Internacional

Estos días, Arafat se debate entre la vida y la muerte, y no quería dejar pasar la ocasión sin escribir una nota sobre él. Su figura está rodeada de luces, y también de sombras, pues a nadie se le escapan las acusaciones de corrupción a su gobierno, o los fracasos de los acuerdos de Oslo. Pero lo que es indudable es que este hombre se ha convertido en un auténtico símbolo nacional palestino. Es de los pocos grandes líderes políticos que quedan de aquella época en que todavía existía la tensión entre bloques, y que proponían una vía democratizadora y laica para los paises llamados del Tercer Mundo. Hoy se ve sólo en esa tarea.
Es un hombre odiado. Pero no se le odia, como dicen sus enemigos, por su apoyo al terrorismo. Paradójicamente,lo que molesta es precisamente que el partido que él lidera, Al Fatah, no se ajusta a los moldes de quienes dirigen la "guerra contra el terrorismo". A estos estrategas les interesa precisamente el crecimiento de Hamas y el integrismo religioso en suelo palestino para poder justificar lo injustificable: la masacre de un pueblo entero. Existen intereses para eliminar un movimiento molesto, por democrático y no religioso en sus planteamientos, y fomentar el integrismo entre los jóvenes palestinos, teniendo así la coartada perfecta para lo que ellos llaman "lucha antiterrorista", pero que otros preferimos denominar "terrorismo de estado".

Mucho ánimo para el pueblo palestino.

Un saludo fraternal.