Internacional

La imperiosa necesidad de contrarrestar la tendencia declinante de la tasa de ganancia que puso fin a la solución keynesiana de posguerra, llevó a los ejecutores de la “revolución conservadora” a quebrar la antigua relación capital trabajo de corte fordista y reemplazarla por la fórmula neoliberal de la flexibilización laboral que implicó una reestructuración a fondo de la organización del trabajo, con la consiguiente intensificación de la tasa de explotación.

Sin embargo el proceso a gran escala de concentración-centralización del capital, tuvo como contrapartida una fuerte concentración del ingreso, al punto que hoy el 20% de la población mundial consume el 80% de los bienes producidos. La liquidación del Estado de Bienestar en las metrópolis capitalistas, el desempleo masivo, la contracción del poder de compra de los trabajadores, determinó que los productos originados por los nuevos estándares de productividad e innovación tecnológica fueran consumidos por una franja reducida de privilegiados.

Simultáneamente la tendencia a la mundialización del capital, conocida como globalización, acentuó violentamente la competencia entre las corporaciones transnacionales, a partir de una carrera por bajar costos cuyo resultado fue una nueva división internacional del trabajo, que consistió en radicar en los países de más bajos salarios y precarias condiciones laborales parte de los encadenamientos productivos.

Sin embargo esta reestructuración, destinada a recuperar la declinante rentabilidad empresaria, acentuó los problemas de realización, consecuencia de la desproporción entre el aumento de la productividad y la capacidad de los mercados para absorber la creciente masa de bienes.

El resultado de este desequilibrio, que no es coyuntural sino estructural, ha sido la derivación en gran de escala del excedente económico hacia los circuitos de la especulación financiera; circuitos que han quedado fuera del control de los bancos centrales y superan claramente la valorización de la producción. Las burbujas financieras e inmobiliarias dan cuenta de esta colosal distorsión, pero conviene tener presente que las crisis en Japón a comienzos de los 90’, en el sudeste asiático en 1997 y en Rusia un año más tarde, constituyeron la consecuencia de lo que en el fondo no era otra cosa que una crisis de sobreacumulación de capital.