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¿Trabajo infantil o prostitución infantil?

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Traducido por Juan Carlos Hidalgo

Publicado por cortesía del Cato Institute.

Al igual que la gran mayoría de los estadounidenses, yo estoy en contra del trabajo infantil. Por eso es que he estado envuelto en la economía de desarrollo en los países pobres, ya que es claro que los cambios económicos y tecnológicos son ingredientes esenciales para sacar a los niños del lugar de trabajo y llevarlos a las escuelas; así podrán crecer para convertirse en adultos productivos y llevar adelante vidas más sanas y prolongadas. Sin embargo, en países pobres como Bangladesh, el trabajo infantil es vital para la supervivencia de muchas familias, tal y como lo era en Estados Unidos durante el siglo XIX. Así que mientras la lucha por acabar con el trabajo infantil es necesaria, para llegar a dicho punto muchas veces se requiere tomar rutas distintas-y desdichadamente existen muchos obstáculos políticos, especialmente de los grupos ambientalistas radicales y de los activistas anti-globalización.

Muchos de los principales activistas contra el trabajo infantil en los países en desarrollo tienen una larga historia de atacar a los avances tecnológicos, como las cosechas modificadas genéticamente, y a las políticas económicas que pueden liberar a los niños de la necesidad de trabajar (Por ejemplo, la anti-globalizadora Campaña para la Abolición de las Fábricas Explotadoras y el Trabajo Infantil inició su gira por 10 ciudades de Estados Unidos el 24 de Septiembre). Dichos avances han sacado a más niños de los campos y los han llevado a las escuelas que cualquier campaña de estos activistas.

Aún así, la legislación estadounidense contra la importación de textiles producidos por mano de obra infantil -con el fin de "proteger" a los niños de la explotación y promover su educación-ha tenido un efecto devastador en Bangladesh, especialmente sobre las vidas de aquellos a los que pretendía proteger. Viví en Bangladesh en 1988 cuando el yute crudo era todavía el principal producto de exportación. Los niños mendigaban en las calles, se veían envueltos en la prostitución y otros crímenes, o realizaban trabajos pesados. La rápida expansión de la industria de textiles creó trabajos mejor remunerados y menos arduos para los niños. Aunque muy alejado de lo ideal, dichos trabajos eran ampliamente superiores a los que tenían anteriormente. Y las condiciones que tuvieron fueron mucho mejores de las que los niños se vieron forzados a regresar una vez que, como resultado de la presión ejercida por Estados Unidos, la industria de textiles los despidiera. El único lugar en donde los infantes no terminaron fue en la escuela. Gracias a la presión norteamericana, muchos niños regresaron a la prostitución y a otras actividades peligrosas.

Ciertamente no existe una institución con mayor credibilidad en la defensa infantil que la UNICEF. Los autores del volumen "Lo que Funciona para los Niños Trabajadores", patrocinado por la UNICEF, encontró que para los niños en la industria de textiles en Bangladesh, el trabajo era "menos riesgoso, financieramente más lucrativo, y con mayores perspectivas de mejora que casi cualquiera de las otras formas de empleo disponibles." La UNICEF añadió que los boicots "caen en el problema de no poder distinguir entre buenas y malas situaciones laborales para los niños." La UNICEF es particularmente crítica del uso del trabajo infantil como excusa para imponer prohibiciones proteccionistas, tales como las que se han promovido contra Bangladesh.

El estudio de la UNICEF concluye que "es difícil encontrar algo que sea digno de alabar en los argumentos que utilizan al trabajo infantil para establecer prohibiciones unilaterales a las importaciones", una acción que se encuentra en la agenda manifiesta de aquellos involucrados en la campaña actual. Sin programas de transición y la provisión de medios de sustitución de ingresos, la mayoría de las campañas que pretenden prohibir la importación de textiles fabricados con mano de obra infantil terminarán empeorando la situación de los niños y sus familias. Los programas de transición requieren de recursos que los países pobres simplemente no tienen. Y el imponer esta carga imposible sobre ellos en el nombre de defender los derechos de los menores se asemeja a una forma disfrazada de proteccionismo: ofreciéndole protección a una industria local y no a los niños pobres. Existen muchos ejemplos de prácticas de trabajo infantil abusivas alrededor del mundo en donde una campaña cuidadosamente dirigida a mejorar las condiciones de trabajo podría resultar de ayuda, pero no así las acciones proteccionistas de algunos grupos que usualmente apoyan prohibiciones indiscriminadas a las importaciones de productos fabricados con mano de obra infantil.

Los países en desarrollo cada día ven más como medidas económicas proteccionistas a los llamados a prohibir la mano de obra infantil, o la protección del ambiente, o la conservación del estilo de vida rural en los países desarrollados. Queda claro de las batallas callejeras en Seattle que aquellos que dicen defender a los pobres podrían ser de hecho sus peores enemigos. Muy a menudo los que apoyan financieramente a dichos activistas no comparten las mismas ilusiones, ya que lo que hacen es promover su propia agenda proteccionista. Así como la "transparencia" se ha convertido en una demanda legítima para todas las instituciones, también podría serlo para las tropas anti-tecnológicas.

Thomas R. DeGregory es profesor de Economía en la University of Houston y es el autor del reciente libro Bountiful Harvest del Cato Institute sobre el cual se basa este artículo.