Economía
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RECOMIENDO, articulo
Enviado por el día 20 de Junio de 2003 a las 02:42
les recomiendo este articulo muy bueno, sacado, de la fundación, ATLAS.org
http://ar.geocities.com/mazzamiii/crecercreer
Argentina, ayer y hoy
¡Quién te ha visto y quién te ve! Evidente, no es la misma de ayer. La Argentina potencia, la Argentina primer mundo, hizo mutis por el foro. Ahora en escena la Argentina patagónica, populista, que exalta la planificación de la economía –¡imagínense ustedes!- y que ovaciona a Fidel, al cual, por más que se haya restregado las manos para el viaje, la sangre no se le borra con nada. No hay duda alguna, no es la Argentina de la primera presidencia de Menem. Más importante aún, no es la Argentina del presidente Avellaneda.
Pero, sobre éste –y Kirchner- más adelante. Antes, algunas precisiones. No entiendan lo que escribo como un ataque personal al nuevo Presidente. Lo que a los argentinos les tocó es lo que los argentinos eligieron. Kirchner no engañó a nadie. Con recordar que era una hechura de Duhalde, está todo dicho. Fue una deliberada apuesta a la mediocridad. Y, si mediocridad es lo peor que reciben, deben darse por satisfechos.
Kirchner promete reactivar la economía a fuerza de obra pública. Dice que así se desmentirá “el discurso único del neoliberalismo que las estigmatizó como gasto público improductivo”. ¿De dónde habrá sacado tamaño disparate? ¿A los dichos de quiénes se refiere? ¿Qué economías de mercado conoce que hayan prescindido de la obra pública? ¿A EEUU? ¿A Alemania? ¿A Japón? Naturalmente, como uno no sabe a ciencia cierta a qué se refieren los socialistas y dirigistas cuando hablan de “neoliberalismo” –no conozco persona, ni país, ni gobierno, que se haya autodenominado nunca “neoliberal”- es difícil rebatir terminantemente una tesis como la suya; pero basta tener en cuenta que nunca nadie afirmó, ni puede concebirse que afirmara, que la obra pública es “improductiva”, para estar seguros de que se trata de una necedad.
Por otra parte, dentro de Argentina, no cabe duda de que lo del “neoliberalismo” se refiere a Menem. Su gestión habría fallado, entre otras cosas, en haber descuidado la obra pública. Un país con una infraestructura adecuada de obra pública sería, implícitamente nos expresa el nuevo Presidente, el que aquél recibió de Alfonsín y, por su intermedio, de los gobiernos anteriores. ¿Habráse enunciado jamás falacia comparable? Un conocido analista político argentino, Juan Carlos Casas, compara la visión implícita de Kirchner con la realidad: “Todos recordamos la escasez de energía eléctrica, los generadores en las veredas de la zona bancaria para que pudieran funcionar los equipos de computación de los bancos, los cortes de luz, la escasez de gas en invierno, los caminos destrozados. No había casi autopistas en la Argentina, el Paraná no admitía naves de gran calado. Para obtener un teléfono había que esperar años y pagar fuertes coimas al personal de ENTEL; ferrocarriles inexistentes y abandonados.”
Lo que sí es cierto, y se lo dirá a Kirchner cualquier economista, sea su ideología la que fuere, es que, como “política de reactivación”, de acuerdo con la propia doctrina keynesiana, la inversión pública tiene que financiarse deficitariamente, emitiendo deuda o emitiendo dinero, porque si se financia con impuestos, el incremento de la carga fiscal anula el efecto del gasto. Vale decir que esa política le estará vedada al nuevo gobierno, digamos, en el mejor de los casos, durante la primera mitad de su período, cuando difícilmente pueda tomar prestado y sí sólo darle a la manivela de la imprenta monetaria. Salvo que Kirchner quiera emular a Alfonsín en cuanto a generar hiperinflaciones.
Y ahora, al tema de la deuda externa, cuyos servicios Argentina interrumpió en diciembre de 2001. El hermano país no puede dejar esa irregularidad en pie por más tiempo sin riesgo de perder toda posibilidad de regresar al mercado internacional de crédito en el futuro previsible. Como el caso del aclamado Fidel Castro, que declaró el default en 1959 y desde entonces le prestó sólo la URSS, mientras existió, y desde su colapso nadie más. Kirchner no negó lo apremiante de la situación. “Sabemos”, reconoció, “que nuestra deuda es un problema central. No se trata de no cumplir, de no pagar ... pero, a diferencia de Avellaneda, tampoco podemos pagar a costa de que cada vez más argentinos vean postergando su acceso a la vivienda digna, a un trabajo seguro, a la educación de sus hijos, o a la salud.” En síntesis: Vamos a pagar con el excedente de la cobertura de todas las necesidades, hasta ahora nunca plenamente satisfechas, que reclama el bienestar de los argentinos. Más corto todavía: “Vamos a pagar cuando nos sobre la plata.”
A los acreedores actuales y potenciales del exterior implícitamente les dice: Si sobreviene una tensión entre nuestras obligaciones y el bienestar de los argentinos, la válvula de seguridad van a ser los bolsillos de ustedes, que de cualquier manera vacíos nunca van a estar. La pregunta es: ¿se concitará la confianza de los mercados de capital del exterior con ese enfoque? Obviamente no, y eso es grave, porque la esperanza principal de reactivación económica para Argentina, como para Uruguay, consiste en crear confianza en los inversores de todo el mundo, con la consiguiente creación de puestos de trabajo. ¿Cómo puede lograrse tal cosa?
Les contaré cómo reaccionó ante esta cuestión el presidente Nicolás Avellaneda (que ejerció la presidencia entre el 12 de octubre de 1874 y misma fecha del ’80). Kirchner les dijo a los argentinos que se tomasen las cosas con calma; que nunca se les exigiría un gran sacrificio. Avellaneda, por su parte, les dijo que estuviesen preparados para una conducta heroica si la Patria lo requería; literalmente les habló así: “La República puede estar dividida hondamente en partidos internos; pero no tiene sino un honor y un crédito, como sólo tiene un nombre y una bandera ante los pueblos extraños. Hay dos millones de argentinos que economizarán hasta sobre su hambre y sobre su sed, para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros.” Avellaneda vino a decirles a los actuales y futuros acreedores que, si sobrevenía una tensión entre el cumplimiento de los compromisos y el bienestar de los argentinos, la válvula de seguridad sería el sacrificio heroico de éstos. Y el mundo creyó en Avellaneda, y en los argentinos.
Tal vez por eso éstos nunca tuvieron, por entonces, que pasar hambre ni sed. La presidencia de Avellaneda inaugura una época de fabuloso crecimiento en nuestra vecina República, y de enorme inversión extranjera. Vamos a contrastar el producto per capita (PPC) de Argentina con la media de los de Inglaterra, Francia y Alemania (en adelante “Europa Occidental”). En aquel tiempo, y hasta la última reforma constitucional, el período presidencial en Argentina era de seis años. En el sexenio de Avellaneda (aproximadamente 1875-80) el PPC era del 67,4%, del orden de dos terceras partes del de Europa Occidental; en el sexenio siguiente, 81,8%; en 1887-92, había subido al 91,4 %, como quien dice a ras con ras frente a las tres mayores potencias europeas; finalmente, en 1893-98, había alcanzado 104,0 %. O sea que antes de finalizar el siglo XIX la Argentina había sobrepasado claramente a Europa Occidental. Y la población recibía aportes migratorios enormes. Diríase que, mal que pese a Kirchner, pedirle a la ciudadanía heroicidad y grandeza no es siempre un mal negocio
http://ar.geocities.com/mazzamiii/crecercreer
Argentina, ayer y hoy
¡Quién te ha visto y quién te ve! Evidente, no es la misma de ayer. La Argentina potencia, la Argentina primer mundo, hizo mutis por el foro. Ahora en escena la Argentina patagónica, populista, que exalta la planificación de la economía –¡imagínense ustedes!- y que ovaciona a Fidel, al cual, por más que se haya restregado las manos para el viaje, la sangre no se le borra con nada. No hay duda alguna, no es la Argentina de la primera presidencia de Menem. Más importante aún, no es la Argentina del presidente Avellaneda.
Pero, sobre éste –y Kirchner- más adelante. Antes, algunas precisiones. No entiendan lo que escribo como un ataque personal al nuevo Presidente. Lo que a los argentinos les tocó es lo que los argentinos eligieron. Kirchner no engañó a nadie. Con recordar que era una hechura de Duhalde, está todo dicho. Fue una deliberada apuesta a la mediocridad. Y, si mediocridad es lo peor que reciben, deben darse por satisfechos.
Kirchner promete reactivar la economía a fuerza de obra pública. Dice que así se desmentirá “el discurso único del neoliberalismo que las estigmatizó como gasto público improductivo”. ¿De dónde habrá sacado tamaño disparate? ¿A los dichos de quiénes se refiere? ¿Qué economías de mercado conoce que hayan prescindido de la obra pública? ¿A EEUU? ¿A Alemania? ¿A Japón? Naturalmente, como uno no sabe a ciencia cierta a qué se refieren los socialistas y dirigistas cuando hablan de “neoliberalismo” –no conozco persona, ni país, ni gobierno, que se haya autodenominado nunca “neoliberal”- es difícil rebatir terminantemente una tesis como la suya; pero basta tener en cuenta que nunca nadie afirmó, ni puede concebirse que afirmara, que la obra pública es “improductiva”, para estar seguros de que se trata de una necedad.
Por otra parte, dentro de Argentina, no cabe duda de que lo del “neoliberalismo” se refiere a Menem. Su gestión habría fallado, entre otras cosas, en haber descuidado la obra pública. Un país con una infraestructura adecuada de obra pública sería, implícitamente nos expresa el nuevo Presidente, el que aquél recibió de Alfonsín y, por su intermedio, de los gobiernos anteriores. ¿Habráse enunciado jamás falacia comparable? Un conocido analista político argentino, Juan Carlos Casas, compara la visión implícita de Kirchner con la realidad: “Todos recordamos la escasez de energía eléctrica, los generadores en las veredas de la zona bancaria para que pudieran funcionar los equipos de computación de los bancos, los cortes de luz, la escasez de gas en invierno, los caminos destrozados. No había casi autopistas en la Argentina, el Paraná no admitía naves de gran calado. Para obtener un teléfono había que esperar años y pagar fuertes coimas al personal de ENTEL; ferrocarriles inexistentes y abandonados.”
Lo que sí es cierto, y se lo dirá a Kirchner cualquier economista, sea su ideología la que fuere, es que, como “política de reactivación”, de acuerdo con la propia doctrina keynesiana, la inversión pública tiene que financiarse deficitariamente, emitiendo deuda o emitiendo dinero, porque si se financia con impuestos, el incremento de la carga fiscal anula el efecto del gasto. Vale decir que esa política le estará vedada al nuevo gobierno, digamos, en el mejor de los casos, durante la primera mitad de su período, cuando difícilmente pueda tomar prestado y sí sólo darle a la manivela de la imprenta monetaria. Salvo que Kirchner quiera emular a Alfonsín en cuanto a generar hiperinflaciones.
Y ahora, al tema de la deuda externa, cuyos servicios Argentina interrumpió en diciembre de 2001. El hermano país no puede dejar esa irregularidad en pie por más tiempo sin riesgo de perder toda posibilidad de regresar al mercado internacional de crédito en el futuro previsible. Como el caso del aclamado Fidel Castro, que declaró el default en 1959 y desde entonces le prestó sólo la URSS, mientras existió, y desde su colapso nadie más. Kirchner no negó lo apremiante de la situación. “Sabemos”, reconoció, “que nuestra deuda es un problema central. No se trata de no cumplir, de no pagar ... pero, a diferencia de Avellaneda, tampoco podemos pagar a costa de que cada vez más argentinos vean postergando su acceso a la vivienda digna, a un trabajo seguro, a la educación de sus hijos, o a la salud.” En síntesis: Vamos a pagar con el excedente de la cobertura de todas las necesidades, hasta ahora nunca plenamente satisfechas, que reclama el bienestar de los argentinos. Más corto todavía: “Vamos a pagar cuando nos sobre la plata.”
A los acreedores actuales y potenciales del exterior implícitamente les dice: Si sobreviene una tensión entre nuestras obligaciones y el bienestar de los argentinos, la válvula de seguridad van a ser los bolsillos de ustedes, que de cualquier manera vacíos nunca van a estar. La pregunta es: ¿se concitará la confianza de los mercados de capital del exterior con ese enfoque? Obviamente no, y eso es grave, porque la esperanza principal de reactivación económica para Argentina, como para Uruguay, consiste en crear confianza en los inversores de todo el mundo, con la consiguiente creación de puestos de trabajo. ¿Cómo puede lograrse tal cosa?
Les contaré cómo reaccionó ante esta cuestión el presidente Nicolás Avellaneda (que ejerció la presidencia entre el 12 de octubre de 1874 y misma fecha del ’80). Kirchner les dijo a los argentinos que se tomasen las cosas con calma; que nunca se les exigiría un gran sacrificio. Avellaneda, por su parte, les dijo que estuviesen preparados para una conducta heroica si la Patria lo requería; literalmente les habló así: “La República puede estar dividida hondamente en partidos internos; pero no tiene sino un honor y un crédito, como sólo tiene un nombre y una bandera ante los pueblos extraños. Hay dos millones de argentinos que economizarán hasta sobre su hambre y sobre su sed, para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros.” Avellaneda vino a decirles a los actuales y futuros acreedores que, si sobrevenía una tensión entre el cumplimiento de los compromisos y el bienestar de los argentinos, la válvula de seguridad sería el sacrificio heroico de éstos. Y el mundo creyó en Avellaneda, y en los argentinos.
Tal vez por eso éstos nunca tuvieron, por entonces, que pasar hambre ni sed. La presidencia de Avellaneda inaugura una época de fabuloso crecimiento en nuestra vecina República, y de enorme inversión extranjera. Vamos a contrastar el producto per capita (PPC) de Argentina con la media de los de Inglaterra, Francia y Alemania (en adelante “Europa Occidental”). En aquel tiempo, y hasta la última reforma constitucional, el período presidencial en Argentina era de seis años. En el sexenio de Avellaneda (aproximadamente 1875-80) el PPC era del 67,4%, del orden de dos terceras partes del de Europa Occidental; en el sexenio siguiente, 81,8%; en 1887-92, había subido al 91,4 %, como quien dice a ras con ras frente a las tres mayores potencias europeas; finalmente, en 1893-98, había alcanzado 104,0 %. O sea que antes de finalizar el siglo XIX la Argentina había sobrepasado claramente a Europa Occidental. Y la población recibía aportes migratorios enormes. Diríase que, mal que pese a Kirchner, pedirle a la ciudadanía heroicidad y grandeza no es siempre un mal negocio