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Los héroes de la civilización
Enviado por el día 31 de Marzo de 2004 a las 21:45
Los héroes de la civilización
Un ensayo polémico. Se acaba de publicar Human Accomplishment, de Charles Murray, un libro en que el escritor norteamericano estudia la búsqueda de la excelencia en las artes y las ciencias. En las 660 páginas del volumen, el autor revisa la contribución que personalidades hicieron desde 800 a.C. hasta 1950 d.C. para cambiar el nivel de vida de la especie humana
Charles Murray ha ampliado enormemente su campo de acción. En 1994, publicó, junto con Richard J. Herrnstein, The Bell-Curve: Intelligence and Class Structure in American Life. Ahora, en Human Accomplishment (HarperCollins), estudia los logros de la humanidad desde 800 a.C. hasta 1950 d.C.; toma catorce áreas vitales, identifica a las 4002 personas que más se destacaron en ellas y las analiza para ver si tuvieron algo en común. El resultado es nada menos que "un compendio de nuestra especie", cargado de lecciones tan valiosas como discutibles.
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Su tamiz es la historia. Sus sujetos, desde Homero hasta Crick, son aquellos a quienes las generaciones subsiguientes identificaron como los héroes de la civilización. Ellos, con sus ideas, sacaron a rastras a sus congéneres de sus chozas de adobe y paja, y los metieron a empujones en las naves espaciales. Murray los seleccionó guiándose por libros tales como Science and Civilisation in China (1954), de Joseph Needham, más que por sus prejuicios. Su metodología, fundada en una cantidad pasmosa de datos reales y material bibliográfico, contribuye a situar la obra por encima de cualquier otro ensayo contracultural de esta década.
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"Que Rembrandt haya sido un artista más grande que, por ejemplo, Edward Hopper, o Dante un poeta más grande que Carl Sandburg es algo más que una cuestión opinable", sostiene Murray, titular de la beca W. H. Brady para el estudio de la cultura y la libertad en el American Enterprise Institute de Washington. Luego, a lo largo de 660 páginas, explica por qué. Quien desee argüir que Eminem es, de algún modo, el equivalente de Mozart, debería leer este libro. "La excelencia posee cualidades que podemos identificar, evaluar y comparar mediante un análisis transversal de las obras", afirma Murray. Y hace exactamente eso.
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Elige los siguientes campos de la actividad humana: literatura, filosofía, música, artes visuales, astronomía, biología, química, ciencias de la Tierra, física, matemática, medicina y tecnología. Explica minuciosamente por qué excluyó el derecho, la política y el gobierno. Por ejemplo, no menciona a Thomas Jefferson ni a Benjamin Franklin. Tampoco figuran los inventores de herramientas tales como la imprenta y la rueda, por revolucionario que haya sido su uso. Murray centra su atención en catorce "metainvenciones", es decir, ideas engendradoras de cambios que conmocionaron las prácticas o las obras: los números arábigos, incluido el cero (India, siglo VIII), el realismo artístico (Grecia, ca. 500 a.C.), la perspectiva lineal (Italia, ca. 1413), el arte abstracto (Francia, fines del siglo XIX), la polifonía (Francia, siglos XI-XIII), el drama (Grecia e India), la novela (Europa, después de 1500), la meditación (India, ca. 200 a.C.), la lógica (Atenas, siglo IV a.C.), la ética (China, India y Grecia, 520-320 a.C.), la probabilidad y la calibración de la incertidumbre (Europa, 1565-1657), la prueba matemática (Grecia, 585 a.C.), la observación laica de la naturaleza (Grecia y China, ca. 600 a.C.) y el método científico (Europa, 1589-1687).
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Cada uno tendrá sus opiniones acerca de estas catorce áreas, pero el libro de Murray es mucho más que un mero juego intelectual de salón por el razonamiento implacable con que persigue su presa final: explicar por qué determinadas regiones del planeta, en determinados períodos de su evolución, han tenido erupciones repentinas de logros maravillosos, mientras que otras han pasado siglos enteros encenagadas en una ignorancia relativa. Sus conclusiones incomodarán bastante a quienes se debaten agobiados por ciertas ilusiones políticamente correctas, tales como suponer que un pastor de cabras camboyano del siglo V a.C. poseía exactamente el mismo talento natural y podía hacer un aporte a la filosofía, la literatura o el arte exactamente igual al de un ciudadano ateniense coetáneo, un londinense de mediados del siglo XVIII o un parisiense de fines del siglo XIX, respectivamente.
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Murray toma escrupulosamente en cuenta todos los factores ambientales y circunstanciales, y admite: "Si el 90 por ciento de la población de un país vive de la agricultura casi en un nivel de mera subsistencia, sin educación, aislado del mundo exterior, una cifra cercana al 90 por ciento de los Faradays y Cézannes en potencia seguirán subsistiendo como agricultores y esposas de agricultores". Pero sus investigaciones lo han llevado a la conclusión ineludible de que, si bien los antiguos filósofos y escritores chinos, indios y griegos merecen una ojeada honrosa, la parte del león en cuanto a los premios intelectuales ganados por el Homo sapiens desde 1400 se la llevan Inglaterra y Escocia, Francia, Alemania e Italia. (A decir verdad, un mapa de los lugares de nacimiento de los triunfadores reduce aún más la región: queda un hexágono bastante estrecho, limitado por Nápoles, Marsella, Dorset, Glasgow, Wroclaw y el extremo septentrional de Dinamarca.) En efecto, la gran mayoría de los 4.002 próceres mundiales han sido varones europeos 100 por ciento blancos (en especial, si se incluye a los norteamericanos en ese baúl étnico que es el calificativo "europeo"). Cuando Nigeria afirma haber inventado el teléfono o Chad la electricidad, no hacen otra cosa que subrayar tristemente el hecho innegable de que, pese a su enorme población, el aporte de Ýfrica al progreso humano a partir de 800 a.C. ha sido casi mínimo. Lo mismo cabe decir de muchas otras áreas del planeta, vastas y muy pobladas, durante gran parte de nuestra historia.
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En cambio, los judíos, en especial los oriundos de Europa central y oriental, han contribuido de manera asombrosa a toda la gama de logros humanos, pese a constituir una fracción diminuta de la población mundial y haber padecido, por muchos siglos, restricciones legales en numerosas zonas de intensa actividad intelectual. Aunque, en un sentido estricto, exceden los límites cronológicos de su estudio, Murray analiza las estadísticas de ganadores de premios Nobel desde 1951 hasta 2000. Vemos así que el 32 por ciento de los premios en medicina, otro tanto en física, el 39 por ciento en economía y el 29 por ciento de todos los galardones científicos se adjudicaron a personas de ascendencia judía, un grupo que constituye menos del 0,5 por ciento de la población mundial. Murray propone varias explicaciones. Una de ellas atribuye un papel decisivo a los milenios de educación de la mujer: "Una cultura en que los varones con los más altos coeficientes intelectuales se quedan con la flor y nata de las mujeres, a lo largo de los siglos probablemente llegará a ser un pueblo con un alto coeficiente intelectual medio".
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A la inversa, las mujeres sólo representan el 2 por ciento del palmarés. Hay apenas 6 físicas, 4 matemáticas, 5 astrónomas y 37 nombres en la categoría "literatura occidental", pero ninguna artista japonesa o filósofa. "No hay compositoras de primer nivel; en el segundo, hay tan sólo unas pocas", señala Murray. Es un caso similar al de los judíos. Históricamente, las leyes y las presiones sociales les impidieron participar en diversas esferas de actividad, pero no en todas. En algunas, la grandeza les ha sido esquiva por razones que Murray explica con escaso respeto por la sensibilidad feminista moderna. "No deberíamos sorprendernos ni desalentarnos al descubrir que la maternidad atempera la obsesión devoradora que, a menudo, es preciso tener para lograr grandes éxitos en las artes y las ciencias", escribe.
.
A raíz de sus descubrimientos, su libro ha sido tildado de "elitista" y "criticón". Presumo que Murray se declararía alegremente culpable de ambos cargos. Toda la obra es una exaltación de las elites que, hasta una época muy reciente de nuestra historia, crearon casi todo lo que vale la pena tener y hace que la vida sea física, social e intelectualmente soportable. Su autor demuestra cómo el totalitarismo ha sido desastroso para la creatividad, en tanto que la creencia en un ser superior la ha beneficiado considerablemente. Asimismo, sostiene que hay señales perceptibles de que el gráfico de la relación logros-tiempo ha venido cayendo desde 1950 (el libro abunda en gráficos y tablas). Esto encierra connotaciones inquietantes en cuanto al futuro de la humanidad e induce a preguntarse cuántos genios en potencia perecieron en el Holocausto.
.
Murray pasó seis años en Tailandia y aprecia profundamente numerosas culturas no europeas. No se lo puede acusar de desconocer otras civilizaciones. Plantea y aborda diversas cuestiones accesorias: la inmigración, el crecimiento demográfico, las contraposiciones catolicismo vs. protestantismo y naturaleza vs. crianza y educación; la homosexualidad y su relación con el esfuerzo artístico, cómo construyeron los incas las murallas de Sacsayhuamán, si en ocasiones la guerra y la creatividad van de la mano, lo absurdo del análisis sociológico marxista, el papel de la universidad moderna, etcétera. Todas ellas sirven también para confirmar que este libro constituye una tesis central para cuantos se interesen por responder a los interrogantes vitales acerca de la civilización mundial y la realización del hombre.
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Por Andrew Roberts
Times Literary Supplement, Londres
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TLS Education Limited 2004
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
.<< Comienzo de la notaCharles Murray ha ampliado enormemente su campo de acción. En 1994, publicó, junto con Richard J. Herrnstein, The Bell-Curve: Intelligence and Class Structure in American Life. Ahora, en Human Accomplishment (HarperCollins), estudia los logros de la humanidad desde 800 a.C. hasta 1950 d.C.; toma catorce áreas vitales, identifica a las 4002 personas que más se destacaron en ellas y las analiza para ver si tuvieron algo en común. El resultado es nada menos que "un compendio de nuestra especie", cargado de lecciones tan valiosas como discutibles.
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Su tamiz es la historia. Sus sujetos, desde Homero hasta Crick, son aquellos a quienes las generaciones subsiguientes identificaron como los héroes de la civilización. Ellos, con sus ideas, sacaron a rastras a sus congéneres de sus chozas de adobe y paja, y los metieron a empujones en las naves espaciales. Murray los seleccionó guiándose por libros tales como Science and Civilisation in China (1954), de Joseph Needham, más que por sus prejuicios. Su metodología, fundada en una cantidad pasmosa de datos reales y material bibliográfico, contribuye a situar la obra por encima de cualquier otro ensayo contracultural de esta década.
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"Que Rembrandt haya sido un artista más grande que, por ejemplo, Edward Hopper, o Dante un poeta más grande que Carl Sandburg es algo más que una cuestión opinable", sostiene Murray, titular de la beca W. H. Brady para el estudio de la cultura y la libertad en el American Enterprise Institute de Washington. Luego, a lo largo de 660 páginas, explica por qué. Quien desee argüir que Eminem es, de algún modo, el equivalente de Mozart, debería leer este libro. "La excelencia posee cualidades que podemos identificar, evaluar y comparar mediante un análisis transversal de las obras", afirma Murray. Y hace exactamente eso.
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Elige los siguientes campos de la actividad humana: literatura, filosofía, música, artes visuales, astronomía, biología, química, ciencias de la Tierra, física, matemática, medicina y tecnología. Explica minuciosamente por qué excluyó el derecho, la política y el gobierno. Por ejemplo, no menciona a Thomas Jefferson ni a Benjamin Franklin. Tampoco figuran los inventores de herramientas tales como la imprenta y la rueda, por revolucionario que haya sido su uso. Murray centra su atención en catorce "metainvenciones", es decir, ideas engendradoras de cambios que conmocionaron las prácticas o las obras: los números arábigos, incluido el cero (India, siglo VIII), el realismo artístico (Grecia, ca. 500 a.C.), la perspectiva lineal (Italia, ca. 1413), el arte abstracto (Francia, fines del siglo XIX), la polifonía (Francia, siglos XI-XIII), el drama (Grecia e India), la novela (Europa, después de 1500), la meditación (India, ca. 200 a.C.), la lógica (Atenas, siglo IV a.C.), la ética (China, India y Grecia, 520-320 a.C.), la probabilidad y la calibración de la incertidumbre (Europa, 1565-1657), la prueba matemática (Grecia, 585 a.C.), la observación laica de la naturaleza (Grecia y China, ca. 600 a.C.) y el método científico (Europa, 1589-1687).
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Cada uno tendrá sus opiniones acerca de estas catorce áreas, pero el libro de Murray es mucho más que un mero juego intelectual de salón por el razonamiento implacable con que persigue su presa final: explicar por qué determinadas regiones del planeta, en determinados períodos de su evolución, han tenido erupciones repentinas de logros maravillosos, mientras que otras han pasado siglos enteros encenagadas en una ignorancia relativa. Sus conclusiones incomodarán bastante a quienes se debaten agobiados por ciertas ilusiones políticamente correctas, tales como suponer que un pastor de cabras camboyano del siglo V a.C. poseía exactamente el mismo talento natural y podía hacer un aporte a la filosofía, la literatura o el arte exactamente igual al de un ciudadano ateniense coetáneo, un londinense de mediados del siglo XVIII o un parisiense de fines del siglo XIX, respectivamente.
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Murray toma escrupulosamente en cuenta todos los factores ambientales y circunstanciales, y admite: "Si el 90 por ciento de la población de un país vive de la agricultura casi en un nivel de mera subsistencia, sin educación, aislado del mundo exterior, una cifra cercana al 90 por ciento de los Faradays y Cézannes en potencia seguirán subsistiendo como agricultores y esposas de agricultores". Pero sus investigaciones lo han llevado a la conclusión ineludible de que, si bien los antiguos filósofos y escritores chinos, indios y griegos merecen una ojeada honrosa, la parte del león en cuanto a los premios intelectuales ganados por el Homo sapiens desde 1400 se la llevan Inglaterra y Escocia, Francia, Alemania e Italia. (A decir verdad, un mapa de los lugares de nacimiento de los triunfadores reduce aún más la región: queda un hexágono bastante estrecho, limitado por Nápoles, Marsella, Dorset, Glasgow, Wroclaw y el extremo septentrional de Dinamarca.) En efecto, la gran mayoría de los 4.002 próceres mundiales han sido varones europeos 100 por ciento blancos (en especial, si se incluye a los norteamericanos en ese baúl étnico que es el calificativo "europeo"). Cuando Nigeria afirma haber inventado el teléfono o Chad la electricidad, no hacen otra cosa que subrayar tristemente el hecho innegable de que, pese a su enorme población, el aporte de Ýfrica al progreso humano a partir de 800 a.C. ha sido casi mínimo. Lo mismo cabe decir de muchas otras áreas del planeta, vastas y muy pobladas, durante gran parte de nuestra historia.
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En cambio, los judíos, en especial los oriundos de Europa central y oriental, han contribuido de manera asombrosa a toda la gama de logros humanos, pese a constituir una fracción diminuta de la población mundial y haber padecido, por muchos siglos, restricciones legales en numerosas zonas de intensa actividad intelectual. Aunque, en un sentido estricto, exceden los límites cronológicos de su estudio, Murray analiza las estadísticas de ganadores de premios Nobel desde 1951 hasta 2000. Vemos así que el 32 por ciento de los premios en medicina, otro tanto en física, el 39 por ciento en economía y el 29 por ciento de todos los galardones científicos se adjudicaron a personas de ascendencia judía, un grupo que constituye menos del 0,5 por ciento de la población mundial. Murray propone varias explicaciones. Una de ellas atribuye un papel decisivo a los milenios de educación de la mujer: "Una cultura en que los varones con los más altos coeficientes intelectuales se quedan con la flor y nata de las mujeres, a lo largo de los siglos probablemente llegará a ser un pueblo con un alto coeficiente intelectual medio".
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A la inversa, las mujeres sólo representan el 2 por ciento del palmarés. Hay apenas 6 físicas, 4 matemáticas, 5 astrónomas y 37 nombres en la categoría "literatura occidental", pero ninguna artista japonesa o filósofa. "No hay compositoras de primer nivel; en el segundo, hay tan sólo unas pocas", señala Murray. Es un caso similar al de los judíos. Históricamente, las leyes y las presiones sociales les impidieron participar en diversas esferas de actividad, pero no en todas. En algunas, la grandeza les ha sido esquiva por razones que Murray explica con escaso respeto por la sensibilidad feminista moderna. "No deberíamos sorprendernos ni desalentarnos al descubrir que la maternidad atempera la obsesión devoradora que, a menudo, es preciso tener para lograr grandes éxitos en las artes y las ciencias", escribe.
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A raíz de sus descubrimientos, su libro ha sido tildado de "elitista" y "criticón". Presumo que Murray se declararía alegremente culpable de ambos cargos. Toda la obra es una exaltación de las elites que, hasta una época muy reciente de nuestra historia, crearon casi todo lo que vale la pena tener y hace que la vida sea física, social e intelectualmente soportable. Su autor demuestra cómo el totalitarismo ha sido desastroso para la creatividad, en tanto que la creencia en un ser superior la ha beneficiado considerablemente. Asimismo, sostiene que hay señales perceptibles de que el gráfico de la relación logros-tiempo ha venido cayendo desde 1950 (el libro abunda en gráficos y tablas). Esto encierra connotaciones inquietantes en cuanto al futuro de la humanidad e induce a preguntarse cuántos genios en potencia perecieron en el Holocausto.
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Murray pasó seis años en Tailandia y aprecia profundamente numerosas culturas no europeas. No se lo puede acusar de desconocer otras civilizaciones. Plantea y aborda diversas cuestiones accesorias: la inmigración, el crecimiento demográfico, las contraposiciones catolicismo vs. protestantismo y naturaleza vs. crianza y educación; la homosexualidad y su relación con el esfuerzo artístico, cómo construyeron los incas las murallas de Sacsayhuamán, si en ocasiones la guerra y la creatividad van de la mano, lo absurdo del análisis sociológico marxista, el papel de la universidad moderna, etcétera. Todas ellas sirven también para confirmar que este libro constituye una tesis central para cuantos se interesen por responder a los interrogantes vitales acerca de la civilización mundial y la realización del hombre.
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Por Andrew Roberts
Times Literary Supplement, Londres
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TLS Education Limited 2004
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
.Charles Murray ha ampliado enormemente su campo de acción. En 1994, publicó, junto con Richard J. Herrnstein, The Bell-Curve: Intelligence and Class Structure in American Life. Ahora, en Human Accomplishment (HarperCollins), estudia los logros de la humanidad desde 800 a.C. hasta 1950 d.C.; toma catorce áreas vitales, identifica a las 4002 personas que más se destacaron en ellas y las analiza para ver si tuvieron algo en común. El resultado es nada menos que "un compendio de nuestra especie", cargado de lecciones tan valiosas como discutibles.
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Su tamiz es la historia. Sus sujetos, desde Homero hasta Crick, son aquellos a quienes las generaciones subsiguientes identificaron como los héroes de la civilización. Ellos, con sus ideas, sacaron a rastras a sus congéneres de sus chozas de adobe y paja, y los metieron a empujones en las naves espaciales. Murray los seleccionó guiándose por libros tales como Science and Civilisation in China (1954), de Joseph Needham, más que por sus prejuicios. Su metodología, fundada en una cantidad pasmosa de datos reales y material bibliográfico, contribuye a situar la obra por encima de cualquier otro ensayo contracultural de esta década.
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"Que Rembrandt haya sido un artista más grande que, por ejemplo, Edward Hopper, o Dante un poeta más grande que Carl Sandburg es algo más que una cuestión opinable", sostiene Murray, titular de la beca W. H. Brady para el estudio de la cultura y la libertad en el American Enterprise Institute de Washington. Luego, a lo largo de 660 páginas, explica por qué. Quien desee argüir que Eminem es, de algún modo, el equivalente de Mozart, debería leer este libro. "La excelencia posee cualidades que podemos identificar, evaluar y comparar mediante un análisis transversal de las obras", afirma Murray. Y hace exactamente eso.
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Elige los siguientes campos de la actividad humana: literatura, filosofía, música, artes visuales, astronomía, biología, química, ciencias de la Tierra, física, matemática, medicina y tecnología. Explica minuciosamente por qué excluyó el derecho, la política y el gobierno. Por ejemplo, no menciona a Thomas Jefferson ni a Benjamin Franklin. Tampoco figuran los inventores de herramientas tales como la imprenta y la rueda, por revolucionario que haya sido su uso. Murray centra su atención en catorce "metainvenciones", es decir, ideas engendradoras de cambios que conmocionaron las prácticas o las obras: los números arábigos, incluido el cero (India, siglo VIII), el realismo artístico (Grecia, ca. 500 a.C.), la perspectiva lineal (Italia, ca. 1413), el arte abstracto (Francia, fines del siglo XIX), la polifonía (Francia, siglos XI-XIII), el drama (Grecia e India), la novela (Europa, después de 1500), la meditación (India, ca. 200 a.C.), la lógica (Atenas, siglo IV a.C.), la ética (China, India y Grecia, 520-320 a.C.), la probabilidad y la calibración de la incertidumbre (Europa, 1565-1657), la prueba matemática (Grecia, 585 a.C.), la observación laica de la naturaleza (Grecia y China, ca. 600 a.C.) y el método científico (Europa, 1589-1687).
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Cada uno tendrá sus opiniones acerca de estas catorce áreas, pero el libro de Murray es mucho más que un mero juego intelectual de salón por el razonamiento implacable con que persigue su presa final: explicar por qué determinadas regiones del planeta, en determinados períodos de su evolución, han tenido erupciones repentinas de logros maravillosos, mientras que otras han pasado siglos enteros encenagadas en una ignorancia relativa. Sus conclusiones incomodarán bastante a quienes se debaten agobiados por ciertas ilusiones políticamente correctas, tales como suponer que un pastor de cabras camboyano del siglo V a.C. poseía exactamente el mismo talento natural y podía hacer un aporte a la filosofía, la literatura o el arte exactamente igual al de un ciudadano ateniense coetáneo, un londinense de mediados del siglo XVIII o un parisiense de fines del siglo XIX, respectivamente.
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Murray toma escrupulosamente en cuenta todos los factores ambientales y circunstanciales, y admite: "Si el 90 por ciento de la población de un país vive de la agricultura casi en un nivel de mera subsistencia, sin educación, aislado del mundo exterior, una cifra cercana al 90 por ciento de los Faradays y Cézannes en potencia seguirán subsistiendo como agricultores y esposas de agricultores". Pero sus investigaciones lo han llevado a la conclusión ineludible de que, si bien los antiguos filósofos y escritores chinos, indios y griegos merecen una ojeada honrosa, la parte del león en cuanto a los premios intelectuales ganados por el Homo sapiens desde 1400 se la llevan Inglaterra y Escocia, Francia, Alemania e Italia. (A decir verdad, un mapa de los lugares de nacimiento de los triunfadores reduce aún más la región: queda un hexágono bastante estrecho, limitado por Nápoles, Marsella, Dorset, Glasgow, Wroclaw y el extremo septentrional de Dinamarca.) En efecto, la gran mayoría de los 4.002 próceres mundiales han sido varones europeos 100 por ciento blancos (en especial, si se incluye a los norteamericanos en ese baúl étnico que es el calificativo "europeo"). Cuando Nigeria afirma haber inventado el teléfono o Chad la electricidad, no hacen otra cosa que subrayar tristemente el hecho innegable de que, pese a su enorme población, el aporte de Ýfrica al progreso humano a partir de 800 a.C. ha sido casi mínimo. Lo mismo cabe decir de muchas otras áreas del planeta, vastas y muy pobladas, durante gran parte de nuestra historia.
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En cambio, los judíos, en especial los oriundos de Europa central y oriental, han contribuido de manera asombrosa a toda la gama de logros humanos, pese a constituir una fracción diminuta de la población mundial y haber padecido, por muchos siglos, restricciones legales en numerosas zonas de intensa actividad intelectual. Aunque, en un sentido estricto, exceden los límites cronológicos de su estudio, Murray analiza las estadísticas de ganadores de premios Nobel desde 1951 hasta 2000. Vemos así que el 32 por ciento de los premios en medicina, otro tanto en física, el 39 por ciento en economía y el 29 por ciento de todos los galardones científicos se adjudicaron a personas de ascendencia judía, un grupo que constituye menos del 0,5 por ciento de la población mundial. Murray propone varias explicaciones. Una de ellas atribuye un papel decisivo a los milenios de educación de la mujer: "Una cultura en que los varones con los más altos coeficientes intelectuales se quedan con la flor y nata de las mujeres, a lo largo de los siglos probablemente llegará a ser un pueblo con un alto coeficiente intelectual medio".
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A la inversa, las mujeres sólo representan el 2 por ciento del palmarés. Hay apenas 6 físicas, 4 matemáticas, 5 astrónomas y 37 nombres en la categoría "literatura occidental", pero ninguna artista japonesa o filósofa. "No hay compositoras de primer nivel; en el segundo, hay tan sólo unas pocas", señala Murray. Es un caso similar al de los judíos. Históricamente, las leyes y las presiones sociales les impidieron participar en diversas esferas de actividad, pero no en todas. En algunas, la grandeza les ha sido esquiva por razones que Murray explica con escaso respeto por la sensibilidad feminista moderna. "No deberíamos sorprendernos ni desalentarnos al descubrir que la maternidad atempera la obsesión devoradora que, a menudo, es preciso tener para lograr grandes éxitos en las artes y las ciencias", escribe.
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A raíz de sus descubrimientos, su libro ha sido tildado de "elitista" y "criticón". Presumo que Murray se declararía alegremente culpable de ambos cargos. Toda la obra es una exaltación de las elites que, hasta una época muy reciente de nuestra historia, crearon casi todo lo que vale la pena tener y hace que la vida sea física, social e intelectualmente soportable. Su autor demuestra cómo el totalitarismo ha sido desastroso para la creatividad, en tanto que la creencia en un ser superior la ha beneficiado considerablemente. Asimismo, sostiene que hay señales perceptibles de que el gráfico de la relación logros-tiempo ha venido cayendo desde 1950 (el libro abunda en gráficos y tablas). Esto encierra connotaciones inquietantes en cuanto al futuro de la humanidad e induce a preguntarse cuántos genios en potencia perecieron en el Holocausto.
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Murray pasó seis años en Tailandia y aprecia profundamente numerosas culturas no europeas. No se lo puede acusar de desconocer otras civilizaciones. Plantea y aborda diversas cuestiones accesorias: la inmigración, el crecimiento demográfico, las contraposiciones catolicismo vs. protestantismo y naturaleza vs. crianza y educación; la homosexualidad y su relación con el esfuerzo artístico, cómo construyeron los incas las murallas de Sacsayhuamán, si en ocasiones la guerra y la creatividad van de la mano, lo absurdo del análisis sociológico marxista, el papel de la universidad moderna, etcétera. Todas ellas sirven también para confirmar que este libro constituye una tesis central para cuantos se interesen por responder a los interrogantes vitales acerca de la civilización mundial y la realización del hombre.
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Por Andrew Roberts
Times Literary Supplement, Londres
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TLS Education Limited 2004
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
.Charles Murray ha ampliado enormemente su campo de acción. En 1994, publicó, junto con Richard J. Herrnstein, The Bell-Curve: Intelligence and Class Structure in American Life. Ahora, en Human Accomplishment (HarperCollins), estudia los logros de la humanidad desde 800 a.C. hasta 1950 d.C.; toma catorce áreas vitales, identifica a las 4002 personas que más se destacaron en ellas y las analiza para ver si tuvieron algo en común. El resultado es nada menos que "un compendio de nuestra especie", cargado de lecciones tan valiosas como discutibles.
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Su tamiz es la historia. Sus sujetos, desde Homero hasta Crick, son aquellos a quienes las generaciones subsiguientes identificaron como los héroes de la civilización. Ellos, con sus ideas, sacaron a rastras a sus congéneres de sus chozas de adobe y paja, y los metieron a empujones en las naves espaciales. Murray los seleccionó guiándose por libros tales como Science and Civilisation in China (1954), de Joseph Needham, más que por sus prejuicios. Su metodología, fundada en una cantidad pasmosa de datos reales y material bibliográfico, contribuye a situar la obra por encima de cualquier otro ensayo contracultural de esta década.
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"Que Rembrandt haya sido un artista más grande que, por ejemplo, Edward Hopper, o Dante un poeta más grande que Carl Sandburg es algo más que una cuestión opinable", sostiene Murray, titular de la beca W. H. Brady para el estudio de la cultura y la libertad en el American Enterprise Institute de Washington. Luego, a lo largo de 660 páginas, explica por qué. Quien desee argüir que Eminem es, de algún modo, el equivalente de Mozart, debería leer este libro. "La excelencia posee cualidades que podemos identificar, evaluar y comparar mediante un análisis transversal de las obras", afirma Murray. Y hace exactamente eso.
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Elige los siguientes campos de la actividad humana: literatura, filosofía, música, artes visuales, astronomía, biología, química, ciencias de la Tierra, física, matemática, medicina y tecnología. Explica minuciosamente por qué excluyó el derecho, la política y el gobierno. Por ejemplo, no menciona a Thomas Jefferson ni a Benjamin Franklin. Tampoco figuran los inventores de herramientas tales como la imprenta y la rueda, por revolucionario que haya sido su uso. Murray centra su atención en catorce "metainvenciones", es decir, ideas engendradoras de cambios que conmocionaron las prácticas o las obras: los números arábigos, incluido el cero (India, siglo VIII), el realismo artístico (Grecia, ca. 500 a.C.), la perspectiva lineal (Italia, ca. 1413), el arte abstracto (Francia, fines del siglo XIX), la polifonía (Francia, siglos XI-XIII), el drama (Grecia e India), la novela (Europa, después de 1500), la meditación (India, ca. 200 a.C.), la lógica (Atenas, siglo IV a.C.), la ética (China, India y Grecia, 520-320 a.C.), la probabilidad y la calibración de la incertidumbre (Europa, 1565-1657), la prueba matemática (Grecia, 585 a.C.), la observación laica de la naturaleza (Grecia y China, ca. 600 a.C.) y el método científico (Europa, 1589-1687).
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Cada uno tendrá sus opiniones acerca de estas catorce áreas, pero el libro de Murray es mucho más que un mero juego intelectual de salón por el razonamiento implacable con que persigue su presa final: explicar por qué determinadas regiones del planeta, en determinados períodos de su evolución, han tenido erupciones repentinas de logros maravillosos, mientras que otras han pasado siglos enteros encenagadas en una ignorancia relativa. Sus conclusiones incomodarán bastante a quienes se debaten agobiados por ciertas ilusiones políticamente correctas, tales como suponer que un pastor de cabras camboyano del siglo V a.C. poseía exactamente el mismo talento natural y podía hacer un aporte a la filosofía, la literatura o el arte exactamente igual al de un ciudadano ateniense coetáneo, un londinense de mediados del siglo XVIII o un parisiense de fines del siglo XIX, respectivamente.
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Murray toma escrupulosamente en cuenta todos los factores ambientales y circunstanciales, y admite: "Si el 90 por ciento de la población de un país vive de la agricultura casi en un nivel de mera subsistencia, sin educación, aislado del mundo exterior, una cifra cercana al 90 por ciento de los Faradays y Cézannes en potencia seguirán subsistiendo como agricultores y esposas de agricultores". Pero sus investigaciones lo han llevado a la conclusión ineludible de que, si bien los antiguos filósofos y escritores chinos, indios y griegos merecen una ojeada honrosa, la parte del león en cuanto a los premios intelectuales ganados por el Homo sapiens desde 1400 se la llevan Inglaterra y Escocia, Francia, Alemania e Italia. (A decir verdad, un mapa de los lugares de nacimiento de los triunfadores reduce aún más la región: queda un hexágono bastante estrecho, limitado por Nápoles, Marsella, Dorset, Glasgow, Wroclaw y el extremo septentrional de Dinamarca.) En efecto, la gran mayoría de los 4.002 próceres mundiales han sido varones europeos 100 por ciento blancos (en especial, si se incluye a los norteamericanos en ese baúl étnico que es el calificativo "europeo"). Cuando Nigeria afirma haber inventado el teléfono o Chad la electricidad, no hacen otra cosa que subrayar tristemente el hecho innegable de que, pese a su enorme población, el aporte de Ýfrica al progreso humano a partir de 800 a.C. ha sido casi mínimo. Lo mismo cabe decir de muchas otras áreas del planeta, vastas y muy pobladas, durante gran parte de nuestra historia.
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En cambio, los judíos, en especial los oriundos de Europa central y oriental, han contribuido de manera asombrosa a toda la gama de logros humanos, pese a constituir una fracción diminuta de la población mundial y haber padecido, por muchos siglos, restricciones legales en numerosas zonas de intensa actividad intelectual. Aunque, en un sentido estricto, exceden los límites cronológicos de su estudio, Murray analiza las estadísticas de ganadores de premios Nobel desde 1951 hasta 2000. Vemos así que el 32 por ciento de los premios en medicina, otro tanto en física, el 39 por ciento en economía y el 29 por ciento de todos los galardones científicos se adjudicaron a personas de ascendencia judía, un grupo que constituye menos del 0,5 por ciento de la población mundial. Murray propone varias explicaciones. Una de ellas atribuye un papel decisivo a los milenios de educación de la mujer: "Una cultura en que los varones con los más altos coeficientes intelectuales se quedan con la flor y nata de las mujeres, a lo largo de los siglos probablemente llegará a ser un pueblo con un alto coeficiente intelectual medio".
.
A la inversa, las mujeres sólo representan el 2 por ciento del palmarés. Hay apenas 6 físicas, 4 matemáticas, 5 astrónomas y 37 nombres en la categoría "literatura occidental", pero ninguna artista japonesa o filósofa. "No hay compositoras de primer nivel; en el segundo, hay tan sólo unas pocas", señala Murray. Es un caso similar al de los judíos. Históricamente, las leyes y las presiones sociales les impidieron participar en diversas esferas de actividad, pero no en todas. En algunas, la grandeza les ha sido esquiva por razones que Murray explica con escaso respeto por la sensibilidad feminista moderna. "No deberíamos sorprendernos ni desalentarnos al descubrir que la maternidad atempera la obsesión devoradora que, a menudo, es preciso tener para lograr grandes éxitos en las artes y las ciencias", escribe.
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A raíz de sus descubrimientos, su libro ha sido tildado de "elitista" y "criticón". Presumo que Murray se declararía alegremente culpable de ambos cargos. Toda la obra es una exaltación de las elites que, hasta una época muy reciente de nuestra historia, crearon casi todo lo que vale la pena tener y hace que la vida sea física, social e intelectualmente soportable. Su autor demuestra cómo el totalitarismo ha sido desastroso para la creatividad, en tanto que la creencia en un ser superior la ha beneficiado considerablemente. Asimismo, sostiene que hay señales perceptibles de que el gráfico de la relación logros-tiempo ha venido cayendo desde 1950 (el libro abunda en gráficos y tablas). Esto encierra connotaciones inquietantes en cuanto al futuro de la humanidad e induce a preguntarse cuántos genios en potencia perecieron en el Holocausto.
.
Murray pasó seis años en Tailandia y aprecia profundamente numerosas culturas no europeas. No se lo puede acusar de desconocer otras civilizaciones. Plantea y aborda diversas cuestiones accesorias: la inmigración, el crecimiento demográfico, las contraposiciones catolicismo vs. protestantismo y naturaleza vs. crianza y educación; la homosexualidad y su relación con el esfuerzo artístico, cómo construyeron los incas las murallas de Sacsayhuamán, si en ocasiones la guerra y la creatividad van de la mano, lo absurdo del análisis sociológico marxista, el papel de la universidad moderna, etcétera. Todas ellas sirven también para confirmar que este libro constituye una tesis central para cuantos se interesen por responder a los interrogantes vitales acerca de la civilización mundial y la realización del hombre.
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Por Andrew Roberts
Times Literary Supplement, Londres
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TLS Education Limited 2004
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
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http://www.lanacion.com.ar/suples/cultura/0414/sdq...
LA NACION | 28.03.2004 | Página 3 | Suplemento Cultura
Un ensayo polémico. Se acaba de publicar Human Accomplishment, de Charles Murray, un libro en que el escritor norteamericano estudia la búsqueda de la excelencia en las artes y las ciencias. En las 660 páginas del volumen, el autor revisa la contribución que personalidades hicieron desde 800 a.C. hasta 1950 d.C. para cambiar el nivel de vida de la especie humana
Charles Murray ha ampliado enormemente su campo de acción. En 1994, publicó, junto con Richard J. Herrnstein, The Bell-Curve: Intelligence and Class Structure in American Life. Ahora, en Human Accomplishment (HarperCollins), estudia los logros de la humanidad desde 800 a.C. hasta 1950 d.C.; toma catorce áreas vitales, identifica a las 4002 personas que más se destacaron en ellas y las analiza para ver si tuvieron algo en común. El resultado es nada menos que "un compendio de nuestra especie", cargado de lecciones tan valiosas como discutibles.
.
Su tamiz es la historia. Sus sujetos, desde Homero hasta Crick, son aquellos a quienes las generaciones subsiguientes identificaron como los héroes de la civilización. Ellos, con sus ideas, sacaron a rastras a sus congéneres de sus chozas de adobe y paja, y los metieron a empujones en las naves espaciales. Murray los seleccionó guiándose por libros tales como Science and Civilisation in China (1954), de Joseph Needham, más que por sus prejuicios. Su metodología, fundada en una cantidad pasmosa de datos reales y material bibliográfico, contribuye a situar la obra por encima de cualquier otro ensayo contracultural de esta década.
.
"Que Rembrandt haya sido un artista más grande que, por ejemplo, Edward Hopper, o Dante un poeta más grande que Carl Sandburg es algo más que una cuestión opinable", sostiene Murray, titular de la beca W. H. Brady para el estudio de la cultura y la libertad en el American Enterprise Institute de Washington. Luego, a lo largo de 660 páginas, explica por qué. Quien desee argüir que Eminem es, de algún modo, el equivalente de Mozart, debería leer este libro. "La excelencia posee cualidades que podemos identificar, evaluar y comparar mediante un análisis transversal de las obras", afirma Murray. Y hace exactamente eso.
.
Elige los siguientes campos de la actividad humana: literatura, filosofía, música, artes visuales, astronomía, biología, química, ciencias de la Tierra, física, matemática, medicina y tecnología. Explica minuciosamente por qué excluyó el derecho, la política y el gobierno. Por ejemplo, no menciona a Thomas Jefferson ni a Benjamin Franklin. Tampoco figuran los inventores de herramientas tales como la imprenta y la rueda, por revolucionario que haya sido su uso. Murray centra su atención en catorce "metainvenciones", es decir, ideas engendradoras de cambios que conmocionaron las prácticas o las obras: los números arábigos, incluido el cero (India, siglo VIII), el realismo artístico (Grecia, ca. 500 a.C.), la perspectiva lineal (Italia, ca. 1413), el arte abstracto (Francia, fines del siglo XIX), la polifonía (Francia, siglos XI-XIII), el drama (Grecia e India), la novela (Europa, después de 1500), la meditación (India, ca. 200 a.C.), la lógica (Atenas, siglo IV a.C.), la ética (China, India y Grecia, 520-320 a.C.), la probabilidad y la calibración de la incertidumbre (Europa, 1565-1657), la prueba matemática (Grecia, 585 a.C.), la observación laica de la naturaleza (Grecia y China, ca. 600 a.C.) y el método científico (Europa, 1589-1687).
.
Cada uno tendrá sus opiniones acerca de estas catorce áreas, pero el libro de Murray es mucho más que un mero juego intelectual de salón por el razonamiento implacable con que persigue su presa final: explicar por qué determinadas regiones del planeta, en determinados períodos de su evolución, han tenido erupciones repentinas de logros maravillosos, mientras que otras han pasado siglos enteros encenagadas en una ignorancia relativa. Sus conclusiones incomodarán bastante a quienes se debaten agobiados por ciertas ilusiones políticamente correctas, tales como suponer que un pastor de cabras camboyano del siglo V a.C. poseía exactamente el mismo talento natural y podía hacer un aporte a la filosofía, la literatura o el arte exactamente igual al de un ciudadano ateniense coetáneo, un londinense de mediados del siglo XVIII o un parisiense de fines del siglo XIX, respectivamente.
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Murray toma escrupulosamente en cuenta todos los factores ambientales y circunstanciales, y admite: "Si el 90 por ciento de la población de un país vive de la agricultura casi en un nivel de mera subsistencia, sin educación, aislado del mundo exterior, una cifra cercana al 90 por ciento de los Faradays y Cézannes en potencia seguirán subsistiendo como agricultores y esposas de agricultores". Pero sus investigaciones lo han llevado a la conclusión ineludible de que, si bien los antiguos filósofos y escritores chinos, indios y griegos merecen una ojeada honrosa, la parte del león en cuanto a los premios intelectuales ganados por el Homo sapiens desde 1400 se la llevan Inglaterra y Escocia, Francia, Alemania e Italia. (A decir verdad, un mapa de los lugares de nacimiento de los triunfadores reduce aún más la región: queda un hexágono bastante estrecho, limitado por Nápoles, Marsella, Dorset, Glasgow, Wroclaw y el extremo septentrional de Dinamarca.) En efecto, la gran mayoría de los 4.002 próceres mundiales han sido varones europeos 100 por ciento blancos (en especial, si se incluye a los norteamericanos en ese baúl étnico que es el calificativo "europeo"). Cuando Nigeria afirma haber inventado el teléfono o Chad la electricidad, no hacen otra cosa que subrayar tristemente el hecho innegable de que, pese a su enorme población, el aporte de Ýfrica al progreso humano a partir de 800 a.C. ha sido casi mínimo. Lo mismo cabe decir de muchas otras áreas del planeta, vastas y muy pobladas, durante gran parte de nuestra historia.
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En cambio, los judíos, en especial los oriundos de Europa central y oriental, han contribuido de manera asombrosa a toda la gama de logros humanos, pese a constituir una fracción diminuta de la población mundial y haber padecido, por muchos siglos, restricciones legales en numerosas zonas de intensa actividad intelectual. Aunque, en un sentido estricto, exceden los límites cronológicos de su estudio, Murray analiza las estadísticas de ganadores de premios Nobel desde 1951 hasta 2000. Vemos así que el 32 por ciento de los premios en medicina, otro tanto en física, el 39 por ciento en economía y el 29 por ciento de todos los galardones científicos se adjudicaron a personas de ascendencia judía, un grupo que constituye menos del 0,5 por ciento de la población mundial. Murray propone varias explicaciones. Una de ellas atribuye un papel decisivo a los milenios de educación de la mujer: "Una cultura en que los varones con los más altos coeficientes intelectuales se quedan con la flor y nata de las mujeres, a lo largo de los siglos probablemente llegará a ser un pueblo con un alto coeficiente intelectual medio".
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A la inversa, las mujeres sólo representan el 2 por ciento del palmarés. Hay apenas 6 físicas, 4 matemáticas, 5 astrónomas y 37 nombres en la categoría "literatura occidental", pero ninguna artista japonesa o filósofa. "No hay compositoras de primer nivel; en el segundo, hay tan sólo unas pocas", señala Murray. Es un caso similar al de los judíos. Históricamente, las leyes y las presiones sociales les impidieron participar en diversas esferas de actividad, pero no en todas. En algunas, la grandeza les ha sido esquiva por razones que Murray explica con escaso respeto por la sensibilidad feminista moderna. "No deberíamos sorprendernos ni desalentarnos al descubrir que la maternidad atempera la obsesión devoradora que, a menudo, es preciso tener para lograr grandes éxitos en las artes y las ciencias", escribe.
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A raíz de sus descubrimientos, su libro ha sido tildado de "elitista" y "criticón". Presumo que Murray se declararía alegremente culpable de ambos cargos. Toda la obra es una exaltación de las elites que, hasta una época muy reciente de nuestra historia, crearon casi todo lo que vale la pena tener y hace que la vida sea física, social e intelectualmente soportable. Su autor demuestra cómo el totalitarismo ha sido desastroso para la creatividad, en tanto que la creencia en un ser superior la ha beneficiado considerablemente. Asimismo, sostiene que hay señales perceptibles de que el gráfico de la relación logros-tiempo ha venido cayendo desde 1950 (el libro abunda en gráficos y tablas). Esto encierra connotaciones inquietantes en cuanto al futuro de la humanidad e induce a preguntarse cuántos genios en potencia perecieron en el Holocausto.
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Murray pasó seis años en Tailandia y aprecia profundamente numerosas culturas no europeas. No se lo puede acusar de desconocer otras civilizaciones. Plantea y aborda diversas cuestiones accesorias: la inmigración, el crecimiento demográfico, las contraposiciones catolicismo vs. protestantismo y naturaleza vs. crianza y educación; la homosexualidad y su relación con el esfuerzo artístico, cómo construyeron los incas las murallas de Sacsayhuamán, si en ocasiones la guerra y la creatividad van de la mano, lo absurdo del análisis sociológico marxista, el papel de la universidad moderna, etcétera. Todas ellas sirven también para confirmar que este libro constituye una tesis central para cuantos se interesen por responder a los interrogantes vitales acerca de la civilización mundial y la realización del hombre.
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Por Andrew Roberts
Times Literary Supplement, Londres
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TLS Education Limited 2004
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
.<< Comienzo de la notaCharles Murray ha ampliado enormemente su campo de acción. En 1994, publicó, junto con Richard J. Herrnstein, The Bell-Curve: Intelligence and Class Structure in American Life. Ahora, en Human Accomplishment (HarperCollins), estudia los logros de la humanidad desde 800 a.C. hasta 1950 d.C.; toma catorce áreas vitales, identifica a las 4002 personas que más se destacaron en ellas y las analiza para ver si tuvieron algo en común. El resultado es nada menos que "un compendio de nuestra especie", cargado de lecciones tan valiosas como discutibles.
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Su tamiz es la historia. Sus sujetos, desde Homero hasta Crick, son aquellos a quienes las generaciones subsiguientes identificaron como los héroes de la civilización. Ellos, con sus ideas, sacaron a rastras a sus congéneres de sus chozas de adobe y paja, y los metieron a empujones en las naves espaciales. Murray los seleccionó guiándose por libros tales como Science and Civilisation in China (1954), de Joseph Needham, más que por sus prejuicios. Su metodología, fundada en una cantidad pasmosa de datos reales y material bibliográfico, contribuye a situar la obra por encima de cualquier otro ensayo contracultural de esta década.
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"Que Rembrandt haya sido un artista más grande que, por ejemplo, Edward Hopper, o Dante un poeta más grande que Carl Sandburg es algo más que una cuestión opinable", sostiene Murray, titular de la beca W. H. Brady para el estudio de la cultura y la libertad en el American Enterprise Institute de Washington. Luego, a lo largo de 660 páginas, explica por qué. Quien desee argüir que Eminem es, de algún modo, el equivalente de Mozart, debería leer este libro. "La excelencia posee cualidades que podemos identificar, evaluar y comparar mediante un análisis transversal de las obras", afirma Murray. Y hace exactamente eso.
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Elige los siguientes campos de la actividad humana: literatura, filosofía, música, artes visuales, astronomía, biología, química, ciencias de la Tierra, física, matemática, medicina y tecnología. Explica minuciosamente por qué excluyó el derecho, la política y el gobierno. Por ejemplo, no menciona a Thomas Jefferson ni a Benjamin Franklin. Tampoco figuran los inventores de herramientas tales como la imprenta y la rueda, por revolucionario que haya sido su uso. Murray centra su atención en catorce "metainvenciones", es decir, ideas engendradoras de cambios que conmocionaron las prácticas o las obras: los números arábigos, incluido el cero (India, siglo VIII), el realismo artístico (Grecia, ca. 500 a.C.), la perspectiva lineal (Italia, ca. 1413), el arte abstracto (Francia, fines del siglo XIX), la polifonía (Francia, siglos XI-XIII), el drama (Grecia e India), la novela (Europa, después de 1500), la meditación (India, ca. 200 a.C.), la lógica (Atenas, siglo IV a.C.), la ética (China, India y Grecia, 520-320 a.C.), la probabilidad y la calibración de la incertidumbre (Europa, 1565-1657), la prueba matemática (Grecia, 585 a.C.), la observación laica de la naturaleza (Grecia y China, ca. 600 a.C.) y el método científico (Europa, 1589-1687).
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Cada uno tendrá sus opiniones acerca de estas catorce áreas, pero el libro de Murray es mucho más que un mero juego intelectual de salón por el razonamiento implacable con que persigue su presa final: explicar por qué determinadas regiones del planeta, en determinados períodos de su evolución, han tenido erupciones repentinas de logros maravillosos, mientras que otras han pasado siglos enteros encenagadas en una ignorancia relativa. Sus conclusiones incomodarán bastante a quienes se debaten agobiados por ciertas ilusiones políticamente correctas, tales como suponer que un pastor de cabras camboyano del siglo V a.C. poseía exactamente el mismo talento natural y podía hacer un aporte a la filosofía, la literatura o el arte exactamente igual al de un ciudadano ateniense coetáneo, un londinense de mediados del siglo XVIII o un parisiense de fines del siglo XIX, respectivamente.
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Murray toma escrupulosamente en cuenta todos los factores ambientales y circunstanciales, y admite: "Si el 90 por ciento de la población de un país vive de la agricultura casi en un nivel de mera subsistencia, sin educación, aislado del mundo exterior, una cifra cercana al 90 por ciento de los Faradays y Cézannes en potencia seguirán subsistiendo como agricultores y esposas de agricultores". Pero sus investigaciones lo han llevado a la conclusión ineludible de que, si bien los antiguos filósofos y escritores chinos, indios y griegos merecen una ojeada honrosa, la parte del león en cuanto a los premios intelectuales ganados por el Homo sapiens desde 1400 se la llevan Inglaterra y Escocia, Francia, Alemania e Italia. (A decir verdad, un mapa de los lugares de nacimiento de los triunfadores reduce aún más la región: queda un hexágono bastante estrecho, limitado por Nápoles, Marsella, Dorset, Glasgow, Wroclaw y el extremo septentrional de Dinamarca.) En efecto, la gran mayoría de los 4.002 próceres mundiales han sido varones europeos 100 por ciento blancos (en especial, si se incluye a los norteamericanos en ese baúl étnico que es el calificativo "europeo"). Cuando Nigeria afirma haber inventado el teléfono o Chad la electricidad, no hacen otra cosa que subrayar tristemente el hecho innegable de que, pese a su enorme población, el aporte de Ýfrica al progreso humano a partir de 800 a.C. ha sido casi mínimo. Lo mismo cabe decir de muchas otras áreas del planeta, vastas y muy pobladas, durante gran parte de nuestra historia.
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En cambio, los judíos, en especial los oriundos de Europa central y oriental, han contribuido de manera asombrosa a toda la gama de logros humanos, pese a constituir una fracción diminuta de la población mundial y haber padecido, por muchos siglos, restricciones legales en numerosas zonas de intensa actividad intelectual. Aunque, en un sentido estricto, exceden los límites cronológicos de su estudio, Murray analiza las estadísticas de ganadores de premios Nobel desde 1951 hasta 2000. Vemos así que el 32 por ciento de los premios en medicina, otro tanto en física, el 39 por ciento en economía y el 29 por ciento de todos los galardones científicos se adjudicaron a personas de ascendencia judía, un grupo que constituye menos del 0,5 por ciento de la población mundial. Murray propone varias explicaciones. Una de ellas atribuye un papel decisivo a los milenios de educación de la mujer: "Una cultura en que los varones con los más altos coeficientes intelectuales se quedan con la flor y nata de las mujeres, a lo largo de los siglos probablemente llegará a ser un pueblo con un alto coeficiente intelectual medio".
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A la inversa, las mujeres sólo representan el 2 por ciento del palmarés. Hay apenas 6 físicas, 4 matemáticas, 5 astrónomas y 37 nombres en la categoría "literatura occidental", pero ninguna artista japonesa o filósofa. "No hay compositoras de primer nivel; en el segundo, hay tan sólo unas pocas", señala Murray. Es un caso similar al de los judíos. Históricamente, las leyes y las presiones sociales les impidieron participar en diversas esferas de actividad, pero no en todas. En algunas, la grandeza les ha sido esquiva por razones que Murray explica con escaso respeto por la sensibilidad feminista moderna. "No deberíamos sorprendernos ni desalentarnos al descubrir que la maternidad atempera la obsesión devoradora que, a menudo, es preciso tener para lograr grandes éxitos en las artes y las ciencias", escribe.
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A raíz de sus descubrimientos, su libro ha sido tildado de "elitista" y "criticón". Presumo que Murray se declararía alegremente culpable de ambos cargos. Toda la obra es una exaltación de las elites que, hasta una época muy reciente de nuestra historia, crearon casi todo lo que vale la pena tener y hace que la vida sea física, social e intelectualmente soportable. Su autor demuestra cómo el totalitarismo ha sido desastroso para la creatividad, en tanto que la creencia en un ser superior la ha beneficiado considerablemente. Asimismo, sostiene que hay señales perceptibles de que el gráfico de la relación logros-tiempo ha venido cayendo desde 1950 (el libro abunda en gráficos y tablas). Esto encierra connotaciones inquietantes en cuanto al futuro de la humanidad e induce a preguntarse cuántos genios en potencia perecieron en el Holocausto.
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Murray pasó seis años en Tailandia y aprecia profundamente numerosas culturas no europeas. No se lo puede acusar de desconocer otras civilizaciones. Plantea y aborda diversas cuestiones accesorias: la inmigración, el crecimiento demográfico, las contraposiciones catolicismo vs. protestantismo y naturaleza vs. crianza y educación; la homosexualidad y su relación con el esfuerzo artístico, cómo construyeron los incas las murallas de Sacsayhuamán, si en ocasiones la guerra y la creatividad van de la mano, lo absurdo del análisis sociológico marxista, el papel de la universidad moderna, etcétera. Todas ellas sirven también para confirmar que este libro constituye una tesis central para cuantos se interesen por responder a los interrogantes vitales acerca de la civilización mundial y la realización del hombre.
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Por Andrew Roberts
Times Literary Supplement, Londres
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TLS Education Limited 2004
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
.Charles Murray ha ampliado enormemente su campo de acción. En 1994, publicó, junto con Richard J. Herrnstein, The Bell-Curve: Intelligence and Class Structure in American Life. Ahora, en Human Accomplishment (HarperCollins), estudia los logros de la humanidad desde 800 a.C. hasta 1950 d.C.; toma catorce áreas vitales, identifica a las 4002 personas que más se destacaron en ellas y las analiza para ver si tuvieron algo en común. El resultado es nada menos que "un compendio de nuestra especie", cargado de lecciones tan valiosas como discutibles.
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Su tamiz es la historia. Sus sujetos, desde Homero hasta Crick, son aquellos a quienes las generaciones subsiguientes identificaron como los héroes de la civilización. Ellos, con sus ideas, sacaron a rastras a sus congéneres de sus chozas de adobe y paja, y los metieron a empujones en las naves espaciales. Murray los seleccionó guiándose por libros tales como Science and Civilisation in China (1954), de Joseph Needham, más que por sus prejuicios. Su metodología, fundada en una cantidad pasmosa de datos reales y material bibliográfico, contribuye a situar la obra por encima de cualquier otro ensayo contracultural de esta década.
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"Que Rembrandt haya sido un artista más grande que, por ejemplo, Edward Hopper, o Dante un poeta más grande que Carl Sandburg es algo más que una cuestión opinable", sostiene Murray, titular de la beca W. H. Brady para el estudio de la cultura y la libertad en el American Enterprise Institute de Washington. Luego, a lo largo de 660 páginas, explica por qué. Quien desee argüir que Eminem es, de algún modo, el equivalente de Mozart, debería leer este libro. "La excelencia posee cualidades que podemos identificar, evaluar y comparar mediante un análisis transversal de las obras", afirma Murray. Y hace exactamente eso.
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Elige los siguientes campos de la actividad humana: literatura, filosofía, música, artes visuales, astronomía, biología, química, ciencias de la Tierra, física, matemática, medicina y tecnología. Explica minuciosamente por qué excluyó el derecho, la política y el gobierno. Por ejemplo, no menciona a Thomas Jefferson ni a Benjamin Franklin. Tampoco figuran los inventores de herramientas tales como la imprenta y la rueda, por revolucionario que haya sido su uso. Murray centra su atención en catorce "metainvenciones", es decir, ideas engendradoras de cambios que conmocionaron las prácticas o las obras: los números arábigos, incluido el cero (India, siglo VIII), el realismo artístico (Grecia, ca. 500 a.C.), la perspectiva lineal (Italia, ca. 1413), el arte abstracto (Francia, fines del siglo XIX), la polifonía (Francia, siglos XI-XIII), el drama (Grecia e India), la novela (Europa, después de 1500), la meditación (India, ca. 200 a.C.), la lógica (Atenas, siglo IV a.C.), la ética (China, India y Grecia, 520-320 a.C.), la probabilidad y la calibración de la incertidumbre (Europa, 1565-1657), la prueba matemática (Grecia, 585 a.C.), la observación laica de la naturaleza (Grecia y China, ca. 600 a.C.) y el método científico (Europa, 1589-1687).
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Cada uno tendrá sus opiniones acerca de estas catorce áreas, pero el libro de Murray es mucho más que un mero juego intelectual de salón por el razonamiento implacable con que persigue su presa final: explicar por qué determinadas regiones del planeta, en determinados períodos de su evolución, han tenido erupciones repentinas de logros maravillosos, mientras que otras han pasado siglos enteros encenagadas en una ignorancia relativa. Sus conclusiones incomodarán bastante a quienes se debaten agobiados por ciertas ilusiones políticamente correctas, tales como suponer que un pastor de cabras camboyano del siglo V a.C. poseía exactamente el mismo talento natural y podía hacer un aporte a la filosofía, la literatura o el arte exactamente igual al de un ciudadano ateniense coetáneo, un londinense de mediados del siglo XVIII o un parisiense de fines del siglo XIX, respectivamente.
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Murray toma escrupulosamente en cuenta todos los factores ambientales y circunstanciales, y admite: "Si el 90 por ciento de la población de un país vive de la agricultura casi en un nivel de mera subsistencia, sin educación, aislado del mundo exterior, una cifra cercana al 90 por ciento de los Faradays y Cézannes en potencia seguirán subsistiendo como agricultores y esposas de agricultores". Pero sus investigaciones lo han llevado a la conclusión ineludible de que, si bien los antiguos filósofos y escritores chinos, indios y griegos merecen una ojeada honrosa, la parte del león en cuanto a los premios intelectuales ganados por el Homo sapiens desde 1400 se la llevan Inglaterra y Escocia, Francia, Alemania e Italia. (A decir verdad, un mapa de los lugares de nacimiento de los triunfadores reduce aún más la región: queda un hexágono bastante estrecho, limitado por Nápoles, Marsella, Dorset, Glasgow, Wroclaw y el extremo septentrional de Dinamarca.) En efecto, la gran mayoría de los 4.002 próceres mundiales han sido varones europeos 100 por ciento blancos (en especial, si se incluye a los norteamericanos en ese baúl étnico que es el calificativo "europeo"). Cuando Nigeria afirma haber inventado el teléfono o Chad la electricidad, no hacen otra cosa que subrayar tristemente el hecho innegable de que, pese a su enorme población, el aporte de Ýfrica al progreso humano a partir de 800 a.C. ha sido casi mínimo. Lo mismo cabe decir de muchas otras áreas del planeta, vastas y muy pobladas, durante gran parte de nuestra historia.
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En cambio, los judíos, en especial los oriundos de Europa central y oriental, han contribuido de manera asombrosa a toda la gama de logros humanos, pese a constituir una fracción diminuta de la población mundial y haber padecido, por muchos siglos, restricciones legales en numerosas zonas de intensa actividad intelectual. Aunque, en un sentido estricto, exceden los límites cronológicos de su estudio, Murray analiza las estadísticas de ganadores de premios Nobel desde 1951 hasta 2000. Vemos así que el 32 por ciento de los premios en medicina, otro tanto en física, el 39 por ciento en economía y el 29 por ciento de todos los galardones científicos se adjudicaron a personas de ascendencia judía, un grupo que constituye menos del 0,5 por ciento de la población mundial. Murray propone varias explicaciones. Una de ellas atribuye un papel decisivo a los milenios de educación de la mujer: "Una cultura en que los varones con los más altos coeficientes intelectuales se quedan con la flor y nata de las mujeres, a lo largo de los siglos probablemente llegará a ser un pueblo con un alto coeficiente intelectual medio".
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A la inversa, las mujeres sólo representan el 2 por ciento del palmarés. Hay apenas 6 físicas, 4 matemáticas, 5 astrónomas y 37 nombres en la categoría "literatura occidental", pero ninguna artista japonesa o filósofa. "No hay compositoras de primer nivel; en el segundo, hay tan sólo unas pocas", señala Murray. Es un caso similar al de los judíos. Históricamente, las leyes y las presiones sociales les impidieron participar en diversas esferas de actividad, pero no en todas. En algunas, la grandeza les ha sido esquiva por razones que Murray explica con escaso respeto por la sensibilidad feminista moderna. "No deberíamos sorprendernos ni desalentarnos al descubrir que la maternidad atempera la obsesión devoradora que, a menudo, es preciso tener para lograr grandes éxitos en las artes y las ciencias", escribe.
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A raíz de sus descubrimientos, su libro ha sido tildado de "elitista" y "criticón". Presumo que Murray se declararía alegremente culpable de ambos cargos. Toda la obra es una exaltación de las elites que, hasta una época muy reciente de nuestra historia, crearon casi todo lo que vale la pena tener y hace que la vida sea física, social e intelectualmente soportable. Su autor demuestra cómo el totalitarismo ha sido desastroso para la creatividad, en tanto que la creencia en un ser superior la ha beneficiado considerablemente. Asimismo, sostiene que hay señales perceptibles de que el gráfico de la relación logros-tiempo ha venido cayendo desde 1950 (el libro abunda en gráficos y tablas). Esto encierra connotaciones inquietantes en cuanto al futuro de la humanidad e induce a preguntarse cuántos genios en potencia perecieron en el Holocausto.
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Murray pasó seis años en Tailandia y aprecia profundamente numerosas culturas no europeas. No se lo puede acusar de desconocer otras civilizaciones. Plantea y aborda diversas cuestiones accesorias: la inmigración, el crecimiento demográfico, las contraposiciones catolicismo vs. protestantismo y naturaleza vs. crianza y educación; la homosexualidad y su relación con el esfuerzo artístico, cómo construyeron los incas las murallas de Sacsayhuamán, si en ocasiones la guerra y la creatividad van de la mano, lo absurdo del análisis sociológico marxista, el papel de la universidad moderna, etcétera. Todas ellas sirven también para confirmar que este libro constituye una tesis central para cuantos se interesen por responder a los interrogantes vitales acerca de la civilización mundial y la realización del hombre.
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Por Andrew Roberts
Times Literary Supplement, Londres
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TLS Education Limited 2004
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
.Charles Murray ha ampliado enormemente su campo de acción. En 1994, publicó, junto con Richard J. Herrnstein, The Bell-Curve: Intelligence and Class Structure in American Life. Ahora, en Human Accomplishment (HarperCollins), estudia los logros de la humanidad desde 800 a.C. hasta 1950 d.C.; toma catorce áreas vitales, identifica a las 4002 personas que más se destacaron en ellas y las analiza para ver si tuvieron algo en común. El resultado es nada menos que "un compendio de nuestra especie", cargado de lecciones tan valiosas como discutibles.
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Su tamiz es la historia. Sus sujetos, desde Homero hasta Crick, son aquellos a quienes las generaciones subsiguientes identificaron como los héroes de la civilización. Ellos, con sus ideas, sacaron a rastras a sus congéneres de sus chozas de adobe y paja, y los metieron a empujones en las naves espaciales. Murray los seleccionó guiándose por libros tales como Science and Civilisation in China (1954), de Joseph Needham, más que por sus prejuicios. Su metodología, fundada en una cantidad pasmosa de datos reales y material bibliográfico, contribuye a situar la obra por encima de cualquier otro ensayo contracultural de esta década.
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"Que Rembrandt haya sido un artista más grande que, por ejemplo, Edward Hopper, o Dante un poeta más grande que Carl Sandburg es algo más que una cuestión opinable", sostiene Murray, titular de la beca W. H. Brady para el estudio de la cultura y la libertad en el American Enterprise Institute de Washington. Luego, a lo largo de 660 páginas, explica por qué. Quien desee argüir que Eminem es, de algún modo, el equivalente de Mozart, debería leer este libro. "La excelencia posee cualidades que podemos identificar, evaluar y comparar mediante un análisis transversal de las obras", afirma Murray. Y hace exactamente eso.
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Elige los siguientes campos de la actividad humana: literatura, filosofía, música, artes visuales, astronomía, biología, química, ciencias de la Tierra, física, matemática, medicina y tecnología. Explica minuciosamente por qué excluyó el derecho, la política y el gobierno. Por ejemplo, no menciona a Thomas Jefferson ni a Benjamin Franklin. Tampoco figuran los inventores de herramientas tales como la imprenta y la rueda, por revolucionario que haya sido su uso. Murray centra su atención en catorce "metainvenciones", es decir, ideas engendradoras de cambios que conmocionaron las prácticas o las obras: los números arábigos, incluido el cero (India, siglo VIII), el realismo artístico (Grecia, ca. 500 a.C.), la perspectiva lineal (Italia, ca. 1413), el arte abstracto (Francia, fines del siglo XIX), la polifonía (Francia, siglos XI-XIII), el drama (Grecia e India), la novela (Europa, después de 1500), la meditación (India, ca. 200 a.C.), la lógica (Atenas, siglo IV a.C.), la ética (China, India y Grecia, 520-320 a.C.), la probabilidad y la calibración de la incertidumbre (Europa, 1565-1657), la prueba matemática (Grecia, 585 a.C.), la observación laica de la naturaleza (Grecia y China, ca. 600 a.C.) y el método científico (Europa, 1589-1687).
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Cada uno tendrá sus opiniones acerca de estas catorce áreas, pero el libro de Murray es mucho más que un mero juego intelectual de salón por el razonamiento implacable con que persigue su presa final: explicar por qué determinadas regiones del planeta, en determinados períodos de su evolución, han tenido erupciones repentinas de logros maravillosos, mientras que otras han pasado siglos enteros encenagadas en una ignorancia relativa. Sus conclusiones incomodarán bastante a quienes se debaten agobiados por ciertas ilusiones políticamente correctas, tales como suponer que un pastor de cabras camboyano del siglo V a.C. poseía exactamente el mismo talento natural y podía hacer un aporte a la filosofía, la literatura o el arte exactamente igual al de un ciudadano ateniense coetáneo, un londinense de mediados del siglo XVIII o un parisiense de fines del siglo XIX, respectivamente.
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Murray toma escrupulosamente en cuenta todos los factores ambientales y circunstanciales, y admite: "Si el 90 por ciento de la población de un país vive de la agricultura casi en un nivel de mera subsistencia, sin educación, aislado del mundo exterior, una cifra cercana al 90 por ciento de los Faradays y Cézannes en potencia seguirán subsistiendo como agricultores y esposas de agricultores". Pero sus investigaciones lo han llevado a la conclusión ineludible de que, si bien los antiguos filósofos y escritores chinos, indios y griegos merecen una ojeada honrosa, la parte del león en cuanto a los premios intelectuales ganados por el Homo sapiens desde 1400 se la llevan Inglaterra y Escocia, Francia, Alemania e Italia. (A decir verdad, un mapa de los lugares de nacimiento de los triunfadores reduce aún más la región: queda un hexágono bastante estrecho, limitado por Nápoles, Marsella, Dorset, Glasgow, Wroclaw y el extremo septentrional de Dinamarca.) En efecto, la gran mayoría de los 4.002 próceres mundiales han sido varones europeos 100 por ciento blancos (en especial, si se incluye a los norteamericanos en ese baúl étnico que es el calificativo "europeo"). Cuando Nigeria afirma haber inventado el teléfono o Chad la electricidad, no hacen otra cosa que subrayar tristemente el hecho innegable de que, pese a su enorme población, el aporte de Ýfrica al progreso humano a partir de 800 a.C. ha sido casi mínimo. Lo mismo cabe decir de muchas otras áreas del planeta, vastas y muy pobladas, durante gran parte de nuestra historia.
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En cambio, los judíos, en especial los oriundos de Europa central y oriental, han contribuido de manera asombrosa a toda la gama de logros humanos, pese a constituir una fracción diminuta de la población mundial y haber padecido, por muchos siglos, restricciones legales en numerosas zonas de intensa actividad intelectual. Aunque, en un sentido estricto, exceden los límites cronológicos de su estudio, Murray analiza las estadísticas de ganadores de premios Nobel desde 1951 hasta 2000. Vemos así que el 32 por ciento de los premios en medicina, otro tanto en física, el 39 por ciento en economía y el 29 por ciento de todos los galardones científicos se adjudicaron a personas de ascendencia judía, un grupo que constituye menos del 0,5 por ciento de la población mundial. Murray propone varias explicaciones. Una de ellas atribuye un papel decisivo a los milenios de educación de la mujer: "Una cultura en que los varones con los más altos coeficientes intelectuales se quedan con la flor y nata de las mujeres, a lo largo de los siglos probablemente llegará a ser un pueblo con un alto coeficiente intelectual medio".
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A la inversa, las mujeres sólo representan el 2 por ciento del palmarés. Hay apenas 6 físicas, 4 matemáticas, 5 astrónomas y 37 nombres en la categoría "literatura occidental", pero ninguna artista japonesa o filósofa. "No hay compositoras de primer nivel; en el segundo, hay tan sólo unas pocas", señala Murray. Es un caso similar al de los judíos. Históricamente, las leyes y las presiones sociales les impidieron participar en diversas esferas de actividad, pero no en todas. En algunas, la grandeza les ha sido esquiva por razones que Murray explica con escaso respeto por la sensibilidad feminista moderna. "No deberíamos sorprendernos ni desalentarnos al descubrir que la maternidad atempera la obsesión devoradora que, a menudo, es preciso tener para lograr grandes éxitos en las artes y las ciencias", escribe.
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A raíz de sus descubrimientos, su libro ha sido tildado de "elitista" y "criticón". Presumo que Murray se declararía alegremente culpable de ambos cargos. Toda la obra es una exaltación de las elites que, hasta una época muy reciente de nuestra historia, crearon casi todo lo que vale la pena tener y hace que la vida sea física, social e intelectualmente soportable. Su autor demuestra cómo el totalitarismo ha sido desastroso para la creatividad, en tanto que la creencia en un ser superior la ha beneficiado considerablemente. Asimismo, sostiene que hay señales perceptibles de que el gráfico de la relación logros-tiempo ha venido cayendo desde 1950 (el libro abunda en gráficos y tablas). Esto encierra connotaciones inquietantes en cuanto al futuro de la humanidad e induce a preguntarse cuántos genios en potencia perecieron en el Holocausto.
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Murray pasó seis años en Tailandia y aprecia profundamente numerosas culturas no europeas. No se lo puede acusar de desconocer otras civilizaciones. Plantea y aborda diversas cuestiones accesorias: la inmigración, el crecimiento demográfico, las contraposiciones catolicismo vs. protestantismo y naturaleza vs. crianza y educación; la homosexualidad y su relación con el esfuerzo artístico, cómo construyeron los incas las murallas de Sacsayhuamán, si en ocasiones la guerra y la creatividad van de la mano, lo absurdo del análisis sociológico marxista, el papel de la universidad moderna, etcétera. Todas ellas sirven también para confirmar que este libro constituye una tesis central para cuantos se interesen por responder a los interrogantes vitales acerca de la civilización mundial y la realización del hombre.
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Por Andrew Roberts
Times Literary Supplement, Londres
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TLS Education Limited 2004
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
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http://www.lanacion.com.ar/suples/cultura/0414/sdq...
LA NACION | 28.03.2004 | Página 3 | Suplemento Cultura