Internacional

Sólo dos semanas antes de los ataques terroristas del 11 de septiembre, Ab’d Al-Muni’im Murad, un columnista de Al-Akhbar, un diario patrocinado por el gobierno egipcio, escribió: “El conflicto que llamamos “árabe-israelí” es, en realidad, un conflicto árabe con el colonialismo occidental y, particularmente, con el norteamericano. Los Estados Unidos tratan (a los árabes) como trataba a los esclavos dentro del continente americano. Para esto, (los Estados Unidos) reciben ayuda del enemigo menor, quiero decir Israel.”
Y no crean que esto fue el final. “El problema”, afirmó el mismo autor en otra columna, “ya no tiene que ver con el conflicto árabe-israelí. El verdadero problema es el conflicto árabe-norteamericano – los árabes tienen que comprender que los Estados Unidos no son “los amigos americanos” y que su tarea, pasada, presente y futura, es (imponer) su hegemonía en el mundo y, fundamentalmente en el Cercano Oriente y en el mundo árabe.”
Luego, en una tercera columna, también publicada a fines de agosto, Murad nos dio un indicio de las “tareas” que consideraba había que realizar en Estados Unidos: “Hay que destruir la Estatua de la Libertad en la bahía de Nueva York debido a la… estúpida política americana que va de desgracia en desgracia hundida en un pantano de prejuicios y ciego fanatismo… La época del colapso americano ha comenzado.”
Si este es el tipo de comentarios que recibimos de un país árabe que todo el mundo considera como “moderado,” ¿qué podemos esperar de estados radicales como Iraq e Irán? En cuanto a los palestinos, su odio por Israel difícilmente supera su desprecio por Estados Unidos.
Por ejemplo, el mufti –o supremo sacerdote- nombrado por la Autoridad Palestina bajo Yasser Arafat le ha rogado a Dios que “destruya Estados Unidos,” mientras que el editor de importante periódico palestino ha proclamado: “La historia no recuerda a Estados Unidos pero recuerda a Iraq… La historia recuerda cada trozo del territorio árabe porque es la cuna de la civilización. Por otra parte, los (americanos) asesinos de la humanidad, los creadores de la cultura bárbara y los vampiros de las naciones, está condenados a muerte y destinados a encogerse a un tamaño microscópico como la Micronesia.”
Lo que quiero decir es que si nunca hubiera existido Israel o si fuera a desaparecer mágicamente, los Estados Unidos seguirían personificando todo lo que la mayoría de estos árabes considera como malvado. En realidad, el odio a Israel es, en gran medida, un sucedáneo del anti-americanismo. Israel es visto como la punta de lanza del esfuerzo americano por dominar el Cercano Oriente. El estado judío es como si dijéramos una traducción de Estados Unidos en hebreo – el “pequeño enemigo,” el “pequeño Satán” – y liberar a la región del mismo sería como liberar un área que pertenece al Islam de las blasfemas influencias políticas, sociales y culturales que emanan de una fuerza bárbara y asesina. Pero esa fuerza es Estados Unidos. Israel es sólo un instrumento.