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Indignación, S.A.

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Traducido por Daniel Rodríguez Herrera

Una reciente noticia de primera plana del New Tork Times está titulada: "En las plantaciones de plátanos de Ecuador, el trabajo infantil es la llave de los beneficios." Esto forma parte de la creciente orgía de indignación de la intelligentsia por el trabajo mal pagado en el Tercer Mundo.

La pregunta que nunca se hacen es: ¿comparado con qué? Pero la gente para la que la indignación es una forma de vida raramente se paran a estudiar las distintas posibilidades. En lugar de eso, no dudan en quitarles opciones a los pobres, que tienen la mala fortuna de tener bastantes menos opciones que escoger.

Oculto en una página interior está la respuesta que dieron los ecuatorianos de pocos recursos cuando sus hijos fueron despedidos de las plantaciones de plátanos, como resultado de la publicidad negativa realizada por los activistas de los países ricos. "Despidieron a todos los niños, pero su trabajo nos ayudaba," se queja una madre ecuatoriana.

En otras palabras, los pobres de Ecuador son ahora más pobres,mientras que los activistas de los países prósperos se sienten triunfadores. Nada de esto es específico a esa industria particular o a Ecuador. Donde quiera que haya una reunión de la Organización Mundial de Comercio, se puede contar con ricos jóvenes participando en violentas revueltas con excusas como la explotación laboral en el Tercer Mundo.

Si el problema fuese la "explotación", como muchos críticos aseguran - y el titular del New York Times insinúa - sería difícil de explicar por qué las corporaciones multinacionales invierten mayoritariamente en países más ricos donde han de pagar mayores salarios. Menos del uno por ciento de la inversión exterior norteamericana va a parar a países en el Ýfrica subsahariana, por ejemplo.

La triste ironía es que son los petulantes activistas los que están explotando al Tercer Mundo - políticamente - y que son los muy demonizados empresarios que les contratan quienes están dando a los pobres los ingresos que tanto necesitan.

De acuerdo con la revista The Economist, las empresas multinacionales habitualmente pagan aproximadamente el doble que los empresarios locales en los países del Tercer Mundo. Esos salarios están aún muy por debajo de lo que los trabajadores reciben en países más acomodados. Al igual que la productividad de los trabajadores del Tercer Mundo.

Un estudio de una empresa de consultoría ha revelado que la productividad media del trabajo en los sectores más modernos de la India es un 15% de la de los mismos sectores en los Estados Unidos. En otras palabras, que si usted contrata a un trabajador indio medio y le paga un quinto de lo que pagaría aun trabajador norteamericano medio, le costaría más obtener una determinada cantidad de trabajo hecho en la India que en los Estados Unidos.

Mientras que los jóvenes económicamente analfabetos que participan en los disturbios no tienen interés en tan mundanos hechos de la vida, aquellos que dirigen los sindicatos que se alían con ellos entienden perfectamente la realidad económica. Si consiguen imponer mayores costes laborales en el Tercer Mundo habrá menos trabajos en el mismo y, por tanto, más trabajos para los miembros de los sindicatos de los países ricos.

El mismo analfabetismo económico mostrado por los activistas estudiantiles fue exhibido por otros cuando se profirieron histéricas quejas porque un comercio internacional más libre podría significar "un enorme sonido de succión" debido a la huída de los empleos norteamericanos a países con salarios más bajos tras la puesta en marcha del NAFTA de 1993. En realidad, el número de empleos en Estados Unidos creció tanto que el desempleo bajó a niveles que no se veían desde hacía muchos años.

Unos niveles salariales más altos no ocurren sin más. Los trabajadores son mejor pagados cuanto más produzcan. Un país de bajos salarios como la India tiene que restringir la importación de automóviles provenientes de países con salarios más altos como Japón o Estados Unidos, para proteger su propia industria automovilística de una competencia que no podría igualar ni en precio ni en calidad.

Las diferencias en la productividad del trabajo no son sólo una cuestión de lo duro que pueda trabajar la gente. Los trabajadores de los países ricos generalmente tienen más y mejor maquinaria, entrenamiento y organización administrativa. Hasta el punto de que cuando las multinacionales acuden a esos países e introducen métodos más avanzados de producción, la población del Tercer Mundo no sólo tiene más trabajos hoy, sino más experiencia en los métodos modernos que podrá aprovechar todo su país en el futuro. Por supuesto, estas compañías obtienen un beneficio o no podrían mantenerse en el mundo de los negocios, pero los países con salarios bajos no tienen para ellas un atractivo especial.

Lo que los pobres el Tercer Mundo necesitan son más multinacionales en sus países, y menos activistas económicamente analfabetos dando rienda suelta a sus propias emociones y egos.