Internacional

Este militarcito de Altamirano, o milikito... Abra usted los ojos y no se deje cegar por los juegos de pirotecnia propagandística de la administración yanqui. Salvo una única honrosa excepción, la Segunda Guerra Mundial (incluso esta cuestión tiene su debate), la historia de las guerras norteamericanas está plagada de fracasos, retiradas y cobardías. En un ranking de imperios históricos, el norteamericano ocuparía sin duda el último puesto. Sin ánimo de parecer que saco pecho, no me compare usted a los actuales marineritos con los antiguos tercios españoles de la casa de Austria. O a los ejércitos napoleónicos, o a la Wehrmacht nazi. Las guerras norteamericanas son mezquinas, como la guerra de Iraq, un país devastado por más de una década de embargo y bombardeos, paupérrimo y sin aliados. Ha sido una guerra sin honor ni gloria, repetida, como una mala película, deshonesta y cobarde. Una guerra ya perdida, a pesar de la superioridad militar aplastante.

Las guerras norteamericanas se deciden en los despachos de la Lockheed-Martin y la Halliburton, en camarillas de hombres de negocios ajenos al término "patria", y cuyos hijos jamás empuñarán un fusil para que sus papás hagan mejores negocios. Son chavales sin oportunidades los que irán al campo de batalla, quizás con la idea de estar diez meses o un par de años, lo suficiente para ahorrar y pagarse unos estudios universitarios.

Antiguamente, la palabra "caballero" era sinónima de aristócrata, porque eran ellos los que tenían recursos para poseer un caballo. Las órdenes caballerescas, a las que únicamente accedía la nobleza, se jugaban el honor y la vida en la batalla, y estaban sujetos a estrictas normas morales y religiosas. El conde-duque de Olivares, valido del rey Felipe IV, le hizo la guerra a Europa entera sólo por el honor y el prestigio de la corona española.

En fin, ecos de otra época que yo, desde luego, no echo de menos. Pero no me comparen, no me comparen...

LuisM.