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Garret Hardin, un nuevo Malthus

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Garrett Hardin y su esposa decidieron recientemente acabar con sus vidas, que se habían prolongado por 88 y 81 años, respectivamente. Para el público general el nombre de Hardin no dice nada, pero adquirió cierta relevancia al formular la teoría de la “tragedia de los bienes comunales”; en realidad hizo algo más importante que eso, ya que la idea había sido adelantada de forma independiente por otros autores: le dio un nombre eufónico y atractivo, de tal modo que los economistas han estado utilizándolo desde que Garrett Hardin escribiera su artículo en la revista Science, treinta y cinco años atrás[1]. Y esto es importante, porque a los economistas les encanta poner nombres a los procesos que estudian, por lo que tras el artículo del biólogo en la conocida revista se le ha prestado a este fenómeno una mayor atención.
 
En cierto sentido, la vida de Garrett Hardin ha estado marcada por la tragedia, y quizás por eso su fin ha sido tan dramático. Por un lado por el enorme éxito del título de su artículo y del contenido del mismo. Por otro lado su denodada lucha contra la proliferación de la vida humana, en la que veía la raíz de todos los males de la humanidad. Esto puede parecer contradictorio en principio, pero no lo es tanto para quienes conocen las ideas de Thomas R. Malthus y en particular de quienes le han seguido en este siglo. El objetivo del artículo de Hardin era refutar a Smith recurriendo en parte a las ideas del reverendo Malthus, lo que no deja de ser en parte contradictorio, ya que éste se basó en Smith para demostrarle a su padre, un optimista librepensador seguidor de Rousseau y amigo de David Hume, que el futuro de la humanidad era mucho más aciago de lo que se imaginaba. De paso rebatía las ideas de otros dos grandes optimistas, Godwing y Condorcet.
 
Pero dado que Smith ha sido padre de varias ideas contradictorias, lo antedicho no resulta tan paradójico. El artículo “The Tragedy of The Commons” se rebela contra la idea de que en la libre búsqueda individual de la felicidad hay una armonía natural; contra el pensamiento que hay detrás de la expresión “mano invisible” (de nuevo una expresión querida de los economistas) y que se resume en que es posible una armonía social en una sociedad libre en la que cada individuo busca cumplir sus propios fines. Y la forma de echar abajo esta idea es con el ejemplo de un bien comunal, en concreto el caso de “un pasto abierto a todos”. En tal caso, explica Hardin, cada ganadero querrá tener su ganado el máximo tiempo posible en los pastos comunes, de lo que se llevaría el total de los beneficios de su acción, mientras que los costes los tiene que compartir con el resto de los ganaderos. Como todos son conscientes de la situación, hay un motivo añadido para hacer el mayor uso de los pastos independientemente de los efectos que pueda tener a más largo plazo. El resultado es una sobreutilización de los recursos y finalmente el agotamiento de los mismos. En definitiva, “en claro contraste con la privatización, la comunalización privatiza los beneficios pero hace comunes las pérdidas”, en feliz expresión del filósofo. O como dice el refrán castellano, “lo que es del común es del ningún”.
 
Basado en esa poderosa idea, el microbiólogo luchó toda su vida contra el laissez faire en asuntos familiares y de la población. Dado que llegado el caso agotaríamos nuestros recursos, lo que necesitamos para evitar ese despropósito es llegar a un acuerdo mutuo para una coerción mutua, a través del gobierno. En particular lo que consideraba intolerable es la libertad de concepción, contra la que luchó toda su vida. Por ello favoreció la esterilización involuntaria de la población o el aborto como medida de control de población, sin hacer mención a los derechos de la mujer. Después de negar su derecho a concebir un hijo es lógico que no recurriera a ese ardid. Hardin observó que la población no crece globalmente, sino “localmente” allá donde haya una mujer fértil. No sin cierta fruición, destacó que en China no se hablaba de los derechos a la reproducción de las mujeres o del derecho a la privacidad de los matrimonios. Allí, es cierto, no se detienen en preocupaciones liberales como los derechos de los individuos. Su propuesta de esterilización involuntaria estaba encaminada a los países en desarrollo y hay que recordar que en los 60’ y 70’ estas medidas se llevaron a cabo en varios países pobres, protegidas bajo el manto de una filosofía pretendidamente humanitaria. Esta es una forma de racismo y eugenesia que la izquierda se puede permitir y que es sólo un punto más sutil que otras[2]. También en este sentido se puede decir que la vida de Hardin está ligada a la tragedia.
 
Otra de las grandes propuestas del autor consiste en acabar de forma efectiva con la inmigración[3], ya que en su opinión empobrece el trabajo doméstico. De este modo, Hardin propone por un lado limitar el crecimiento de la población de los países en desarrollo (por su propio bien) y por otro la limitación de la inmigración a países ricos como el que él vivía (por el bien de los trabajadores de su país). Negar el derecho de los pobres a reproducirse y a buscarse la vida en los países ricos, y todo ello en nombre del humanitarismo es una audacia que está al alcance sólo de unos cuantos progresistas.
 
Hardin es como el científico del chiste. Éste llama a una araña y ella acude; y repite la llamada después de quitarle una pata tras otra y tras no acudir al quitarle la última pata concluye que sin las ocho extremidades la araña se vuelve sorda: el análisis es correcto pero la conclusión resulta descabellada. Garrett no se dio cuenta de que lo característico del capitalismo no es que cada uno persiga sus propios intereses, eso es propio de la naturaleza humana, sino el entramado institucional que lo sostiene; particularmente la propiedad privada, que soluciona, entre otros problemas, el suscitado brillantemente por el referido artículo de la revista Science. En efecto, cuando el acceso a los recursos no está abierto a todos, como literalmente plantea Hardin, sino que se restringe a quienes son propietarios de ellos, en lugar de los antisociales efectos que se producen con los bienes comunales, emerge un buen uso de los recursos, beneficioso para el conjunto de la sociedad y compatible con la búsqueda individual del beneficio. En definitiva, no es válido afirmar que “en un mundo competitivo con recursos limitados la total libertad de acción individual es intolerable”, ya que es precisamente la total libertad de acción la que es capaz de escapar de la coyuntural escasez por medio de la creatividad del hombre.
 
El temor suscitado por el autor se resolvería, por tanto no con menos sino con más economía de mercado. Nuestro miedo ha de ser en todo caso que no sepamos extender la economía de mercado y su institución más característica, la propiedad, a todos los recursos que devengan escasos[4], pero la iniciativa, la empresarialidad, es capaz de descubrir la escasez de los recursos y en la medida en que el sistema legal lo permita, apropiarse de ellos para incorporarlos a la corriente de bienes del mercado. Sólo así podremos liberarnos de la polución, podremos producir suficientes recursos para una población creciente y podremos en definitiva obviar todos los miedos vertidos por los Neo-Malthusianos. Es más, todas las predicciones pesimistas, desesperadas y porqué no decirlo, irresponsables y abiertamente mentirosas de instituciones como el Club de Roma, World Watch Institute e intelectuales como Paul Elrich o el propio Hardin han acabado siendo desmentidas. Todas sin excepción, sin posibilidad de interpretaciones o de reformulaciones. La población no ha dejado de crecer y con ella ha mejorado la educación, la alimentación o la esperanza de vida y la pobreza ha remitido de forma importante, especialmente en las últimas tres décadas.
 
Pero el Neo-Malthusianismo no se detiene ante ningún desmentido y de hecho parece no temer nuevos y escandalosos fracasos de sus predicciones. Nada hace vacilar o matizar su posición ni la fuerza o la seguridad con que las defienden. Julian Simon ha dedicado su vida a mostrar la inanidad de estos temores y a explicar porqué en la medida en que no detengamos el proceso social a que da lugar el mercado todo aspecto importante de la vida humana está llamado a mejorar a largo plazo. También resulta refrescante leer “El Ecologista Escéptico” de Bjon Lomborg[5]. Con ambos autores no sólo esta uno más informado sobre la verdadera marcha de nuestro mundo. También se puede disfrutar de una vida más tranquila, menos expuesta a los sustos que producen los alarmantes mensajes de los Neo-Malthusianos.
 
Resulta contradictorio que dedicara una vida a la investigación y a publicar numerosas obras alguien que piensa que “toda persuasión tiene lugar por medio de la coacción”. Quizá se equivocó de profesión. Pero es una contradictoria dualidad muy característica de muchos intelectuales. No se puede decir lo mismo de su último acto. El matrimonio Hardin era miembro de la Sociedad Hemlock, ahora llamada End-Of-Life Society, dedicada a trabajar en favor de la eutanasia. No podemos acercarnos a las profundas razones de estas dos personas de acabar con sus vidas; pero sí podemos decir que en cierto modo le da sentido a lo que ha sido la existencia de Garrtett Hardin.


[1] The Tragedy of The Commons, Garrett Hardin, Science, 162 (1968): 1243-48.
[2] Quizás convenga citar al propio profesor de ecología humana sobre su posición filosófica: “El mayor regalo de Dios es el proceso de selección natural que, dado el tiempo suficiente, podría (ha podido y aún puede) unir la complejidad y la belleza del mundo en que vivimos”. Hardin parece dispuesto a ayudar al proceso de selección natural.
[3] Otra frase: “Si fuéramos honestos con nosotros mismos, veríamos que nuestra actitud con respecto de la inmigración revela la hipocresía en nuestro elogio del mercado”.
[4] Por eso resulta tan razonable la afirmación de Hardin “Si el mundo es un gran común, en el que toda la comida es compartida igualmente, entonces estamos todos perdidos. Aquellos que procreen primero reemplazarán al resto. Compartir la comida de territorios nacionales es operativamente equivalente a compartir el territorio. En ambos casos se establece un bien comunal y la tragedia es el resultado último”. El error de Hardin consistió en no ver que la propiedad privada está mucho más extendida de lo que él creía ver. Da la impresión de que el autor se quedó atrapado en su descubrimiento, y le dio una relevancia práctica que no tenía en absoluto.
[5] La obra más importante de Julian Simon es “The Ultimate Resource 2”. Princeton University Press, 1998. El exitoso libro de Lomborg se titula “El ecologista escéptico”. Espasa, Barcelona, 2003.