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Recursos naturales y medio ambiente

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Traducido por Mariano Bas Uribe

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Parte B. El asalto ecologista al progreso económico

2. Las afirmaciones del movimiento ecologista y su patología del miedo y el odio

El pavor del movimiento ecologista a la civilización industrial

El movimiento ecologista se caracteriza por su miedo patológico a la civilización industrial y a la ciencia y la tecnología. Teme la “contaminación” del agua y el aire como consecuencia de la producción industrial y la emisión de sus residuos. Teme el envenenamiento de los peces, la destrucción de los ríos y los lagos, la “contaminación” de océanos enteros. Teme la “lluvia ácida”, la destrucción de la capa de ozono, el advenimiento de una nueva edad del hielo, el advenimiento opuesto de un calentamiento global y la fusión de los casquetes polares y el ascenso de los niveles del mar. Teme el uso de herbicidas y pesticidas por miedo a que se intoxique la cadena alimenticia. Teme el use de conservantes químicos e incontables otras supuestas causas de cánceres que derivan de los productos químicos fabricados por la civilización industrial. Teme la radiación, no sólo de de las plantas de energía atómica, sino también de los televisores de color, hornos de microondas, tostadoras, mantas eléctricas y líneas de alta tensión. Teme el vertido de residuos radiactivos, todos los demás residuos tóxicos y todo vertido no biodegradable. Temen los vertederos y la destrucción de zonas húmedas. Teme la destrucción de especies animales y vegetales que son inútiles e incluso hostiles al hombre y reclaman la conservación de todas y cada una. Reclaman la conservación o recuperación de todo tal como está o estaba antes de que llegara el hombre a escena, desde los bosques “viejos”, extensiones de praderas y las zonas inhóspitas del Ártico y el Antártico, a la reintroducción de lobos y osos en áreas de las que han sido eliminados.[1]

Como escribí en otro lugar, como consecuencia de la influencia del movimiento ecologista, hoy en día cada vez más estadounidenses y europeos occidentales “ven la ciencia y la tecnología reales como solían mostrarse humorísticamente en las películas de Boris Karloff y Bela Lugosi, esto es, como temibles ‘experimentos’ que se llevan a cabo en el castillo de Frankenstein. Y tomando en la vida real el papel de campesinos transilvanos aterrorizados y enojados, intentan aplastar esa ciencia y tecnología”[2] A todos los efectos prácticos, el resultado del ecologismo ha sido la creación de una horda de patanes histéricos en medio de la civilización moderna.

Como una expresión principal de este fenómeno, un creciente número de nuestros contemporáneos ven la energía atómica como un terrible rayo de la muerte, fuera del poder humano para usarlo con seguridad. Su miedo es tal que rechazan aprobar incluso el establecimiento de basureros para residuos nucleares. De hecho, como ya hemos mencionado, el gobierno del estado de Nueva York, atormentado él mismo por los temores inculcados por el movimiento ecologista, ha desmantelado la planta de energía atómica de Soreham en Long Island, completamente nueva y totalmente construida. Una planta cuya potencia generada hubiera evitado las sobrecargas y apagones, que ahora son más posibles en el área de la ciudad de Nueva York en los próximos años. El gobierno y los ecologistas parecen totalmente ignorantes o indiferentes acerca de las consecuencias del desmantelamiento de la planta, como gente atrapada en ascensores y metros, grandes cantidades de alimentos estropeados, muertes por infartos a causa de falta de aire acondicionado, etcétera, todo porque la planta y la energía que podría haber generado no existen ni existirán. De lo único que el gobierno del estado y los ecologistas parecen ser conscientes es de imaginar un escape radiactivo a gran escala.

Para satisfacer su temor a la energía atómica, los ecologistas sencillamente hacen caso omiso de todas las salvaguardas científicas y de ingeniería construidas en las centrales atómicas de los Estados Unidos, como sistemas de respaldo, desactivaciones automáticas en caso de pérdida de refrigeración y edificios contendores capaces de soportar el impacto directo de un avión.[3] Ignoran hechos como que el peor accidente nuclear de la historia de Estados Unidos—el de la planta nuclear de Three Mile Island—en realidad confirma la seguridad de los plantas de energía nuclear en Estados Unidos. Completamente al contrario que el caso más reciente de Chernobyl en la antigua Unión Soviética, no hubo una sola muerte, ni un solo caso de sobredosis radiactiva a ningún ciudadano en ese accidente. Además, de acuerdo con estudios publicados en The New York Times, el índice de cánceres entre los residentes en el área alrededor de Three Mile Island no es más alto de lo normal ni ha ascendido.[4]

Ciertamente, el caso de Chernobyl fue un auténtico desastre. Pero este hecho no es una acusación a la energía atómica y aún menos a la ciencia y tecnología modernas en general. Es una acusación sólo a la incompetencia e indeferencia ante la vida humana inherentes al comunismo. Bajo el comunismo (socialismo), no hay incentivo para ofrecer a la gente lo que necesitan o desean, incluyendo seguridad.[5] Además bajo el comunismo (socialismo), la capacidad del gobierno para perseguir las cosas mal hechas en relación con el uso de medios de producción se ve necesariamente comprometida por la propia naturaleza del asunto, puesto que al ser el mismo estado el propietario de los medios de producción, es por tanto la parte responsable de cualquier defecto relacionado con ellos. De hecho, cualquier acusación del estado sería una acusación de sus propios responsables, que lógicamente llegaría a los niveles más altos. Y esto porque bajo la planificación centralizada, que constituye una de las características esenciales del socialismo, los responsables al máximo nivel lo son de todos los detalles de la actividad económica. La necesidad implícita de acusar a los líderes máximos, disminuye grandemente la posibilidad de esas acusaciones. Por tanto, bajo el comunismo, como consecuencia tanto de la falta de incentivos económicos como legales para ofrecer seguridad, son comunes los accidentes industriales de todo tipo, incluyendo aviones y trenes. Ésta es una buena razón para rechazar el comunismo, pero sin duda no una base racional para rechazar la energía nuclear y la sociedad industrial.

Como se ha indicado, como consecuencia de la influencia del movimiento ecologista, los temores de un creciente número de nuestros contemporáneos son tales que rechazan aprobar no sólo vertederos nucleares sino también nuevos vertederos para deshacerse de todo tipo de productos químicos comunes que se generan como residuos de procesos industriales, como ácido sulfúrico, clorhídrico o nítrico, dioxinas, PCBs e incluso plomo o mercurio. Rechazan hacerlo por miedo a envenenarse con los “residuos tóxicos”. Además dejan de comer una cosa detrás de otra, aterrorizados por la posibilidad de que estén envenenados—con conservantes, pesticidas o “química”. Cada vez más, ven cada aditivo químico artificial alimentario como si fuera una causa de cáncer o cualquier otra pavorosa enfermedad. Más y más se vuelven hacia alimentos “naturales”, como si millones de años de ciega evolución y la selección de alimentos fuera una garantía de confianza, pero la aplicación de la ciencia y la inteligencia humanas a la mejora de los alimentos no lo fuera. El miedo a los productos químicos es tal que una compañía química importante y en un tiempo orgullosa de serlo, se sintió obligada a cambiar su lema de “Mejores cosas para una vida mejor usando la química” a, sencillamente, “Mejores cosas para una vida mejor”, porque la misma palabra química se ha convertido en controvertida y una fuente de temor. Cada vez más nuestros contemporáneos también recelan de dispositivos mecánicos normales, desde automóviles y lavadoras hasta escaleras de mano, y reclaman garantías absolutas de seguridad en relación con su utilización. Todos estos recelos se supone que son una respuesta a las supuestas tendencias autodestructivas de una sociedad industrial.

Todavía en prácticamente ningún caso se ha ofrecido ninguna prueba real de peligro. De hecho, algunas afirmaciones se muestran inmediatamente como absurdas desde una perspectiva lógica. Por ejemplo, es una contradicción temer a la vez una nueva glaciación y un calentamiento global. Puesto que todas las cosas físicas del mundo son productos químicos, es absurdo temer los conservantes químicos. Ese temor es equivalente al miedo a los conservantes como tales y por tanto el temor al verdadero hecho de que la comida no se estropee tan rápidamente.

No sólo no hay prueba del peligro de la civilización industrial, la ciencia y la tecnología, sino que todas las pruebas se dirigen exactamente en dirección opuesta. Como he mostrado, el efecto real de la civilización industrial, la ciencia y la tecnología ha sido incrementar la esperanza de vida dos veces y media desde el principio de la Revolución Industrial y mejorar radicalmente la salud y el bienestar humanos. Los ecologistas sencillamente ignoran todo esto. En su perspectiva, es peor la “contaminación del aire”. Esta creencia se muestra claramente en las palabras de Carl Sagan, un líder ecologista:

Las “factorías diabólicas” de Inglaterra en los primeros años de la revolución industrial contaminaron el aire y causaron epidemias de enfermedades respiratorias. Las nieblas de “sopa de guisantes” de Londres, que ofrecieron un telón de fondo a las persecuciones de las historias de Sherlock Holmes, eran contaminación mortal industrial y doméstica. Hoy día, los automóviles añaden sus tubos de escape y nuestras ciudades están llenas de smog—que afecta a la salud, la felicidad y la productividad de la propia gente que genera los contaminantes. También conocemos la lluvia ácida, la contaminación de lagos y bosques y el daño ecológico causado por derrames de petróleo. Pero la opinión que prevalece ha sido—erróneamente a mi entender—que esos daños se ven más que compensados por los beneficios que ofrecen los combustibles fósiles.[6]

Así, Sagan ha declarado que desde su punto de vista es erróneo creer que el radical y progresivo incremento en la esperanza de vida y en la salud y bienestar humanos pesen más que los efectos de malestar de la contaminación atmosférica. Porque son precisamente esos los beneficios que los combustibles fósiles han generado. Evitar la contaminación del aire es supuestamente más importante.

Resulta interesante que, al presentar a la Revolución Industrial como la causa de enfermedades respiratorias, Sagan se las arregla de algún modo para olvidar la prácticamente total eliminación de la tuberculosis y la reducción radical en la frecuencia y mortalidad causadas por la pulmonía que se han conseguido en la civilización industrial. Por supuesto, tradicionalmente la tuberculosis y la pulmonía han sido las enfermedades respiratorias más comunes. Al eliminar prácticamente una y reducir drásticamente la otra, la contribución positiva de la civilización industrial específicamente en lo que se refiere a la salud respiratoria sobrepasa sobradamente la negativa de cualquier enfermedad respiratoria ocasionada por la civilización industrial. Sagan, por supuesto, no se preocupa en especificar la naturaleza y extensión de esas supuestas enfermedades. En su perspectiva, al desarrollar la civilización industrial, nos hemos metido en un “lío”.[7]

El temor del movimiento ecologista hacia la civilización industrial les lleva a querer destruirla. Por tanto, un objetivo básico del ecologismo es bloquear el incremento de una fuente de energía artificial tras otra y al fin disminuir la producción artificial de energía hasta el punto de su práctica inexistencia, deshaciendo así la Revolución Industrial y volviendo al mundo a la economía de la Edad Oscura. No debería haber energía atómica. De acuerdo con los ecologistas, representa el rayo de la muerte. Tampoco debería haber energía basada en combustibles fósiles. De acuerdo con los ecologistas, causa “contaminación atmosférica” y ahora el calentamiento global y por tanto debe dejar de usarse. Incluso tampoco debería haber energía hidroeléctrica. De acuerdo con los ecologistas, la construcción de las presas necesarias destruye el hábitat de la vida salvaje, que constituye una riqueza por sí mismo.

Sólo se permiten tres cosas como fuente de energía, de acuerdo con los ecologistas. Dos de ellas, la energía solar y la eólica, son, hasta donde puede verse, prácticamente inviables como fuentes significativas de energía. (Si, por alguna razón llegaran a ser viables, los ecologistas encontrarán sin duda razones para atacarlas: denunciarían cosas como la reflexión masiva de luces de miles o decenas de miles de acres ocupados por paneles solares, o la mutilación y muerte de aves con las aspas de los molinos de viento). La tercera fuente de energía tolerable, la “conservación”, es una contradicción en los términos. La conservación no es una fuente de energía. Significa simplemente utilizar menos. La conservación es una fuente de energía para uno sólo al precio de privar de energía a algún otro.[8]

La campaña de los ecologistas contra la energía nos hace pensar en la imagen de una boa enrollándose alrededor del cuerpo de su víctima y privándole lentamente de vida. No puede haber otra consecuencia para el sistema económico del mundo industrializado excepto su debilitación y muerte final si sus fuentes de energía se van sofocando progresivamente.


[1] Un libro excelente que refuta las mayor parte de las afirmaciones concretas de los ecologistas es Jay Lehr Ed., Rational Readings on Enviromental Concerns (New York: Van Nostrand Reinhold, 1992). Partes de este capítulo, previamente publicadas en el folleto The Toxicity of Environmentalism aparecen como sumario del libro.

[2] George Reisman, “Education and the Racist Road to Barbarism”, Intellectual Activist 5, nº 4 (30 de abril de 1990), páginas 4-7; reimpreso como folleto (Laguna Hills, California: The Jefferson School of Philosophy, Economics, and Psychology, 1992).

[3] Para una discusión exhaustiva sobre la seguridad de la energía nuclear, ver Petr Beckmann, The Health Hazards of Not Going Nuclear (Boulder, Colorado: Golem Press, 1976).

[4] New York Times, 20 de septiembre de 1990, página A15.

[5] Para un desarrollo de este punto, ver George Reisman, Capitalism, páginas 275-278. También en la misma obra, las páginas 172-180, para una visión de la opuesta manera de operar del capitalismo.

[6] Carl Sagan, “Tomorrow’s Energy”, Parade, 25 de noviembre de 1990, página 10.

[7] Ibíd., página 11.

[8] Debe advertirse que no es respuesta a este hecho el apuntar a casos en los en los que la pérdida de energía puede parecer compensarse por un cambio en el tipo de equipos o materiales utilizados—por ejemplo, obteniendo la misma iluminación consumiendo menos electricidad al utilizar lámparas de un diseño especial. Por su naturaleza, estos casos conllevan mayores costes. Si no fuera así, no habría necesidad de los ecologistas a exhortar, no digamos a obligar, a la adopción de las mismas. Costes más altos significan menos riqueza disponible para otros fines. Por tanto, la conservación ofrece energía para uno, sólo privando a la gente de energía para otros usos y, al provocar esfuerzos para compensar esa pérdida, puede también privarles de riqueza necesaria para otros fines.