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Compañeros en el odio: Noam Chomsky y los negadores de Holocausto

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Traducido por Ýngel Vaca Quintanilla

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De Marlen a Faurisson


Obviamente, Faurisson no es el único que propone ideas ridículas y utiliza métodos seudo-racionales en el proceso. Jacques Baynac y Nadine Fresco nos recordaron recientemente cómo un tal Jean-Baptiste Pérès negaba, ya en 1827, que Napoleón hubiera existido. 64 En la actualidad, existe en California una Flat Earth Society Research International (Sociedad de Investigación Internacional Tierra Plana), a un tiro de piedra de nuestro Institute for Historical Review, y cuyos folletos nos aseguran que pueden "... afirmar que la Tierra es plana, mediante experimentos demostrados y demostrables. El que la Tierra es plana es un hecho, no una ‘teoría’... los australianos no cuelgan boca abajo en el otro lado del mundo". Y es que se puede demostrar cualquier cosa.

Una de las desdichas de la izquierda, tanto en Europa como en Norteamérica, es que ha soportado dosis más que abundantes de "defensores de la Tierra plana". Muchos de esos socialistas marginales y anarquistas iluminados son seguidores de lo que se conoce como la "equivalencia malvada", es decir, ven a cualquier gobierno como básicamente "capitalista", incluso al de la antigua Unión Soviética, y encuentran cualquier norma "capitalista" igualmente reprensible. La parte autobiográfica del nuevo Chomsky Reader 65 nos muestra cómo el profesor ha seguido tales doctrinas, desde sus comienzos hasta la actualidad. Ya veremos también cómo tanto él como La Vielle Taupe han ido más allá de esta tradición anarco-marxista, para llegar a lo que equivale a una justificación de la Alemania nazi.

Chomsky dice (en la página 14 del Chomsky Reader) que cuando era un chaval de 15 ó 16 años estaba fascinado con los "Marlenitas". Esto sucede en torno a 1944 ó 1945. Hasta donde yo sé, los Marlenitas constituían una rama escindida del trotskismo; pensaban que la guerra era "una farsa" y que tanto los Aliados Occidentales como la Unión Soviética y los países del Eje estaban conspirando, todos juntos, contra el proletariado internacional. Todos los bandos representaban a la burguesía (incluyendo a la burocracia estalinista, como Marlen gustaba de llamarlai); todos los bandos oprimían a los obreros, todos los bandos eran, en todos los sentidos, moralmente equivalentes. Chomsky dice ahora que "nunca me creí del todo esa tesis, pero... me pareció lo suficientemente intrigante como para que intentara averiguar de qué estaban hablando".

Me gustaría insistir un poco más en el tema de los Marlenitas. A priori, parece que existen pocas similitudes entre este grupo de revolucionarios neoyorquinos de los 40 y el Chomsky actual. Los Marlenitas tenían unas ideas extrañas, pero no hacían apología del Nazismo, así que comparados con el profesor y sus "revisionistas" franceses, son todo un modelo de cordura, moderación y sensatez. Da la casualidad, sin embargo, de que los Marlenitas nos permiten hacernos una idea de, en primer lugar, el ambiente de aquellos grupitos de radicales que no son sino los antepasados directos de los neo-nazis izquierdistas de la actualidad y, en segundo lugar, de los métodos de historiografía que Chomsky y sus amigos emplean hoy.

También resulta que he tenido, personalmente, ciertos roces con una organización Marlenita, la Liga Leninista, como se la llamaba entonces. En aquellos días estaba dirigida por un veterano radical de Nueva York, llamado George Spiro. Como todos los bolcheviques estadounidenses de la época, Spiro utilizaba un seudónimo con la esperanza de despistar al FBI (teniendo en cuenta que la directiva del Partido Obrero Socialista Trotskista fue encarcelada en 1941, la medida no se antojaba entonces tan caprichosa como puede parecernos hoy). Cuando Spiro escogió su "nombre de partido", quiso honrar a sus héroes (aunque, como se vería después, sólo temporalmente) y se puso "Marlen". Mar, de Marx, y Len, de Lenin.

Mi primera experiencia con los Marlenitas es cuatro años anterior a la de Chomsky. Yo tenía catorce años a finales de 1940 o principios de 1941, cuando asistí a una reunión en el apartamento de Spiro, en el Lower East Side, en Manhattan. Me había invitado uno de los miembros del grupo, que repartía propaganda a una de sus principales organizaciones oponentes; no recuerdo si este otro grupo era el de los Sahchmanitas o los Cannonitas, ambos escisiones de los trotskistas.

Spiro y sus Marlenitas no me causaron la impresión de ser muy diferentes de otros trotskistas en el modo que tenían de hacer las cosas, salvo por el hecho de que su grupo era especialmente reducido e incluso más alejado del sentido común. Parecían estar todavía más convencidos que los demás grupos, de que formaban esa pequeña elite que conoce en exclusiva todas las esotéricas verdades del Capitalismo, la guerra, la lucha de clases y el futuro de la Humanidad. Era cuestión de una Rechthaberei especialmente rotunda, es decir, de la típica actitud del discutidor sabelotodo.

Cuando le conocí, Spiro ya tenía una considerable experiencia política. Le habían expulsado del Partido Comunista y se había unido a los Trotskistas. Después, se enroló en un grupo escindido de éstos, dirigido por Hugo Oehler y Thomas Stamm, con quienes formó la Liga Revolucionaria Obrera, en oposición a la organización "oficial" trotskista. Pero poco después, descubrió que, no sólo Oehler y Stamm, sino que hasta el mismísimo Trotsky, habían traicionado a la clase obrera, así que abandonó todas esas organizaciones y acompañado por un pequeño grupo de seguidores, fundó su Liga Leninista y declaró que la Segunda Guerra Mundial era una "farsa". Creo que los Marlenitas nunca llegaron a ser más de una docena, aproximadamente.

Visité a Spiro de nuevo en 1956, en el mismo apartamento del Lower East Side en el que nos habíamos reunido tiempo atrás. Me dijo que los años que habían transcurrido le habían procurado una desilusión tras otra. Sus investigaciones le habían llevado a la conclusión de que no sólo Stalin y Trotski habían traicionado al proletariado, sino que Lenin había sido también de la misma calaña. Ni siquiera los escritos de Marx podían resistir su inspección cuidadosa. Spiro (que entonces ya había abandonado su seudónimo, por razones obvias), había descubierto que, en efecto, el viejo Karl Marx nunca fue otra cosa que un antisemita disfrazado. Cuando le pregunté por los demás Marlenitas a los que había conocido hacía quince años, Spiro me confesó que también los había desenmascarado a todos, y que no eran más que un puñado de antisemitas. 66

Spiro era entonces un anciano apacible y debo decir que me estremeció, no sólo por su desequilibrio mental, sino por aquella verdad que la locura no conseguía ocultar. Me dio una copia de lo que considero como su última obra, Marxism and Bolshevik State (Marxismo y Estado Bolchevique). 67 Me alegro de haberla conservado. Hubo un momento en el que tenía más literatura Marlenita, pero me deshice de toda, excepto de este último libraco.

Marxism and the Bolshevik State tiene 1.100 páginas impresas con letra pequeña, divididas en 78 capítulos, y pone de relieve la tremenda capacidad mental de su autor. Sus tesis pueden deducirse fácilmente del título de esos capítulos: "La traición de Stalin y Trotsky a los obreros británicos", "Lenin impide la creación del potencial Ejército Revolucionario Mundial y de su armada", "La falta de sinceridad personal y política de Marx", "Un fenómeno ignorado por el Marxismo en las luchas de clases de la antigüedad y de la Edad Media: el cabeza de turco judío", "Antisemitismo marxista en los Estados Unidos", "La mano del marxismo en la creación del estado Sionista reaccionario", "Marxismo, el último baluarte del antisemitismo y el Cristianismo"... El libro denuncia a todo sistema de gobierno conocido, es decir, que abraza la doctrina de la "equivalencia malvada". Pero además, hace la promesa de la llegada de un nuevo día, en el que, supuestamente bajo el liderazgo de caudillos iluminados como el propio Spiro, "la Humanidad alcanzará la superabundancia del fruto de su trabajo, planificará su propia historia y gradualmente dominará todo el orbe". (Página 1077).

Spiro entendía alemán y ruso escritos, y leía atentamente miles de libros viejos y, especialmente, de periódicos antiguos, todos ellos, al parecer, almacenados en la Reference Division de la biblioteca pública de Nueva York. Cuando veía algo que le gustaba, lo anotaba cuidadosamente y lo citaba en su obra. Él mismo explica su método en el prefacio:

En el cuerpo de nuestro trabajo, por ejemplo, citamos un comentario de Lenin que, hasta donde podemos decir, nunca se ha empleado como fuente, y que es de más valor para cualquier investigador de la verdadera historia del Estado Bolchevique, que toda una estantería repleta de libros producidos, bien por la burguesía, o bien por cualquier historiador de dicho estado. (Página 14).

Acerca de tales fuentes, el sentido crítico de Spiro no era mayor que el de Faurisson, y parecía que creía que cualquier cosa publicada en un viejo periódico, si tendía a confirmar sus propias impresiones sobre la historia, constituía una prueba positiva de la rectitud de su causa. Nunca se le ocurría consultar el trabajo de historiadores expertos en algún tema concreto y mucho menos contrastar una fuente con otra. Era un auténtico erudito autodidacto, además de un polemista incansable y un moralista petulante. Quizás si hubiera adquirido cierto sentido del equilibrio a lo largo de su vida, habría llegado a convertirse en lo que él mismo creía que era: un pensador importante.

A pesar de todo, Marlen-Spiro era un afable viejo cascarrabias, y creo que lo mismo podría decirse de todos los "Marlenitas defensores de la Tierra plana". Si ahora sugiero que tanto Faurisson como Chomsky son adeptos de la historiografía de Marlen, tendré que añadir inmediatamente que los escritos de Spiro, aún con todos sus errores, estaban desprovistos de malicia. Motivaban una fuerte polémica, pero no contenían odio o insultos. Para encontrar uno u otros, tenemos que recurrir al trabajo del profesor Chomsky y sus socios neo-nazis.

En cualquier caso, en sus reflexiones autobiográficas, Chomsky sólo otorga un tenue respaldo a la filosofía Marlenista. Sus verdaderos mentores políticos, dice, son Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, Paul Mattick, Anton Pannekoek y otros. 68 Esos escritores son los fundadores del "Consejo Comunista" y, por lo visto, son los mismos que los "revisionistas" de La Vielle Taupe cuentan entre sus maestros y guías. De este modo, se ve que Chomsky y VT tienen raíces ideológicas comunes: el Consejo Comunista. El profesor es poco sincero cuando oculta semejante vínculo, no sólo en el borrador de su autobiografía, sino en cualquier otro lado.

Pero ¿qué es el Consejo Comunista? 69

Sus comienzos están en una pequeña secta izquierdista de la oposición comunista alemana de los años 20, que se rebelaban contra el dominio que Moscú ejercía sobre el Partido Comunista Alemán. Basándose parcialmente en los escritos anti-bolcheviques de Rosa Luxemburgo, este grupo mantenía profundas diferencias con la Internacional Comunista, en asuntos de organización. Rechazaban la idea de la "dictadura del proletariado" ejercida por un grupo o un estado y defendían, en cambio, que el gobierno socialista estuviera formado por consejos independientes de obreros. Bajo la influencia de escritores como Paul Mattick o Karl Korsch (que emigraron a los Estados Unidos, donde fallecerían después de la guerra), los miembros del Consejo Comunista se convirtieron en feroces opositores a Stalin, fueron perseguidos tanto por éste como por Hitler y, en general, mantuvieron ciertos niveles de la ética política que entonces se admiraba ampliamente.

El Consejo Comunista era mucho más coherente que los Trotskistas en su oposición a la tiranía bolchevique, pero durante la Segunda Guerra Mundial compartía ciertas posturas, tanto con éstos como con los anarquistas. Allá donde surgieran estos pequeños grupos, ya fuera en Europa o en Norteamérica, siempre conformaban una posición muy radical en contra de la guerra; creían que ni el Eje ni los Aliados merecían su apoyo. Al contrario que la mayoría de los grupos Trotskistas, el Consejo Comunista y los anarquistas aplicaban esta misma política también a la Unión Soviética. Pero ninguno de estos grupos, ni ninguno de los miembros que los integraban, sentía nada que no fuera odio hacia los Nazis. Respaldaban la resistencia contra el nazismo en la Europa ocupada, y tanto cultural como prácticamente y en la medida en la que tenían influencia, formaban parte del frente anti-Nazi en el que se contaba la mayoría de la gente decente. La postura pro-Nazi actual de La Vieille Taupe significa, al menos hasta donde yo sé, la primera vez que un grupo, de orígenes basados en la auténtica izquierda, rompe ese frente.

La historia de La Vieille Taupe ya fue narrada por Pierre Vidal-Naquet y Alain Frinkielkraut. 70 Un grupo de ex-Trotskistas, liderados por Cornelius Castoriadis y Claude Lefort rompió con el bolchevismo de finales de los 40, y fundó un movimiento conocido como Socialisme ou Barbarie 71, con unas ideas que recordaban mucho a las del Consejo Comunista. Después de muchas uniones y rupturas, a finales de los 60, uno de los grupúsculos resultantes se llamó a sí mismo La Vieille Taupe.

Alrededor de 1970, VT empezó a desarrollar ideas y actividades que chocaban frontalmente con las de sus antecesores intelectuales. Sin embargo, habían heredado el minucioso rechazo a la sociedad "burguesa" y también cierta tendencia a hacer equivaler la "tiranía capitalista" con el "fascismo". Pero en aquel momento, y bajo la influencia de determinados ultraizquierdistas italianos (los Bordigistas), empezaron a renegar del propio dogma de fe que, hasta aquel entonces, había sido el denominador común de todo miembro de las izquierdas: el antifascismo.

Al principio, se trataba de declarar que el nazismo no fue mucho peor que el capitalismo "burgués" de Occidente; se trataba de asegurar que el Eje no fue mucho más culpable de crímenes contra la clase obrera, que los Aliados. Estas eran, grosso modo, las ideas del primer escritor antisemita que La Vieille Taupe tuvo a bien promocionar: Paul Rassinier, un ex Comunista y antiguo preso de un campo de concentración, hoy ya fallecido (todos los "revisionistas", de París a California, aún coinciden en afirmar que ocupa un lugar de honor como padre de su ideología). Pero al pasar de Rassinier a Faurisson, a quien VT descubrió en 1978 y no ha dejado de promocionar desde entonces, el grupo se fue volviendo más y más abiertamente antisemita y pro-Nazi, un proceso que alcanzó una especie de apogeo en 1986, cuando publicó una estupidez de 520 páginas a cargo de uno de los más estridentes nazis alemanes de la posguerra: Wilhem Stäglich.

Como preparación del presente ensayo, mantuve correspondencia con algunos de los miembros veteranos del Consejo Comunista y de otros grupos ultraizquierdistas, tanto de Francia como de otros lugares. Mis informadores fueron unánimes cuando dijeron que, al margen de dos o tres grupúsculos diminutos, Guillaume y su Vieille Taupe están absolutamente solos en este trayecto desde el anti-Stalinismo radical hacia el neo-Nazismo. Como me comentó uno de mis confidentes mejor informados: "ni los Trotskistas, ni los miembros del Consejo Comunista, pueden considerarse responsables de los desvaríos de Guillaume". El verdadero Consejo Comunista no tiene nada que ver con él. El hijo de Paul Mattick (que se llama como él), uno de los pensadores más respetados del movimiento, me escribió en estos términos: "Hace unos años, Guillaume me ofreció publicar una traducción al francés del último libro de mi padre, pero, por supuesto, mi madre y yo nos opusimos a ello, porque no queremos que se nos vincule con chiflados como él".

Se estima que los seguidores de Guillaume suman entre diez y treinta. Los viejos izquierdistas le rehuyen y los investigadores se ríen de él. Pero el francés tiene dos ases en la manga: en primer lugar, como ya hemos apuntado, parece disponer de un jugoso presupuesto, y en segundo lugar, tiene a Noam Chomsky.

La seguridad y el bienestar del Estado de Israel significan mucho para la mayoría de los judíos actuales, independientemente de dónde viven. A una minoría, Israel no les importa gran cosa y hay un grupo, aún más reducido, muy crítico tanto con aquel país como con la empresa Sionista. Y después de pensar en tal clasificación y tras mucho esfuerzo, aún es posible encontrar más categorías: hay ciertos individuos, aquí y allá, que odian tantísimo a Israel que están más que deseosos de ayudar a los neo-nazis a destruirlo. Tenemos, por ejemplo, al lamentable Alfred Lilienthal, un incansable propagandista pro-islámico y orador en algunas convenciones neo-nazis; tenemos al excéntrico doctor Howard Stein, que se dedica a traducir las proclamas de Julius Streicher a su absurda jerga psicoanalítica; y tenemos a Noam Chomsky.

Siempre ha habido judíos que se han vuelto contra su propia gente. Solemos decir de ellos que se "odian a sí mismos", basándonos en el título de ciertos bocetos biográficos que describían la conducta de tales desdichados durante la república Weimar. 72 Por descontado, en una sociedad libre, que uno se odie a sí mismo es un derecho inalienable y, en la mayoría de los casos, se trata de situaciones más tristes que interesantes. No se puede decir que entiendo la psicología de cómo y por qué una persona alcanza semejante estado, especialmente cuando dicho individuo goza de todos los privilegios que le brinda una sociedad Occidental. Lo único que puedo hacer aquí es revelar los métodos, las tácticas y los motivos de la cruzada de Chomsky contra Israel y los judíos.

64 Le Monde, 18 de Junio de 1987. La Bibliothèque Nationale de París tiene varias ediciones del libro de Pérès, pero no he podido conseguir una copia en este lado del Atlántico. El librito, titulado Comme quoi Napoléon n’a jamais existé, se publicó varias veces hasta la que parece ser su última edición, la de 1909. Pero con todo –y quizás se pueda considerar como una advertencia a Faurisson-, Pérès no aparece ni como una nota a pie de página en ninguno de los libros sobre Napoleón que he podido consultar.

65 Chomsky 1987, pp. 3-55.

66 Un viejo disco de alrededor de 1951, de Billy Friedland y Joe Glazer, titulado Ballads for Sectarians (Baladas para sectarios), dedicó una balada satírica a Spiro, a quien llamaban Billy Bailey. Algunas de las letras, reproducidas aquí con permiso del profesor William H. Friedland, eran como sigue:

Bill Bailey belonged to every radical party that ever came to be,/Till he finally decided to start his own party so he wouldn't disagree/He got himself an office with a sign outside the door, with "Marxist League" in letters red/ ... / For seventeen years, Bill Bailey kept his office with the sign outside the door./ But he never, ever, got a new member; everybody made him sore./ .../
And so on that day, Bill Bailey passed away, and his soul to Red Heaven flew/He was met at the gate by Old Karl Marx and Friedrich Engels, too./They said. "welcome comrade" as they opened the gate to let Bill come inside,/As he slammed the door back in old Karl's face, these were the words he cried:/"Oh you may be a friend of Karl Kautsky, and a pal of Ferd Lassalle/You may get along with Wilhelm Liebknecht and the First Internationale,/Yes, you may have inspired every radical party from the Hudson to the Rhine,/Oh, you may be a comrade of all of these folks, but you ain't no comrade of mine."

(Bill Bailey perteneció a todos los partidos radicales que jamás existieron / Hasta que, por fin, decidió crear su propio partido, para no estar en desacuerdo / Consiguió un despacho con un letrero en la puerta que ponía "Liga Marxista" en letras rojas / ... / Durante diecisiete años, Bill Bailey conservó su despacho con el letrero en la puerta / Pero nunca, jamás, reclutó a un solo miembro; todo el mundo le hacía sentirse dolido / ... /
Y así, ese día, Bill Bailey falleció y su alma al Cielo Rojo voló / En la puerta le recibió el viejo Karl Marx y también Friedrich Engels / Dijeron "bienvenido, camarada" mientras abrían la puerta para permitir a Bill que entrara / Cuando le cerró la puerta en las narices a Karl, estas fueron las palabras que gritó: / "Oh, puede que seas un amigo de Karl Kautsky y compadre de Ferd Lassalle / Puede que te lleves bien con Wilhelm Liebknetch y con la Primera Internacional / Sí, puede que hayas sido la inspiración de todos los partidos radicales, desde el Hudson al Rin / Oh, puede que seas el camarada de todos esos tipos, pero no eres mi camarada")


67 Spiro, George, 1951, Marxism and the Bolshevik State. Workers Democratic World Government Versus National-Burocratic [sic] ‘Soviet’ and Capitalist Regimes, (Marxismo y el Estado Bolchevique. El gobierno mundial democrático de los obreros contra los regímenes nacional-burocráticos [sic] soviético y capitalista), Nueva York, Red Star Press.

68 Chomsky, 1987, pp. 7, 22-23, 29.

69 Hay un boceto sucinto del Consejo Comunista en Biard, Roland, 1978, Dictionnaire de l’extrême-gauche de 1945 à nos jours, París, Pierre Belfond, pp. 115-119. Entre los trabajos disponibles en inglés se cuentan los siguientes: Kellner, Douglas, 1977, Karl Korsch: Revolutionary Theory (Karl Korsch: Teoría revolucionaria), Austin, University of Texas Press; Mattick, Paul, 1978, Anti Bolshevick Communism (Comunismo antibolchevique), Nueva York, White Plains, M.E. Sharpe.

70 Vidal-Naquet, página 155 en adelante. Finkielkraut, página 40 en adelante. Hay también una bien documentada descripción, extensa pero muy interesante, a cargo de uno de los grupos minúsculos que se escindieron de VT, acerca de Faurisson y otras cuestiones: (Anónimo), 1983, Le roman de nos origines, La Banquise, número 2, pp. 3-60.

71 Acerca de este grupo, véase el resumen de Paul Mattick hijo (sucesor de uno de los fundadores del Consejo Comunista), 1985, Socialisme ou Barbarie, en el trabajo de Robert Gorman, Biographical Dictionary of Neo-Marxism (Diccionario biográfico del neo-marxismo), Westport, Conneticut, Greenwood Press.

72 Lessing, Theodor, 1930, Der jüdische Selbsthass, Berlín, Jüdische Verlag. Ver también la nueva biografía del autor: Marwedel Rainer, 1987, Theodor Lessing 1872-1933: Eine Biographie. Luchterhand, Darmstadt.

i En el original, "burocracy", en lugar de "bureaucracy", que sería la palabra inglesa correcta.