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Cómo se enseña Democracia. Carta a George W. Bush.
Enviado por el día 29 de Marzo de 2003 a las 07:41
¿Cómo se enseña Democracia, Bush? ¿Cómo se la practica? ¿Funciona ese sistema?
A pocos días de iniciada tu guerra contra Iraq, la televisión de allá pasó imágenes de muertos y prisioneros de tu poderoso ejército. Esos jovencitos, asustados, dijeron que estaban ahí obedeciendo órdenes. Los muertos tenían en la frente el orificio letal del tiro de gracia. Las autoridades de tu ministerio de defensa reaccionaron de inmediato, protestando por esa acción de la prensa televisiva iraquí, manifestando que mostrar prisioneros es ilegal porque viola artículos de la Convención de Ginebra... Y tu guerra, Bush, ¿qué artículos está violando? Esa guerra de la cual el mismo Papa dijo que era ilegal e inmoral, ¿no es, acaso, una invasión y no una guerra? La Convención de Ginebra ¿tiene artículos especiales para las invasiones?. Los iraquíes, es cierto, mostrando a prisioneros, violan normas de guerra; pero los “americanos”, haciendo tu guerra, violan todas las normas. ¿Y qué es peor, George W. Bush?: ¿violar normas de guerra, o guerrear violando normas? EE.UU, a través de su presidente, pasó por sobre la autoridad de la ONU, desoyó el creciente clamor mundial, la voz suplicante del Papa... ¿Y ahora tú pides que se cumplan leyes y normas de guerra, de una guerra realizada “en solitario”, como si el planeta fuera tu playstation?
¡Qué cinismo! Los violadores de las normas de la seguridad mundial, exigen el respeto de normas menores durante su acto de violación. Los delincuentes piden respeto mientras delinquen. ¡El mundo te pidió que no hagas guerra! Entonces, ¿a quién le vas a ir a pedir que se respeten tus supuestos derechos de combatiente-invasor? Te estamos dando las espaldas, Bush, porque dispones del planeta como del patio trasero de tu casa.
En otro orden de cosas, les hiciste creer a tus soldados, que se iban a encontrar con un ejército de pobres, con fusiles rudimentarios, usando medias como guantes, ansiosos de rendirse a tu “ejército libertador”. Pero se tropezaron con hombres cuya fortaleza se encuentra en la llama de una Fe intrépida y de una filosofía de vida, que han dado origen a culturas milenarias y a grandes religiones. Mirando CNN tenemos la desagradable impresión de que a tu gente solo le importa el dinero: las cotizaciones de la bolsa, el alza o la baja del petróleo, las apuestas financieras, una guerra no muy cara (y, para eso, breve). Y tus tropas cumplen órdenes: simplemente eso. Un soldado “americano” de hoy es una persona que arriesga y da su vida por tus ideas y caprichos. Los iraquíes, en cambio, se lanzan para defender su patria mancillada por tu ejército neocolonizador que viene para cambiar “sangre por petróleo”; guerrean para poner freno a los “discípulos del diablo”; para abatir, con la fuerza de Alá, a su enemigo, el dios del dinero y de los goces materiales. Con tu guerra avivaste la llama de su Fe. De tarde se escuchan cánticos en las mezquitas de Bagdad: y eso tiene más poder que tus bombas inteligentes que, a veces, caen en cualquier parte.
Qué ridículo apareciste en CNN, pretendiendo mostrar una imagen tranquila, pese al horror de tu guerra, jugando con la pelota y tu perrito; qué imagen light ofreciste al mundo, dejándote peinar ante las cámaras, segundos antes de dar tu bochornoso mensaje, sobre la guerra: no quedó bien, porque chocó verte acicalar mientras a tantas víctimas vimos sangrar y morir por tu caprichosa decisión. Ah, cuando adoptas poses ante la televisión, se adivinan dos emociones contrapuestas en tus ojos tan pequeños como tu alma: la decisión para atacar, y la inseguridad de la victoria. Al principio hablabas de una guerra corta: de horas, o días... Pero después, a la vista de los comunicados del frente de batalla, comenzaste a hablar de que esta sería una guerra larga y dura. Así es como mientes. Así es como mentiste a la ONU impunemente, al igual que Blair, tu secretario aliado, que presentó copias de algún trabajo práctico de universidad, (¡hasta con sus errores de ortografía!), como prueba de las famosas armas ilegales, pero ambos siguen impunes. Si un alumno copia para salvar, es reprobado. Si un mandatario miente, o comete plagio para matar a millares de seres humanos, ¿no merecería, acaso, la pena de muerte?
“Libertad para Iraq” es el mote que le diste a tu maldita guerra. ¡Cuánta generosidad de tu parte! Hacer una campaña militar cuyo costo en vidas de tus soldados es incalculable, porque una sola vida no puede cotizarse monetariamente; pero cuyo costo en dinero apunta a los 100 mil millones de dólares, como le has pedido al Congreso. ¡Qué heroísmo humano y monetario! Pero la gloria no te pertenece, Bush, porque no es tu vida la que ofrendaste, sino las de tus soldados; ni es tu chequera la que regalaste, sino el dinero de los contribuyentes. Pero me queda una duda: ¿por qué tanto amor por la libertad de Iraq? ¿Habrías hecho lo mismo si este milenario país no contara con el 29% de las reservas mundiales de petróleo, mientras las de EE.UU son de apenas el 2%? Tal vez, en ese caso, no te hubieras interesado tanto por su “libertad”. Permíteme, democráticamente, discrepar contigo, y pensar que no te interesa un comino la libertad de Iraq, ni sus armas de destrucción masiva, ni su supuesto terrorismo... ¿Cómo soñaste descubrir, en guerra, lo que no has podido encontrar en paz? Esto no pasa de ser otra de tus mentiras: un perfecto pretexto seudoidealista para delinquir. Porque si Iraq tuviera esas armas de destrucción, ya las habría utilizado para repeler tu ataque. Y si no las usó es porque no las tiene, o porque sabe controlarlas, y las podría utilizar “en caso extremo”, como lo hizo tu país con la bomba atómica que asoló Hiroshima y Nagasaki. En ambas alternativas no se justifica “desarmar” a ese país. Y el terrorismo, permíteme decirte, siempre ha existido y existirá, porque siempre habrá en el mundo hombres como tú, capaces de poner no solo una bomba, sino miles, y matar cruelmente sin misericordia, no solo a una o dos personas claves, sino a millares de niños inocentes y mujeres desvalidas o indefensas, con tal de conseguir sus mezquinos intereses egoístas, tal como lo estás haciendo tú. La raza humana, en forma cíclica según parece, procrea monstruos de esa clase. Por eso da risa escucharte que piensas “acabar con ellos”: debieras empezar autoeliminándote, invitando previamente, a hacer lo mismo a Blair y Aznar, baldones de Inglaterra y de España, respectivamente, como lo eres tú de los EE.UU: uno de tus compatriotas, galardonado con un Oscar, te trató de “presidente ficticio, surgido de comicios ficticios, para una guerra ficticia”. Qué vergüenza para el gran país del Norte.
Y, por último, quiero confesarte que me sorprende el heroísmo y la valentía con que los iraquíes ofrecen resistencia a tu tan generoso y desinteresado ofrecimiento de “Libertad para Iraq”. ¿Será que, en una masacre, los matarás a todos obligándoles a ser libres? ¿O será que, matándolos, los mandas a la eternidad donde tendrán “Justicia Infinita” y “Libertad Infinita”? Pero, de ser así, debieran agradecértelo, obedeciendo tu consejo de “no quemar los pozos de petróleo, porque esa es una riqueza”, en este caso, para ti, porque en el más allá no se usa petróleo.
De esta manera, con tu guerra sucia echas por tierra no solo tantas vidas humanas, viviendas y milenarias obras de arte, patrimonio de la Humanidad, sino también todos los principios éticos y los valores morales que la raza humana ha ido acumulando a lo largo de su evolución, desde su primitivismo bestial al cual toda guerra retrotrae.
¿De qué vamos a hablarles ahora a nuestros hijos y educandos? ¿Del respeto? ¿De la justicia infinita? ¿O de la venganza infinita? ¿Del imperio de la razón? ¿O de la razón de tu Imperio? ¿Del diálogo democrático? ¿De la armonía en el concierto de las naciones? ¿De la paz? ¿O de la guerra? No. Ante este escándalo planetario que estás dando, junto con otros dos ciudadanos, disponiendo de la suerte de todo el mundo, de la vida o de la muerte de millares de personas, llevando a cabo una siniestra guerra dotada de todos los adelantos de la tecnología bélica y prometiendo hacer invasiones similares en todo país que tú juzgues “terrorista”, ya no es posible hablar de nada. ¿Es posible que tres personas decidan destruir el planeta y lo hagan, simplemente porque se les antoja? Hasta el más osado productor de ciencia ficción se queda atónito, como cualquiera de nosotros, mudos de impotencia, ante la escenificación cinematográfica, en vivo y en directo, por entregas diarias, de “La ley de la selva”.
¿Qué democracia llevarás a Iraq en alas de bombarderos feroces y misiles asesinos? ¿La tuya, ebrio de odio y prepotencia, ansioso de agredir caiga quien caiga? ¿La tuya, que hace presión para obligar a todos a “ser libres” y a estar de tu parte, o atenerse a tus cobardes sanciones? ¿La tuya, que confeccionas listas negras de artistas, que masiva y democráticamente se permiten expresar que no piensan como tú sobre tu guerra? ¿Esa es la democracia? Cuando viste las manifestaciones planetarias contra tu demencial proyecto, cínicamente dijiste que “te permitías, respetuosamente, discrepar con ellos”. Pero, sin respeto a nada ni a nadie desataste una guerra inútil. Has llegado al absurdo de “discrepar con respeto”, pero, sin respeto, matar. No escuchaste a las mayorías: ni en el mundo, ni en la ONU. Al contrario, condenaste a sus integrantes por no brindar su anuencia a tu juego, afirmando, como si fueras el propietario de dicho organismo, que “no cumplieron con su responsabilidad”. Si esto es democracia para ti, ¿en qué queda el concepto mundial de Democracia? Estamos, más bien, en presencia de otra lección: EE.UU, el país demócrata por excelencia, nos está brindando, gracias a ti, a domicilio, una lección imborrable de cómo hacer justicia por propia mano.
Pero esos niños, Bush, que estás haciendo llorar de espanto ante tu masacre repugnante, esos hogares que estás mutilando, esa Humanidad dolida por tu culpa, te atormentarán la conciencia, si aún la tienes, por el resto de tu vida.
Tú has proclamado que no aceptarás “otro resultado que no sea la victoria”. Pero tú ya has perdido, porque todo el que emplea la violencia, ya es un derrotado.
Francisco Oliveira y Silva
Psicólogo y poeta paraguayo.
A pocos días de iniciada tu guerra contra Iraq, la televisión de allá pasó imágenes de muertos y prisioneros de tu poderoso ejército. Esos jovencitos, asustados, dijeron que estaban ahí obedeciendo órdenes. Los muertos tenían en la frente el orificio letal del tiro de gracia. Las autoridades de tu ministerio de defensa reaccionaron de inmediato, protestando por esa acción de la prensa televisiva iraquí, manifestando que mostrar prisioneros es ilegal porque viola artículos de la Convención de Ginebra... Y tu guerra, Bush, ¿qué artículos está violando? Esa guerra de la cual el mismo Papa dijo que era ilegal e inmoral, ¿no es, acaso, una invasión y no una guerra? La Convención de Ginebra ¿tiene artículos especiales para las invasiones?. Los iraquíes, es cierto, mostrando a prisioneros, violan normas de guerra; pero los “americanos”, haciendo tu guerra, violan todas las normas. ¿Y qué es peor, George W. Bush?: ¿violar normas de guerra, o guerrear violando normas? EE.UU, a través de su presidente, pasó por sobre la autoridad de la ONU, desoyó el creciente clamor mundial, la voz suplicante del Papa... ¿Y ahora tú pides que se cumplan leyes y normas de guerra, de una guerra realizada “en solitario”, como si el planeta fuera tu playstation?
¡Qué cinismo! Los violadores de las normas de la seguridad mundial, exigen el respeto de normas menores durante su acto de violación. Los delincuentes piden respeto mientras delinquen. ¡El mundo te pidió que no hagas guerra! Entonces, ¿a quién le vas a ir a pedir que se respeten tus supuestos derechos de combatiente-invasor? Te estamos dando las espaldas, Bush, porque dispones del planeta como del patio trasero de tu casa.
En otro orden de cosas, les hiciste creer a tus soldados, que se iban a encontrar con un ejército de pobres, con fusiles rudimentarios, usando medias como guantes, ansiosos de rendirse a tu “ejército libertador”. Pero se tropezaron con hombres cuya fortaleza se encuentra en la llama de una Fe intrépida y de una filosofía de vida, que han dado origen a culturas milenarias y a grandes religiones. Mirando CNN tenemos la desagradable impresión de que a tu gente solo le importa el dinero: las cotizaciones de la bolsa, el alza o la baja del petróleo, las apuestas financieras, una guerra no muy cara (y, para eso, breve). Y tus tropas cumplen órdenes: simplemente eso. Un soldado “americano” de hoy es una persona que arriesga y da su vida por tus ideas y caprichos. Los iraquíes, en cambio, se lanzan para defender su patria mancillada por tu ejército neocolonizador que viene para cambiar “sangre por petróleo”; guerrean para poner freno a los “discípulos del diablo”; para abatir, con la fuerza de Alá, a su enemigo, el dios del dinero y de los goces materiales. Con tu guerra avivaste la llama de su Fe. De tarde se escuchan cánticos en las mezquitas de Bagdad: y eso tiene más poder que tus bombas inteligentes que, a veces, caen en cualquier parte.
Qué ridículo apareciste en CNN, pretendiendo mostrar una imagen tranquila, pese al horror de tu guerra, jugando con la pelota y tu perrito; qué imagen light ofreciste al mundo, dejándote peinar ante las cámaras, segundos antes de dar tu bochornoso mensaje, sobre la guerra: no quedó bien, porque chocó verte acicalar mientras a tantas víctimas vimos sangrar y morir por tu caprichosa decisión. Ah, cuando adoptas poses ante la televisión, se adivinan dos emociones contrapuestas en tus ojos tan pequeños como tu alma: la decisión para atacar, y la inseguridad de la victoria. Al principio hablabas de una guerra corta: de horas, o días... Pero después, a la vista de los comunicados del frente de batalla, comenzaste a hablar de que esta sería una guerra larga y dura. Así es como mientes. Así es como mentiste a la ONU impunemente, al igual que Blair, tu secretario aliado, que presentó copias de algún trabajo práctico de universidad, (¡hasta con sus errores de ortografía!), como prueba de las famosas armas ilegales, pero ambos siguen impunes. Si un alumno copia para salvar, es reprobado. Si un mandatario miente, o comete plagio para matar a millares de seres humanos, ¿no merecería, acaso, la pena de muerte?
“Libertad para Iraq” es el mote que le diste a tu maldita guerra. ¡Cuánta generosidad de tu parte! Hacer una campaña militar cuyo costo en vidas de tus soldados es incalculable, porque una sola vida no puede cotizarse monetariamente; pero cuyo costo en dinero apunta a los 100 mil millones de dólares, como le has pedido al Congreso. ¡Qué heroísmo humano y monetario! Pero la gloria no te pertenece, Bush, porque no es tu vida la que ofrendaste, sino las de tus soldados; ni es tu chequera la que regalaste, sino el dinero de los contribuyentes. Pero me queda una duda: ¿por qué tanto amor por la libertad de Iraq? ¿Habrías hecho lo mismo si este milenario país no contara con el 29% de las reservas mundiales de petróleo, mientras las de EE.UU son de apenas el 2%? Tal vez, en ese caso, no te hubieras interesado tanto por su “libertad”. Permíteme, democráticamente, discrepar contigo, y pensar que no te interesa un comino la libertad de Iraq, ni sus armas de destrucción masiva, ni su supuesto terrorismo... ¿Cómo soñaste descubrir, en guerra, lo que no has podido encontrar en paz? Esto no pasa de ser otra de tus mentiras: un perfecto pretexto seudoidealista para delinquir. Porque si Iraq tuviera esas armas de destrucción, ya las habría utilizado para repeler tu ataque. Y si no las usó es porque no las tiene, o porque sabe controlarlas, y las podría utilizar “en caso extremo”, como lo hizo tu país con la bomba atómica que asoló Hiroshima y Nagasaki. En ambas alternativas no se justifica “desarmar” a ese país. Y el terrorismo, permíteme decirte, siempre ha existido y existirá, porque siempre habrá en el mundo hombres como tú, capaces de poner no solo una bomba, sino miles, y matar cruelmente sin misericordia, no solo a una o dos personas claves, sino a millares de niños inocentes y mujeres desvalidas o indefensas, con tal de conseguir sus mezquinos intereses egoístas, tal como lo estás haciendo tú. La raza humana, en forma cíclica según parece, procrea monstruos de esa clase. Por eso da risa escucharte que piensas “acabar con ellos”: debieras empezar autoeliminándote, invitando previamente, a hacer lo mismo a Blair y Aznar, baldones de Inglaterra y de España, respectivamente, como lo eres tú de los EE.UU: uno de tus compatriotas, galardonado con un Oscar, te trató de “presidente ficticio, surgido de comicios ficticios, para una guerra ficticia”. Qué vergüenza para el gran país del Norte.
Y, por último, quiero confesarte que me sorprende el heroísmo y la valentía con que los iraquíes ofrecen resistencia a tu tan generoso y desinteresado ofrecimiento de “Libertad para Iraq”. ¿Será que, en una masacre, los matarás a todos obligándoles a ser libres? ¿O será que, matándolos, los mandas a la eternidad donde tendrán “Justicia Infinita” y “Libertad Infinita”? Pero, de ser así, debieran agradecértelo, obedeciendo tu consejo de “no quemar los pozos de petróleo, porque esa es una riqueza”, en este caso, para ti, porque en el más allá no se usa petróleo.
De esta manera, con tu guerra sucia echas por tierra no solo tantas vidas humanas, viviendas y milenarias obras de arte, patrimonio de la Humanidad, sino también todos los principios éticos y los valores morales que la raza humana ha ido acumulando a lo largo de su evolución, desde su primitivismo bestial al cual toda guerra retrotrae.
¿De qué vamos a hablarles ahora a nuestros hijos y educandos? ¿Del respeto? ¿De la justicia infinita? ¿O de la venganza infinita? ¿Del imperio de la razón? ¿O de la razón de tu Imperio? ¿Del diálogo democrático? ¿De la armonía en el concierto de las naciones? ¿De la paz? ¿O de la guerra? No. Ante este escándalo planetario que estás dando, junto con otros dos ciudadanos, disponiendo de la suerte de todo el mundo, de la vida o de la muerte de millares de personas, llevando a cabo una siniestra guerra dotada de todos los adelantos de la tecnología bélica y prometiendo hacer invasiones similares en todo país que tú juzgues “terrorista”, ya no es posible hablar de nada. ¿Es posible que tres personas decidan destruir el planeta y lo hagan, simplemente porque se les antoja? Hasta el más osado productor de ciencia ficción se queda atónito, como cualquiera de nosotros, mudos de impotencia, ante la escenificación cinematográfica, en vivo y en directo, por entregas diarias, de “La ley de la selva”.
¿Qué democracia llevarás a Iraq en alas de bombarderos feroces y misiles asesinos? ¿La tuya, ebrio de odio y prepotencia, ansioso de agredir caiga quien caiga? ¿La tuya, que hace presión para obligar a todos a “ser libres” y a estar de tu parte, o atenerse a tus cobardes sanciones? ¿La tuya, que confeccionas listas negras de artistas, que masiva y democráticamente se permiten expresar que no piensan como tú sobre tu guerra? ¿Esa es la democracia? Cuando viste las manifestaciones planetarias contra tu demencial proyecto, cínicamente dijiste que “te permitías, respetuosamente, discrepar con ellos”. Pero, sin respeto a nada ni a nadie desataste una guerra inútil. Has llegado al absurdo de “discrepar con respeto”, pero, sin respeto, matar. No escuchaste a las mayorías: ni en el mundo, ni en la ONU. Al contrario, condenaste a sus integrantes por no brindar su anuencia a tu juego, afirmando, como si fueras el propietario de dicho organismo, que “no cumplieron con su responsabilidad”. Si esto es democracia para ti, ¿en qué queda el concepto mundial de Democracia? Estamos, más bien, en presencia de otra lección: EE.UU, el país demócrata por excelencia, nos está brindando, gracias a ti, a domicilio, una lección imborrable de cómo hacer justicia por propia mano.
Pero esos niños, Bush, que estás haciendo llorar de espanto ante tu masacre repugnante, esos hogares que estás mutilando, esa Humanidad dolida por tu culpa, te atormentarán la conciencia, si aún la tienes, por el resto de tu vida.
Tú has proclamado que no aceptarás “otro resultado que no sea la victoria”. Pero tú ya has perdido, porque todo el que emplea la violencia, ya es un derrotado.
Francisco Oliveira y Silva
Psicólogo y poeta paraguayo.