y exhausto, viene el que se supone es el torero principal, saca una espada como si se enfrentara a un dragón, pone la boca como una trucha que no puede respirar, e intenta una, dos, tres, cuatro y cientos de veces si fuera necesario, meterle el sable directo al corazón. Sin embargo, fallan tanto, que el ungulado queda hecho picadillo en vida, cortado desde el lomo por cientos de lugares y vomitando sangre sin cesar. ¿Qué bello no?
Una de las últimas aberraciones que he tenido la desgracia de escuchar es la de la propuesta hispano-mexicana de introducir la lidia de toros en la isla. Una idea seguramente emanada del cráneo errático del comandante en jefe y depuesta en las oficinas de exteriores de los 3 países como una tarea prioritaria para ejecutar. ¿Qué dudas nos pueden quedar de que nos encontramos frente a otra barrabasada más de ese desgobierno? ¿Cuál es la diferencia entre torturar a un animal o matarlo en una plaza de toros? ¿Cómo se puede ser tan imbécil para algunas cosas y tan macabramente inteligente para otras?
Para los que no lo saben, voy a hacerles una breve descripción de lo que es la lidia de toros en España. En principio, y a pesar del amor alcoholizado de Hemingway por \"La Fiesta\" (y la siesta), parece ser un remanente romano de los circos de gladiadores y leones, pero al que acude sólo una casta ibérica que paga con pesetas esa grata oportunidad de difamar del prójimo. Son personas de edad avanzada, o solterones pasados los 40 que han utilizado durante siglos las gradas de la plaza de toros para exhibir sus prendas, criticar al vecino de al lado, y gritar a coro cuando se burla la fuerza de un animal, \"olé\". Claro que la popularidad de esta forma de sacrificio vacuno va en picada y ya apenas se llena la mitad del ruedo que tiene sombra, pero abajo, en la arena, hay un atajo de asesinos vestidos como intestinos constipados (pero pagados como profesores universitarios) que se dedican a acosar al cansado toro y con el único objetivo de hacerlo sufrir hasta la muerte.
Primero lo rejonean en el primer tercio unos gordiflones a caballo (se supone que toreros retirados cuyos trajes les han quedado ya chiquitos), para sacarle sangre y enardecer con ella al público. Luego, en el segundo tercio, comprueban que este indefenso y flojo de patas (como ocurre con casi todos los toros de miura en la península), para llenarle de banderillas el lomo con alarde (ellos lo llaman garbo) y alevosía. Al final, cuando ya el pobre animal está malherido y exhausto, viene el que se supone es el torero principal, saca una espada como si se enfrentara a un dragón, pone la boca como una trucha que no puede respirar, e intenta una, dos, tres, cuatro y cientos de veces si fuera necesario, meterle el sable directo al corazón. Sin embargo, fallan tanto, que el ungulado queda hecho picadillo en vida, cortado desde el lomo por cientos de lugares y vomitando sangre sin cesar. ¿Qué bello no?
